Muy pronto estaré de nuevo en Chiloé, aunque no será por mucho tiempo, mi régimen de libertad condicional me lo impide.
Mis sentimientos son contradictorios. Por una parte deseo verme pronto en ese Chiloé tan querido, por otra lo percibo como inalcanzable. Se me viene a la memoria de la emoción el recuerdo de aquel sueño/pesadilla que tenía a veces de niño: es de noche, un largo y estrecho pasillo une en casa de mis padres los dormitorios con la sala de estar, donde él está leyendo el periódico mientras que ella hace ganchillo, sentados en silencio ante una mesa camilla iluminada por el estrecho cono de luz de una pantalla. Yo corro hacia ellos por el inacabable pasillo penumbroso. Algo inquietante e innombrable me persigue, a punto ya de atraparme. Los veo al fondo, junto a la luz tan lejana, pero ellos no pueden verme a mí. Me esfuerzo desesperadamente, pero aunque mis piernas se mueven lo hacen sin fuerza y no consigo avanzar. Grito entonces pidiéndoles socorro, pero no me sale la voz del cuerpo. Presiento mi perdición inminente, consciente de que ellos, ignorantes de lo que me está pasando, no harán nada por salvarme. Mi angustia es inmensa.
Creo que la causa de mi desazón está en que sé que mi estancia en Chiloé será demasiado corta, limitada como va a serlo por fuerzas exteriores a mí.
Aun así, a medida que se acerca el momento de nuestro encuentro, me voy sintiendo más y más seguro de que cuando por fin vea sus orillas brumosas desde Pargua, al otro lado del canal de Chacao,sentiré esa paz inefable, honda y misteriosa, con la que Chiloé siempre me ha acogido.
Cuando pienso esto me doy súbitamente cuenta de que ya estoy allí, de que nunca me fui. Y de que por eso, lo quiera yo o no, mi encuentro con Chiloé lo será de alguna manera conmigo mismo.
Desde fuera hacia dentro.
1 comentario:
Chiloe y sus pájaros lo deben estar esperando con ansia, apreciado Olo :)
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