lunes, 30 de noviembre de 2015

Brujos de Chiloé

Me quedan pocos días en Chiloé y no quiero marcharme sin transcribir aquí alguna de las bonitas historias que sobre las mitologías de Chiloé me cuenta mi buen amigo Nelson Ampuero. Pero esta vez le he pedido que hablemos no de héroes, sino de brujos, los grandes ignorados cuando se escribe acerca de este mundo chilote de tradiciones y creencias antiguas. ¿Por qué ignorados? Quizá porque creyendo muchos que los brujos siguen existiendo y manteniendo en secreto su identidad, se enfrentan a la cuestión con una mezcla de respeto y miedo.

Pero Nelson decide contarme una historia acerca de don José Domingo Onancoante, brujo de Quicaví y amigo de su difunto padre Ricardo Ampuero Coronado, que fue quien se la contó a él. Sigue esta historia tal y como Nelson me la ha narrado:

<< Antonio Ampuero Barría fue un chilote de Quetalmahue que allá por los años 1890 se fue a vivir a Valdivia. Era un amante de los caballos y llegó a ser un huaso importante, al que apodaban “Espuelas de Plata” porque de plata eran las que usaba para azuzar a los caballos que constantemente montaba. Casó en Valdivia con Encarnación Maldonado, pero fuera del matrimonio tuvo un hijo con Petronila Coronado, Ricardo Ampuero Coronado, héroe de esta historia y padre del Nelson Ampuero que me la ha contado.

Siendo Ricardo todavía pequeño, su madre Petronila contrajo matrimonio. Su padre Antonio no estaba contento del modo en que Ricardo era tratado en casa de Petronila, de modo que decidió mandarlo a Chiloé, concretamente a Tehuaco Bajo, muy próximo a lo que hoy son las pingüineras de Puñihuil. Allí lo acogieron como hijo sus padres de crianza, Juan Santana y Anita Barría y allí pasó Ricardo su infancia y juventud.

Teniendo Ricardo diecisiete años se casó con su primera mujer, Rosa Herminia Ampuero Saldivia y con este motivo decidió viajar a Valdivia para ver a su madre Petronila, aquélla de la que lo habían apartado siendo muy niño.

Estando un día Ricardo paseando por la plaza principal de Valdivia, apareció por allí otro chilote, José Domingo Onancoante, vecino de Quicaví pero que trabajaba accidentalmente en Valdivia como peón caminero. Onancoante blandía un cheque en la mano con el que lo había mandado su jefe a la ciudad para que lo cambiara en dinero. Buscaba a gritos alguien que tuviera plata para ese cambio. Ante su ingenuidad, se le acercó un individuo y diciéndole que él se lo podría cambiar le arrebató el cheque de entre las manos y salió corriendo, a la vez que animaba a Onancoante a seguirlo para proceder al cambio. Ricardo alcanzó al ladrón, le arrancó el cheque de entre las manos y lo hizo huir, devolviéndole el cheque a Onancoante y acompañándolo al banco para que lo cambiara debidamente en plata.

Con este motivo Ricardo y José Domingo Onancoante, que le estaba muy agradecido, llegaron a hacer amistad. Y desde esta confianza Onancoante le confesó un día a Ricardo su condición de brujo, diciéndole que en deuda como estaba con él, lo protegería si algún día lo necesitaba.

Muchos años después Ricardo era un campesino en Puchilcán y le iban muy bien las cosas, lo que inevitablemente suscitaba la envidia de sus vecinos. Uno de ellos, un tal Juanillo, no podía soportar el no tener una buena vertiente para dar de beber a su ganado durante el verano, mientras que las tierras de Ricardo eran surcadas por el río Puchilcan, que nunca se agotaba. Comido por la envidia Juanillo ordenaba a sus hijos que cuando una vaca de Ricardo pariera dos terneros, robaran uno por la noche y lo tiraran al río.

Como los éxitos de Ricardo nunca se acababan, la envidia fue yendo poco a poco a más. Con más y más vecinos roídos por ella, un grupo tramó un complot contra Ricardo: lo llevarían ante las autoridades acusándolo de ladrón de ganado.

Así lo cumplieron. Una tarde unos cuarenta de sus vecinos lo prendieron con violencia, bajándolo hacia Ancud camino de la Justicia. Cuando llegaron a Tehuaco Bajo, más o menos a mitad de camino, se hizo de noche, quedándose la partida a dormir en un galpón. En un rincón tenían atado a Ricardo y a su lado a cinco corderos que iban a presentar como prueba de su delito. En el centro encendieron un fuego para calentarse y en el resto del espacio hasta la puerta se fueron acomodando los cuarenta acusadores de Ricardo, de modo que éste no pudiera de ninguna manera escaparse.

A lo largo de este tremendo atropello Ricardo se acordó de su amigo Onancoante y como a un ángel guardián le pidió ayuda. De una manera misteriosa el brujo lo escuchó, y desde Quicaví voló hasta la casa de Ricardo. Allí se enteró por su mujer de lo que había pasado y voló enseguida hasta Tehuaco donde, después de hacer que los captores de Ricardo se quedaran adormilados, desató a su amigo y lo sacó de allí, liberándolo.

