jueves, 25 de febrero de 2016

El mundo visto desde Duhatao

Estoy recién llegado a Duhatao, solo han transcurrido unos meses desde que me fui y aparentemente casi nada ha cambiado. El mar, las rocas, las olas que rompen furiosas sobre ellas, el bosque, el camino, mi cabaña. El silencio, el cielo, las nubes, el horizonte, la lejanía. Todo sigue en su sitio, interpretando su papel en ese gran teatro que es el mundo visto desde unos ojos humanos, como los míos.

Pero los árboles jóvenes que rodean mi casa han crecido mucho, tanto que yo, un hombre introvertido,  lo percibo con facilidad. Y los ulmos están floreciendo con vigor, cubiertos todos, hasta los más jóvenes, por sus penachos de flores blancas, marcando así cada uno su sitio en ese bosque chilote en el que los árboles, sea cual sea su especie, se entrelazan unos con otros en un continuo verde.

Este es un tiempo para la soledad, para reencontrarse uno a sí mismo, lejos de ese ruido ensordecedor de las ciudades que rompe todos los espejos.

Para escuchar también lo que a uno le dice su propio cerebro cuando no hay ruido humano que impida escuchar sus propias reflexiones.

Y a mí me estaba diciendo esta mañana, cuando me vestía escuchando una vieja canción, dos cosas sorprendentes: que los conflictos del futuro no serán entre explotadores y explotados, colonizadores y colonizados, occidentales y restodelmundo, luchas así, como las que han venido martirizando a la humanidad hasta ahora. Sino que serán, dentro de todas las sociedades suficientemente avanzadas, entre viejos y jóvenes y entre mujeres y hombres.

En un mundo que ya no podrá crecer hacia fuera, los jóvenes se rebelarán contra los viejos, intentando derribarlos de sus posiciones de poder. Y la rebelión de los jóvenes no será solo contra los individuos viejos, sino contra todo lo viejo: la historia, la herencia recibida, la sabiduría, la experiencia. Los jóvenes quemarán todos los libros sabios y se pondrán en la tarea de inventar un mundo radicalmente nuevo. Lo harán todos los jóvenes, en masa, muchos de ellos ni siquiera serán conscientes deque lo estén haciendo. Como los viejos soldados de aquellas guerras ya caducas.

Y en ese mundo nuevo en el que los hombres, en su integridad animal, ya no van a ser biológicamente necesarios, las mujeres se rebelarán definitivamente contra los hombres. Esta rebelión no lo será solamente contra los individuos machos y sus formas de establecer una posición masculina dominante en el mundo de las cosas. También contra todo lo masculino que hay en la cultura, la historia, la sensibilidad, el poder. Las mujeres rechazarán mucha de la sabiduría, toda esa que es esencialmente masculina, quemarán por eso muchos de los libros viejos que hasta ahora habían sido ilustres y venerados. Dejarán de basar su lucha en ser ellas como ellos, en tener los mismos derechos que ellos, y se lanzarán por un camino que ninguna de ellas sabrá dónde terminará llevándolas, pero que verán cómo el único camino que vale la pena seguir.

De estos modos la sociedad humana cambiará radicalmente, tanto que le será difícil reconocer, mucho menos venerar, su pasado. Y ésta será la única forma en que los humanos puedan sobrevivir en un mundo que se les habrá quedado pequeño, que en adelante no les permitirá crecer a su antojo.


Cuando las aguas de esta tempestad finalmente se calmen, si es que lo hacen, los humanos renovados recuperarán las viejas reliquias venerables y se asombrarán al hacerlo.

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