domingo, 7 de mayo de 2017

El PET-TAC y la nueva REVOLUCIÓN ROBÓTICA

En una situación como la mía, con una recidiva tumoral detectada por un TAC y confirmada por un examen anatomopatológico de pequeñas biopsias tomadas mediante una broncoscopia de la zona afectada, lo inmediato es someterte a un PET-TAC que explore todo el cuerpo  para la presencia de posibles metástasis.

A mí me lo hicieron hace unos días y es del PET-TAC, ese robot increíblemente sofisticado, de lo que quiero escribir hoy.

TAC es una abreviatura para Tomografía Axial Computerizada. Y PET es la abreviatura en inglés para Tomografía por Excitación de Positrones. El primer sustantivo, Tomografía, significa casi lo mismo en ambos casos. El paciente, tendido en la camilla móvil que se ve
en la foto proyectada hacia la izquierda, es introducido poco a poco en el túnel circular de la derecha. En sendas circunferencias de este círculo se disponen emisores y sensores que van generando cortes circulares con imágenes de su cuerpo.  En el caso del TAC, emisor y sensor, opuestos en los extremos de un diámetro del círculo en el que se centra el paciente, lo son de rayos X. De manera que al desplazarse su cuerpo a lo largo del túnel, lo que se va obteniendo es una radiografía tridimensional con un gran detalle. En el caso del PET, la circunferencia correspondiente contiene solo sensores, diametralmente opuestos, a los que llegan fotones, es decir luz, de muy alta energía.

Lo curioso del PET es la fuente que genera esta luz. Antes de iniciar el análisis, al paciente se le inyecta una solución radiactiva y se le tiene una hora en reposo en una habitación anexa, para que la sustancia radiactiva alcance a través del sistema circulatorio todo su cuerpo. Esta sustancia es la 18 Fluoroglucosa (en adelante 18FG), un compuesto de Glucosa con Fluor18, que es un isótopo radiactivo del Fluor. La 18FG entra en las células del cuerpo igual que la glucosa, la cual es a su vez una fuente de energía indispensable para la vida de la célula. Pero una vez dentro, la célula es incapaz de metabolizar la 18FG, por lo que ésta se acumula. Un tumor en crecimiento está hambriento de vasos sanguíneos que le lleven alimento y oxígeno, pero estos vasos van formándose poco a poco por un mecanismo que se llama angiogénesis. Por eso el tumor, con una falta crónica de oxigeno, tiene, en contraposición a los tejidos sanos del cuerpo un metabolismo anaerobio, utilizando la glucosa por una vía fermentativa que no requiere oxígeno pero que tiene por eso menor rendimiento energético. Lo que significa que el tumor, para crecer, tiene que consumir mucha más glucosa que una célula sana del cuerpo, por eso los mecanismos de transporte de glucosa y 18FG al interior celular están potenciados. Pero como la 18FG no puede metabolizarse por las células tumorales, la consecuencia es que éstas  acumulan mucha más 18FG que las células sanas.

Y ahora viene la maravilla de las maravillas. Resulta que el 18Fluor es un isótopo radiactivo de vida muy corta, que se descompone a gran velocidad, tanta que su vida útil es de unos cuantos días, de modo que tiene que transportarse en avión desde el ciclotrón que lo produce hasta el punto de consumo. En el curso de la descomposición radiactiva del 18Fluor, se produce un torrente de positrones. Estos son antielectrones, es decir, partículas subatómicas idénticas a los electrones solo que con carga positiva, parte por lo tanto de esa antimateria que nació junto con la materia en el momento del bigbang y que la acompaña a todas partes, en minoría y sumida en el misterio. Lo que sucede en los tejidos tumorales del paciente es que un positrón, nacido de una molécula en descomposición radiactiva de la 18FG, choca con un electrón de las células tumorales del paciente. Y de este choque resultan dos fotones de alta energía que se propagan en direcciones opuestas y son detectados por los sensores de fotones gamma diametralmente situados del PET. Así se generan señales luminosas que perfilan claramente el volumen y la forma de un tumor metastásico, detectándolo con gran precisión.


Toda esta maravillosa explicación está siendo ya demasiado larga para la longitud que debe tener la entrada de un blog. Pero con todo lo maravillosos que son los fundamentos científicos del proceso de un PET, lo que lo hace tecnológicamente posible es el software que analiza la inmensidad de datos adquiridos y los integra en una imagen fiable de la realidad tumoral. El PET-TAC funciona como un sofisticadísimo robot. Realiza una tarea complejísima, pero la única intervención humana que necesita es la del enfermero que inyecta en el paciente la solución radiactiva y el médico que interpreta la imagen integrada del cuerpo del paciente, buscando y evaluando los focos de actividad tumoral.

He traído toda esta historia aquí porque me ha hecho reflexionar mucho sobre los tiempos que estamos viviendo. El PET-TAC es un buen ejemplo de la nueva revolución industrial en mitad de la cual ya nos encontramos, que es una REVOLUCIÓN ROBÓTICA, apoyada en general en los muchos avances de la tecnociencia y en particular en los desarrollos espectaculares del hardware y el software.

Si analizamos la realidad que nos rodea, sobre todo en las zonas más urbanas y tecnológicamente avanzadas de nuestro planeta, encontramos muchos ejemplos más. Desde la aeronave intercontinental que nos lleva de un extremo a otro del mundo en pocas horas, hasta los generadores eólicos o fotovoltaicos de electricidad, pasando por nuestros teléfonos celulares y nuestros ordenadores de sobremesa. Y es mucho más lo que nos va a llegar pronto. En California he visto hace poco más de un año los automóviles Tesla, que no necesitan la atención del conductor, circulando ya como fantasmas tan robotizados como seguros por las gigantescas autopistas.

¿Qué significa todo esto? Ante todo un cambio de época, nada menos, la entrada en un mundo en el que el trabajo humano es mucho menos necesario y tiene que ser mucho más especializado y a la vez sofisticado. La consecuencia inmediata es que en muchos países avanzados mucha gente se está quedando sin trabajo. A la vez, como muchos países atrasados están sometidos a las presiones terribles de la guerra y la miseria, la presión inmigratoria sobre los países avanzados que favorece un alto nivel de paro y una degradación continuada de los salarios, no hace sino crecer, en un círculo vicioso que genera los muchos movimientos populistas que, desde Trump hasta Maduro pasando por Le Pen y el español Podemos, cada uno con sus matices más de izquierda o de derecha, estamos viviendo.

El futuro es impredecible. Yo solo veo con claridad dos cosas, en mi opinión las únicas capaces de hacer posible la entrada en una nueva época luminosa y liberadora, no solo para los humanos sino para la Tierra entera. 

La primera es una globalización radical de la conciencia moral del mundo, sobre la base de la noviolencia. 

La segunda, una revolución radical en la educación, que deberá ser permanente y totalmente distinta a lo que ahora mismo entendemos.

 ¿Será todo eso factible?

 ¿Por qué no, si ya es pensable?


Además, lo que estamos viviendo no es nuevo. En mitad del S. XIX se desarrollaba en Inglaterra con enorme dinamismo la primera revolución industrial. El gran Charles Dickens fue testigo en sus novelas de las miserias que acompañaron a aquella época luminosa. Mucha de la población rural había emigrado a las grandes ciudades inglesas en busca de nuevas perspectivas. Lo que encontró fue, en buena medida, explotación, trabajo descarnado de los niños, hambre, miseria, desamparo. Hizo falta más de un siglo, dos guerras mundiales con decenas de millones de muertos y un par de totalitarismos terribles, el de Hitler y el de Stalin, para que las nuevas esperanzas tecnológicas se convirtieran en avance social. Marx creyó ingenuamente que la revolución era un asunto científico y tecnológico, inspirado quizá por los gigantescos éxitos científicos de Newton y Darwin. Se equivocaba. El avance social es, en lo más hondo de sí mismo, un problema moral.

1872.- Gustavo Doré.- Wentworth Street, Londres.- Museo Británico


2 comentarios:

Paola Arciniegas dijo...

La tecnología es una maravilla para muchas cosas pero ante ciertos procedimientos soy francamente escéptica; desde que se requiere la aplicación de una substancia al organismo que puede ser peligrosa. No digo que no sean de mucha utilidad como las mismas radiografías y las biopsias pero tienen sus efectos adversos. A veces envidio la simplicidad con la que los indígenas de tiempos pasados se curaban con la naturaleza, con frutos silvestres, hierbas y ese tipo de cosas...

olo dijo...

Querida Paola,
En los métodos tradicionales de curación hay al menos dos factores muy importantes: el primero es que los shamanes descubrieron empíricamente muchas plantas que contienen especies químicas con capacidades curativas más o menos específicas, de hecho los mismos principios activos, ahora caracterizados químicamente y estudiados médicamente, se usan en las modernas farmacopeas; el segundo está en las potencias psicoterápicas del cerebro humano, pues este cerebro, con todas sus capacidades mentales y a través del sistema nervioso, está íntimamente conectado con todo el cuerpo.

Yo tengo el máximo respeto por la curación tradicional, tal y como la practican las machis chilenas y otros shamanes a todo lo largo del ancho mundo. Creo que, efectivamente, es capaz de curar sin que tenga que intervenir la magia. Pero la medicina científica ha supuesto un progreso importante, que se manifiesta en al menos dos grandes hazañas: la disminución de la mortalidad infantil y el aumento de la duración de una vida digna para los viejos.

Desde los tiempos en que Adán y Eva fueron expulsados del Paraíso, es propio de la condición humana rebelarse contra la Muerte, considerarla intolerable. Para ello los humanos han utilizado desde siempre dos armas, la Religión, que trascendía la Muerte, y la Medicina, que la posponía. En las culturas tradicionales, Religión y Medicina estaban integradas en los poderes del shaman. El mundo moderno, tan reduccionista, las ha separado. Más aún, en las sociedades avanzadas la Religión ha perdido mucha de su fuerza tradicional en favor de la Medicina. Este desequilibrio es, en mi opinión, una pérdida. Creo que los humanos deben luchar contra la Muerte y a la vez estar preparados para aceptarla. Lo que esto último significa es que la Muerte es nada más que una salida del espaciotiempo. Lo que nos espera a cada uno después de morir es un misterio imposible de desentrañar.