Mi segundo día de nuevo en
Chiloé. Ocupado en poner a punto los mil pequeños detalles que hacen la vida más llevadera.
Mis sensaciones en este
rencuentro después de un año difícil han sido las mismas de siempre. En
comparación con los ritmos frenéticos de una Europa que a veces parece querer huir
de sí misma (quizá como yo, por cierto, o yo como ella), Chiloé no cambia o lo
hace a un ritmo mucho más lento, menos destructivo. Creo que en esto radica una
parte de su grandeza y su encanto para gente como yo. Ya que no cambia porque
no sepa cómo, pocas veces he visto gente más resuelta e ingeniosa que el
chilote de a pie, campesino o marinero, sino porque no siente la necesidad de
hacerlo. En esto Chiloé es naturaleza antes que historia, y dados los rumbos
que ha llevado y parece seguir llevando la historia, eso se agradece.
Hablando más concretamente, naturaleza
pura es este Duhatao tan rural donde me encuentro ahora. Casi nada parece haber
cambiado aquí, aunque todo el conjunto está sometido a la transformación
profundísima, inacabable, que lo natural tiene. Pero se trata de un cambio al
estilo del eterno retorno, que acontece a lo largo de un tiempo en espiral
donde todo vuelve aproximadamente a su sitio, una y otra, una y otra, una y
otra vez. En eso la naturaleza tiene al mar
como modelo. Que está, en sus olas y sus corrientes, bajo sus vientos, en
movimiento perpetuo e intensísimo, pero que parece no cambiar en nada.
Exactamente lo opuesto al Homo faber, a ese Homo sapiens var. tecnologicus que no deja de agitarse en la
persecución de nuevos ideales, en la búsqueda del progreso y la salvación, para
caer una y otra vez en el fracaso y la desgracia, como aquel Sísifo de los
griegos que el gran Albert Camus puso en el centro de nuestro tiempo.
Ese humano moderno inasequible al
desaliento me resulta a pesar de todos sus fracasos, también a pesar de todos
sus éxitos, enternecedor y admirable. ¡Si solo fuera capaz de pensar dos veces
las cosas antes de llevarlas a la práctica! En cualquier caso, de que ese
humano heredero de Sísifo cambie, de que se convierta por fin en un verdadero
animal pensante, respetuoso del eterno retorno sin renunciar a la búsqueda de
la sabiduría y la justicia, más allá de la técnica y el poder, depende la
salvación de todos.
Quizá yo me encuentre tan a gusto
en la naturaleza chilota por todo lo que tiene de común con el mar, que ha sido
siempre la última referencia de mis sueños. Lo que percibo en estos mis
primeros días en Chiloé es que la verdadera naturaleza, como el mar, a la vez
que bella y apacible, es muy dura. Pienso en todos mis vecinos animales, tan
queridos. Mis amigos tiuques, Manchita Blanca, mi princesa pudú, los
inalterables jotes, las elegantes y valientes gaviotas, los poderosos halcones
peregrinos, muchos más, todos ellos. Están sometidos a unas leyes naturales
implacables, que jamás contemplan la posibilidad de la piedad.
Los humanos, descarriados y mil
veces equivocados, causantes de los mayores perjuicios y torpezas, sí conocen
la piedad. Y la compasión. Y el arrepentimiento. Y el perdón.
En estos conocimientos y en su
puesta en práctica radican nuestras últimas esperanzas, que son las del mundo
entero.
Yo le agradezco a Chiloé la
claridad con que me permite verlo así, identificando cuál es el verdadero
problema de nuestro tiempo.