Porque, en efecto, nos replegamos para así poder renacer, retrocedemos unos pasos para así poder ganar el impulso necesario para un nuevo salto. Al hacerlo nos acogemos a la vez al simbolismo del nacimiento de Jesus, que vino al mundo para cumplir una promesa, la de salvarnos definitivamente de la muerte. Pues la vida de cada uno de nosotros es siempre, por encima de cualquier otra cosa, una promesa y una esperanza.
Por todo eso la Navidad es a la vez una fiesta entrañable, llena de dulzura, y el recuerdo de un destino trágico, ese que nos espera a todos y que nosotros los cristianos creemos que es un renacer definitivo en un salto fuera del espaciotiempo.
Es la fiesta del Niño Dios y a la vez de ese niño que siempre habrá en cada uno de nosotros: esperanzado y atormentado, gozoso y asustado, joven y viejo. Como el entero universo, atareado en su viaje.
Feliz Navidad a todos.
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