Emprendo una andadura sin rumbo
por un territorio viejo y familiar, que pese a que me es archiconocido no deja
de depararme sorpresas. Voy con un ánimo explorador, en busca de
descubrimientos. Por eso intento despojarme de todas mis ideas preconcebidas,
mis mitos y creencias. Aguzo mis sentidos, los del cuerpo y los de la mente,
mis vistas, mis oídos, mis tactos. Me siento receptivo, abierto a todo lo que
me salga al encuentro, en disposición de comprender.
De la ciudad en la que he nacido
y vivido nunca esperé demasiado, a pesar de lo mucho que ella me dio y ha
seguido dándome. Pero España y Europa siguen escandalizándome, decepcionándome,
quizá por lo mucho que las admiro y por mi profunda fe en ellas.
Empezando por la vieja España,
¿quién la entiende hoy? Pero sobre todo, ¿cuántos quedan que todavía confíen en
que tenga un futuro viable y vivible?
España nos irrita, nos
decepciona.
Se forjó como nación a lo largo
de siete siglos de Reconquista, luchando contra un Islam que la ha dejado llena
de rastros y cicatrices. En esto se parece a otras periferias europeas, no a
Italia, que nunca se sintió acosada por los moros, pero sí a los Balcanes y a
Grecia, donde esa lucha se ha mantenido viva hasta tiempos mucho más recientes.
También a la Rusia antigua, que luchó durante siglos contra los tártaros y otros
musulmanes asiáticos.
De aquel larguísimo período de
guerras, España ha recibido caracteres que pesan mucho en su identidad. Uno es
el hábito de dar preferencia a la fuerza sobre la razón, a la razón de la
fuerza sobre la fuerza de la razón. Otro rasgo esencial heredado de la España
medieval es el de la religiosidad cristiana; España fue durante siglos una
Cruzada permanente, el baluarte más firme de la Cristiandad. Y su cristianismo
tiene un matiz particular, el de la especial devoción a la Virgen María, quizá
como un rasgo que la diferenciaba claramente del enemigo monoteísta africano.
Resultado de todo ello es un paisaje permanente de viejas iglesias y castillos,
aquellas todavía vivas, con sus santos patrones y sus tradiciones milagreras,
estos solitarios y enhiestos, marcando desde su silencio engreído y dominante
las diferencias insalvables entre los de aquí, los del terruño y la aldea, los
nuestros de siempre, y los de fuera. Como consecuencia de todo ello un
casticismo, un espíritu de familia, un compadreo, que siguen estando
saludablemente presentes, tanto para lo bueno como para lo malo.
Esta multitud de gente de guerra
y altar sacada de la Edad Media por los Reyes Católicos y convertida por ellos
en la primera, es decir, la más vieja, nación europea, descubrió gracias al
tesón de un genovés todo un continente y se vio obligada por el destino a
convertirlo en un imperio. Lo hizo a su manera, precipitadamente, entregándose
hasta la extenuación a una tarea que claramente la superaba. España se vació en
sus Indias apoyándose en dos pilares, los militares y los clérigos, como una
continuación natural de su propia Reconquista. Los militares exploraron y
conquistaron rápidamente aquellos territorios inmensos. Los clérigos se preocuparon
por las almas de los conquistados, y lo que pasó fue algo inesperado y
sorprendente, cuya causa no estuvo en España, sino en la misma América. Porque
fueron los pueblos originarios americanos los que aceptaron a los españoles,
sometiéndose al nuevo orden. Por eso el imperio español en América fue el
resultado de un encontronazo violento pero también de un abrazo consentido. Y a
pesar de los muchos desafueros cometidos, a pesar de tanta esclavitud y tanto
sufrimiento, en contraposición también con todos los imperialismos y colonialismos
europeos que vinieron después, la América hispana fue obra de los hombres de
armas y de iglesia españoles pero también de los aborígenes americanos y de los
africanos traídos como esclavos. Y tuvo como base la convicción de que unos y
otros, todos, tenían un alma de la misma naturaleza y con el mismo derecho a la
salvación. Lo que ha llevado a una realidad que no se ha dado ni en la América
angloeuropea ni en el Africa o el Asia colonizadas: esa realidad profunda y sorprendente
de que la America hispana es mestiza hasta lo más hondo de sí misma. Mestiza,
sí, nada más y nada menos que eso. En dicha condición está su fuerza y su
futuro.
Por otra parte, este imperio
americano sacó demasiado de una España que no llegó nunca a dar la talla,
ocupada como además estuvo en otras terribles aventuras imperiales tanto en
Europa como en el Mediterráneo. La deficiente administración del imperio obligó,
inevitablemente, al mantenimiento de un aparato burocrático tanto más
asfixiante cuanto más incompetente, una de cuyas ramas, sin duda la más
tenebrosa, fue la Inquisición. Y aunque
el Renacimiento español fue sin duda brillante, era demasiado pronto para que
cuajara una revolución científica y tecnológica que llegó mucho más tarde de la
mano de los ingleses, cuando el imperio español estaba ya en su cuesta abajo.
En estos siglos de decadencia que
fueron pasando, del XVII al XIX, el imperio español fue consumiéndose en sí
mismo, cada día un poco más empecinado en su aislamiento. Pudriéndose en su
burocracia, su casticismo, su escolasticismo acientífico. Pero dando de sí, a
la vez, muchos héroes, muchos santos y muchos artistas grandes. El simple
mentarlos a todos ocuparía unas cuantas páginas.
De Europa le llegó finalmente su
definitivo golpe de muerte. Se lo dio el brazo militar de Napoleón, pero toda
la Europa que entonces contaba participó en el reparto de sus despojos.
Tan periférica y agotada quedó la
vieja España que ni siquiera participó en la I Guerra Mundial, que fue de hecho
una guerra europea. Sí lo hizo en la II, aunque de una manera muy peculiar.
España fue el primer campo de batalla de esta II gran guerra, y tuvo además la
desgracia de que se le superpuso una guerra civil. Las heridas de las guerras
civiles son profundas, se mantienen abiertas durante tres o cuatro
generaciones. Los jóvenes españoles que tienen ahora veinte años serán la
primera generación que se verá realmente libre de aquellos desastres.
Tiene tanto detrás, tanto sufrido y parido por ella, tanto peleado, engendrado, querido y amado, que a pesar de todos sus innumerables problemas puede considerarse afortunada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario