sábado, 11 de marzo de 2017

Esperanzas renacidas

¿Cuántas vidas del alma vive uno a lo largo de la vida del cuerpo? Y por ello, ¿cuántas muertes del alma? ¿Pero puede morir un alma sin que lo haga su cuerpo? Y si puede morir, ¿puede renacer, tiene necesariamente que hacerlo?

¿Qué puede entenderse como la muerte del alma sin que lo haga su cuerpo? Yo voy a exponer mi opinión, y haciéndolo espero convertirla en mi creencia.

Un cuerpo vive en tanto late su corazón. Un alma muere cuando algo que le es esencial para seguir viviendo se le agota, pierde o rompe irreversiblemente. Esta muerte del alma puede ser lenta o súbita, dolorosa o estupefaciente, alegre o triste. Pero muerte es en cuanto a que la esperanza, que es el corazón de un alma, ha dejado de latir dentro de ella.

¿La esperanza? Sí, ese concepto universal que adopta infinidad de formas vivas a lo largo, lo ancho y lo hondo de lo humano en el tiempo. En mi caso, primero fue la esperanza del niño, que se cobijaba en las faldas de mi madre y  me permitía descubrir esa asombrosa belleza del mundo que luego apenas he sido capaz de percibir. Cuando murió, renació de ella la esperanza del joven, tempestuosa, trepidante, ansiosa de comprender y transformar el mundo. Luego entré en un campo de batalla en el que distintas formas de una misma esperanza fueron naciendo, muriendo y renaciendo. Todas ellas, por cierto, directamente relacionadas con el amor, pues no se trataba de proyectos de carrera o negocios, ni de ambiciones terrenales, sino de lo que aspiraba a ver satisfecha, esa necesidad radical que todo ser humano tiene en tanto su cuerpo vive en este mundo: amar y ser amado. Finalmente, ahora se cobija dentro de mi cuerpo la esperanza del viejo, la última que ha renacido y que sospecho será ya la que acompañe a mi cuerpo en los últimos pasos trabajosos de su carrera hasta la meta.

Toda esa atropellada sucesión de esperanzas tan radicalmente diferentes me confirma que las esperanzas del alma mueren pero son capaces de renacer, o de resucitar, según se quiera verlo.

¿En qué consiste, por cierto, mi esperanza de viejo? ¿Y en qué se diferencia de mis muchas otras muertas y renacidas esperanzas? Sigue siendo, sin duda, una esperanza puesta en mí mismo, en mi capacidad de realizar proyectos y alcanzar metas, unas ganas que me inundan como esa sangre espiritual bombeada a través de todo mi ser por ese corazón espiritual que es mi esperanza. Pero además esa esperanza mía de viejo es, cada día que pasa un poco más, esperanza en los demás. En mis hijos y nietos, mis amigos, mis personas queridas, pero también en los que quieran considerarse mis enemigos, y en aquellos otros de los que discrepo. Todavía más allá, en los muchísimos de los que solo sé que pueblan el mundo ahora o lo van a poblar en el futuro.

Se trata por tanto de una esperanza de viejo que como tal, es en buena medida transitiva. Basada, quizá, en una intuición que cada día que pasa se va consolidando más y más dentro de mí: “lo mismo de noble y bueno que yo siento, anhelo y espero, lo siente, anhela y espera la inmensa mayoría de los demás”.

Y porque el devenir del mundo y los humanos que lo pueblan nunca ha sido, ni tendrá por qué ser, un juego de suma cero, esa esperanza transitiva de un viejo, no solamente está viva, sino que hasta está justificada.

1559:- Brueghel el Viejo:- La virtud de la Esperanza.- Biblioteca Real, Bruselas.

El grabado en papel de Brueghel el Viejo que represento arriba forma parte de una colección de las Virtudes, que incluye a las tres teologales, Fe, Esperanza y Caridad, y las cuatro cardinales, Prudencia, Justicia, Fortaleza y Templanza. Es curioso que estas cardinales están extraídas directamente de La República de Platón, mostrando así hasta qué punto el cristianismo está también enraizado en el viejo e ilustre saber griego.

En el grabado que comento, la Esperanza está representada por una dama firmemente asentada sobre un ancla en el seno de un mar tempestuoso, con una pala y una hoz en las manos y lo que parece ser una colmena sobre la cabeza. El ancla fue símbolo en la Antigüedad de la esperanza de salvación, pues lo era de los barcos, que no tenían otro medio para salvarse de un temporal que los arrojara sobre la costa. La pala, la hoz y la colmena, son también símbolos antiguos de la esperanza del labrador en que llegará una buena cosecha de mies y miel. Y la esperanza está humanizada en una dama porque los tiempos de Brueghel son ya los del humanismo renacentista. El ancla mantiene firme a un barco evitando así que las olas lo arrastren y lo hagan zozobrar, y en el barco hay otro símbolo antiguo de la esperanza, los brazos alzados hacia el cielo, en petición de salvación. Por lo demás casi todo es catástrofe o zozobra alrededor. Muchos barcos se están hundiendo y los senos de las grandes olas dejan entrever peces enormes que podrían devorar a los naúfragos. En el centro del grabado, sobre el muelle, una casa se incendia y unos hombres luchan por sofocar el fuego. Y a la izquierda, un portón se abre dejando ver a unos hombres que están presos y quizá hasta torturados. Sobre ellos una ventana enrejada sugiere que todo el edificio es una prisión. Pero también hay señales de esperanza. En el centro del muelle un hombre pesca y dos mujeres, una de ellas quizá preñada, lo acompañan.  Al fondo, ya fuera de las murallas de la ciudad, otros hombres labran un campo, símbolo antiguo de esperanza. Lo mismo que el pájaro que en el mismísimo muro de la prisión está libre, posado sobre una reja; pues otro símbolo antiguo de la esperanza era un pájaro escapando de su jaula.

Bajo el grabado hay un largo texto latino que yo, con la ayuda de Google, he traducido así:

<<Agradabilísima es la convicción de la esperanza, especialmente necesaria ante las dificultades casi intolerables de la vida>>.

2 comentarios:

Paola Arciniegas dijo...

De qué belleza profunda sus palabras, estimado Olo. Una cosa solamente... No creo que nunca alcance a morir el alma sino apenas a quedar como un leve fuego pero aún ardiente entre cenizas... Y luego siempre tan chispeante el milagro!

olo dijo...

De acuerdo. Morir es una forma literaria de expresarlo. Quizá sería más preciso hablar de su opuesto, un renacer, que podría entenderse como un rebrotar, o tal como usted lo expresa, un avivarse la llama que se había quedado en brasas. Siguiendo (quizá de lejos) a la escuela de Frankfurt, yo diría que el lenguaje literario es comunicativo, en contraposición al técnico o científico, que es instrumental.Lo comunicativo es más impreciso que lo instrumental, quizá por eso está menos limitado (puede ser más amplio, más profundo, llegar más lejos, más hondo).