Ricardo caminó junto al brujo toda la noche hasta llegar a su casa de Puchilcan al alba, encontrándose a su mujer ya levantada y lecheando a las vacas. Estaba salvado. Mientras que sus captores quedaron asustados por los poderes misteriosos que habían librado a Ricardo y no volvieron a intentar capturarlo. Muchos de ellos incluso sospecharon que era el propio Ricardo quien tenía poderes de brujería >>.

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He relatado toda la historia porque tiene un fuerte sabor campesino y chilote, además de que Nelson es un gran narrador. Pero temo que pudo ser un invento total que Ricardo imaginó para entretener al benjamín de sus diecisiete hijos de dos matrimonios, que ese es Nelson. Que también me ha contado otras historias muy bellas no de brujería, sino de mitología chilota, que he transcrito ya en este blog.

Las diferencias entre mitología y brujería están muy claras para mí.  Lo mitológico puede parecerle incomprensible a una mente racional, pero está cargado de poesía y simbolismo, contiene siempre mensajes alegóricos con un contenido moral y se transmite de generación a generación. Lo hechiceril es simple narración de hechos prodigiosos que lo único que intenta poner de manifiesto es el poder mágico del brujo, usado por él para modificar, casi siempre con malas intenciones aunque no en este cuento, el orden natural de las cosas.

La mitología chilota es bellísima y única. La brujería chilota no se diferencia gran cosa en su fenomenología de la que se practica en otras partes del mundo, España incluida. Toda brujería tiene raíces profundas que se hunden en el folklore de una cultura, pero eso es todo, en sí misma la brujería no tiene un gran contenido cultural.

Aun así, como también he venido haciendo desde hace tiempo una indagación del tema de los brujos en Chiloé, habida cuenta de que toda manifestación cultural, folklórica o social de Chiloé me parece interesante, voy a exponer a continuación lo más significativo o curioso que yo he oído sobre el tema de los brujos.

1).- Para empezar hay que hacer constar que los brujos como un movimiento social y emancipador existieron en el Chiloé del siglo XIX, donde sus dirigentes, pues de una organización se trataba, fueron sometidos a un famoso proceso en Ancud.

2).- En el Chiloé actual muchos creen en la existencia real de los brujos, al igual que en España. Pero es porque muy probablemente los brujos, es decir, los practicantes de la hechicería, siguen existiendo aquí como allí como en casi todo el resto del mundo, se trate o no de países avanzados. Oí un verbo en Chiloé que me encantó como construcción gramatical y que pone de manifiesto la existencia real de este fenómeno: malagüerear, que es echarte el mal agüero, el maleficio. Y también oí que hay agentes, que no calificaré de machis, que por 300.000 pesos pueden librarte de la mayoría de estos maleficios.

3).- En cuanto al brujo chilote como figura legendaria, es decir, en cuanto a la idea que mucha gente común puede tener del brujo chilote, diré que se le ve como juguetón y curioso. Bastante gente los define por su capacidad de volar, que lo hacen por la noche y se pone de manifiesto por la presencia de una luz marcadora. Es fácil encontrar personas que creen haber visto alguna vez en su vida estas luces. Los vuelos nocturnos lo son sin justificación, quizá por el simple placer de volar. De un brujo me contaron que lo vieron muchos volar porque le gustaba hacerlo, incluso se reunía con otros brujos en las alturas de Cocotué para tirarse desde allí y practicar una suerte de parapente mágico.  Al brujo le gusta también  curiosear en las casas de otros y es antojadizo, pide cosas que si no se le dan hará luego en venganza su cachín, alguna suerte de maleficio o sortilegio más o menos grave.

4).- Además de volar, la otra propiedad universal de los brujos chilotes es su capacidad de trocarse en animales. Hay multitud de anécdotas en este sentido. Aquella bruja (porque hay brujos de ambos géneros) que se convertía en yegua para hacer diabluras en los campos de los vecinos (comerse la cebadilla o la hierba, etc), yegua a la que un día apalearon aunque consiguió escaparse. Con la consecuencia de que a los pocos días una anciana de la vecindad con fama de bruja murió con señales de golpes. O aquellos dos pavos enormes que irrumpieron en un asado tirando al suelo el cordero y, después de ser echados a palos, aparecieron a los pocos días cojeando dos sospechosos de ser brujos en la vecindad. O esa capacidad que tienen los brujos de convertirse en pájaros para curiosear por las ventanas. O su transformación en perros que atacan. Todo eso y mucho más, hay multitud de dichos y anécdotas en este sentido.

5).- También hay toda una colección de recetas caseras para evitar la entrada en tu casa o los maleficios de los brujos. Así, si siembras una mata de ruda en la puerta de tu casa ningún brujo entrará. Tampoco si clavas dos agujas en cruz por detrás de la puerta. Si esto lo haces en la parte de debajo de un asiento, a un brujo le costará muchos esfuerzos levantarse, y se delatará por esto.

Cosas así. Interesantes, porque todo en Chiloé tiene un encanto especial, pero que ni de lejos llegan en riqueza cultural y psicológica a las andanzas y personalidades de héroes como el Trauco, la Fiura, el Caleuche, la Pincoya y otros.


Dicho queda.

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