miércoles, 6 de mayo de 2015

Lo que podría ser pero no es una profecía

Todo empezó con la presencia creciente, imparable, de soldados y armas robotizados en los ejércitos más poderosos del mundo.

Ya se podía declarar una guerra sin que hubiera que arriesgar las vidas de decenas de miles de jóvenes, hijos de la patria, que antes tenían que partir de casa para morir en los frentes de batalla.

De este modo, si no hubiera sido por la prensa y otros medios de información, los ciudadanos de los países más poderosos ni siquiera se habrían enterado de que el mundo entero estaba en guerra y que se trataba de una guerra terminal, ya que el mundo que saliera de ella no se parecería en nada al que entró a lucharla. La gran guerra del siglo XXI, sí pues, nada menos, de la que muchos se sentían hasta orgullosos. Claro que aquellos ciudadanos, al no sentir en sus carnes y sangres los dolores de la guerra, cada vez eran más indiferentes a lo que pasaba en los frentes de batalla. Para ellos la guerra se había convertido en algo muy parecido a las grandes obras públicas, la construcción de autovías, presas hidroeléctricas, centrales nucleares, cosas así, que transcurrían fuera de las megaciudades donde la gente vivía y eran sucias, ruidosas, hasta malolientes.

Pero un día, un maldito día, un día aciago que los supervivientes no olvidarán nunca, otra guerra, una novísima forma de guerra, llegó hasta las mismas puertas de sus casas, entró en ellas y se fue llevando su carga de víctimas: padres, abuelos, hijos, hermanos, nietos, pueblo en general, indiscriminadamente, sin distinción de sexos, edades, cocientes de inteligencia, malformaciones congénitas. Sin excepciones ni sesgos, de manera totalmente aleatoria. Era la respuesta que los países menos poderosos daban a la guerra robotizada de los países más poderosos.

Eso sí, ya no había jóvenes con madera de héroes. Casi no había ni jóvenes. Pero como las cosas seguían siendo en el fondo como siempre habían sido, los humanos de toda condición apretaron los dientes, cerraron los ojos del alma y se dedicaron con todas sus potencias a intentar sobrevivir, como fuera o fuese.


Cuando estas guerras terminaran, que tendrían necesariamente que terminar alguna vez, los supervivientes, que los habría,  en su mayoría ya no se acordarían de cómo empezó todo ni por qué ni para qué. Solo tendrían tiempo y cabeza para reconstruir lo destruido. Pero las cosas nunca jamás volverían a ser como fueron antes de que esta maldita guerra empezara. Tampoco habían quedado ancianos para contarlo. En cuanto a los libros, los malditos, obscenos libros, ya nadie sabía leer y además estaba prohibido aprender. Se utilizaban los libros que habían sobrevivido como material de construcción. Prensados a muy altas presiones constituían un excelente aislante.

El Guernica de Picasso.- Museo Reina Sofía, Madrid

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