La vida es dura.
Aceptar las desgracias como
efectos de la mala suerte es útil para neutralizar la desesperación. Uno trata
de encajar esos golpes tremendos abriéndoles un hueco en la piel del alma, labrando alrededor de ellos una cicatriz de resistencia que, ocultándolos, ayude a
olvidarlos. Se culpa al Destino, la Fatalidad, el fatum latino que es el fate
inglés, como si se tratara de un dios mitológico. Que en las culturas más
avanzadas se racionaliza como lo aleatorio, capricho en definitiva de la diosa
Fortuna. Las desgracias tienen que ocurrir, se razona, siempre habrá
terremotos, enfermedades, insuficiencias de lo político. “Me ha tocado a mí”,
se argumenta, como podría haberme tocado la lotería. "Los españoles no tenemos remedio", también se dice. Todo esto es lo que define
una actitud fatalista ante la vida.
La otra cara de esta moneda
heraclitea es la rebeldía contra ese supuesto Destino, al que desde este lado se niega.
Lo malo que me ha pasado tiene una causa eficiente, no es fruto del azar. No
estoy dispuesto a doblegarme, me resisto a aceptar la desgracia como inevitable.
Pero además la resistencia pasiva es solo un primer tiempo. Pronto paso al
ataque, como quiso San Agustín que lo hiciera, con toda mi memoria, toda mi
inteligencia y toda mi voluntad.
De manera que la batalla contra
el Destino, que empieza en el fatalista aceptarlo para pasar al rebelde
resistirlo y de aquí al combatirlo, es un aspecto fundamental de la condición
humana.
Hay varias vías de escape.
Una es la de los que creen en el
Dios único, los monoteístas. Ese Dios es el creador de todo lo que existe y por
lo tanto, todopoderoso y omnisciente. Si la desgracia existe, Él tiene que
conocerla de antemano. ¿Cómo la permite? Este es el problema del Mal, el de
cómo entenderlo y aceptarlo. Tan formidable que uno de los intentos más
profundos por encararlo, el de Job, termina admitiendo que la postura de Dios
con respecto al Mal es un misterio. Y que la solución
está en otra vida en la que ese Dios que todo lo conoce nos hará justicia.
Otra vía de escape es la de los
que creen en la Ciencia y en el Progreso que se deriva de ella. El Mal sería
una consecuencia de nuestras limitaciones, que la Ciencia y el Progreso van
arrinconando. Más que intentar resolver por derecho el problema del Mal, lo que
tenemos que hacer es persistir en nuestro empeño por un conocimiento científico
de la realidad y el dominio tecnológico que se desprende.
Finalmente está la que a mí más
me convence, que viene a ser una mezcla sincrética de las dos anteriores. Dios crea el Mundo, sí, pero lo hace en un
acto de generosidad, limitándose a sí mismo, quedándose fuera de este mundo
creado, que por eso evoluciona en libertad. Esta libertad, que tiene un fuerte
componente de azar, es el valor fundamental del Mundo creado por Dios, la
herencia que le ha dejado. El problema del Mal es a la vez la oportunidad del
Bien y son un problema y una oportunidad para todo el Mundo creado, pero más en
concreto para nosotros los humanos. La implementación del Bien es lo indispensable,
antes que la erradicación del Mal, y ello en dos frentes: el de la Razón, a
través de la Ciencia y el Progreso, y el de la Emoción, a través del Amor
cristiano, la Compasión budista y en definitiva todos los ejercicios de
generosidad nacidos a lo largo de la historia.
Razón y emoción tienen que ir
ligadas indisolublemente en la lucha contra la desgracia.
P.S. Este comentario tan especulativo
ha tenido un nacimiento complicado. Llevo semanas
intentando escribir algo que merezca la pena sobre la situación política de
España, que me parece muy preocupante. Una y otra vez he destruido lo
escrito, porque siempre llego a la conclusión de que lo que está pasando en España es
el resultado de una mezcla endiablada de banalidades, inconsecuencias, pequeños
egoísmos y fallos de visión en los políticos que nos gobiernan. Es decir, de miserias humanas sobre las que no merece la pena detenerse. Por todo ello,
he visto finalmente con absoluta claridad que la mejor manera de referirme a
esos problemas de los españoles es a través de un comentario como el que
finalmente publico aquí, tan aparentemente apartado de lo pragmático y que a lo largo de un domingo tranquilo acabo
de escribir.
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