Vivimos momentos en España en que nuestros líderes políticos no acaban de ponerse de acuerdo en cómo administrar un poder que les ha sido delegado por el conjunto de los españoles. Pero lo peor no es que no acaben, sino que da la impresión de que ni siquiera han empezado. Y no hay que darle muchas vueltas: esto constituye un fracaso de los políticos que hace ya tiempo empezó a decepcionar a los ciudadanos.
¿Por qué esta incapacidad de llegar a un acuerdo de gobierno? Como en casi todo en la vida, hay unas explicaciones operativas, que se quedan en la superficie del fenómeno, y otras sustanciales, que van al fondo. Yo voy a intentar moverme en el terreno de lo sustancial, elaborando mi propia versión de los hechos, resumida para empezar en una sentencia:
España no ha sido capaz de darse un sistema eficaz de liderazgo político porque es una sociedad demasiado individualista.
¿Quiere esto decir que España entera es responsable de lo que está pasando? Me temo que sí.
¿Acaso pretendo librar a los políticos de su responsabilidad en todo este asunto, defendiendo que España, en vez de ser un país mal gobernado, es un país de individualistas? Sí y no. Lo que yo quiero decir es algo más complejo: España es un país mal gobernado a causa de que ha venido siendo individualista, y a la vez individualista a causa de que ha venido siendo mal gobernado.
Aparecen así las dos caras de la moneda heraclitea, el individualismo y el desgobierno, una y otra apoyándose mutuamente. Y esta moneda va siendo lanzada al aire, una y otra vez, tanto por la clase política como por el conjunto de los españoles.
En cuanto a los políticos, como españoles que son también son necesariamente individualistas. Y en tanto que individualistas han sido incapaces de construir un buen sistema de liderazgo. Pero el liderazgo es esencial para dirigir algo tan complejo y sometido a tantos azares como un país. El líder, o los lideres, tienen que ser capaces de llegar al fondo de los hechos y proponer caminos hacia el futuro que convenzan a los que están obligados a seguirlos. Nuestros partidos políticos no son escuelas de líderes. Unos se comportan como partidos chimenea y dedocraticos, donde asciendes a medida que lo va consintiendo el de arriba y al final te da el puesto tu jefe. Otros pecan de lo contrario, son destructores de líderes, han ido cortando sistemáticamente las cabezas de los que descollaban como tales. Unos y otros siguen estando ideologizados en demasía, derechas e izquierdas, esas siguen siendo las etiquetas que pretenden decirlo todo, cuando hoy, en un mundo complejo donde potencias como China emergen con un pack de comunismo de estado y capitalismo de negocios, no dicen casi nada.
Pero unos políticos que no se sienten líderes no pueden tener la ambición de dirigir a un país hacia el futuro, sino simplemente la pretensión de sobrevivir. Ese es uno de los problemas.
En cuanto a los españoles, como individualistas que somos nos cuesta trabajo identificar nuestros intereses comunes. Vemos el juego político como de suma cero, lo que te lleves tú me lo quitas a mi, y recíprocamente. Quizá sea esta una formulación exagerada, en cualquier caso nos cuesta trabajo ver que hay problemas y oportunidades en el largo plazo que son del interés de todos, como la educación, la capacidad científica y técnica, una demografía adecuada para el futuro, un sistema judicial justo, democrático y eficaz, cosas así. Y un juego político de suma cero solo puede ser de bandos, no de patriotas, apelativo este que cayó hace ya tiempo en un terrorífico desuso. Por eso muchas veces votamos, o peor todavía dejamos de votar, más con el vientre o el estómago que con el corazón o la cabeza. Así somos en lo malo, lo siento, eso es lo que creo. Y aquí está el otro gran problema político con el que nos enfrentamos.
En cualquier caso: España dio un gigantesco paso adelante en 1976, demostrándose a sí misma que era capaz de construir un sistema democrático avanzado en beneficio de todos los españoles. Lo hizo porque, aunque durante el largo invierno del franquismo nunca había llegado a creer en sí misma, valía mucho más de lo que ella misma autoestimaba. Lo que la movió entonces fue una mezcla de miedo y esperanza, esto lo he dicho ya en otra entrada reciente de este mismo blog ("Pobre España", 24 abril 2016).
Pues bien, ahora nos encontramos en circunstancias parecidas a las de entonces. Y estoy convencido de que para dar otra vez la talla, nosotros los españoles, individualistas irremisibles, necesitamos recurrir a la misma vieja fórmula capaz de movilizarnos en positivo: una combinación de miedo y esperanza.
Miedo a perder lo que ya hemos ganado, pero sobre todo a un futuro muy difícil para nosotros y nuestros hijos si no luchamos juntos por conquistarlo
Esperanza en que ese futuro existe y en que tenemos la capacidad de alcanzarlo si trabajamos juntos.
Esta receta, por supuesto, deben aplicársela en primera instancia nuestros políticos. Pero todos, es decir, todos.
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