Diez días ya en España, dejada
por fin atrás la gripe. Notando la distancia enorme a la que queda Chiloé de
aquí, no física sino psicológica, geográfica, antropológica. Con estas
distancias me llega, inevitablemente, la nostalgia.
Aquí todo es mucho más político
que allí. La gran noticia ha sido el triunfo de Syriza en Grecia, que no ha
sorprendido a nadie. Muy significativa la casi coincidencia con las medidas
anunciadas por el BCE para comprar, ¡por fin!, deuda de países de la Unión
Europea. ¿Por qué ahora sí y antes no, porqué Alemania ahora consiente? Si
hubieran llegado antes estas medidas del BCE, desde que empezaron a pedirse con
insistencia, habrían evitado muchos sufrimientos en toda la Europa del Sur. La
inevitable sensación de que en esta Europa tan aparentemente democrática y
abierta nunca se nos cuenta la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad.
Quizá por eso lo que yo percibo en Europa como un sentimiento predominante es
el desánimo generalizado, a un paso del aburrimiento. Y el aburrimiento, lo
dice un viejo como yo que tiene que saber obligatoriamente de estas cosas, no
es sino un preludio de la muerte.
En España, tan romana siempre y
por eso tan aficionada a los toros y el circo, está de moda Podemos, que
pretende ser el Syriza español. Pero mucho me temo que Podemos nunca llegará a
ser la gran esperanza de salvación de la izquierda española. Es un grupito
demasiado pequeño, políticamente anticuado desde su leninismo, económicamente
incapaz de gobernar por falta de preparación y financieramente apoyado por fuerzas oscuras que no buscan
precisamente el bien de España, entre las que está Irán. Aun así, si no mete
demasiado la pata de aquí a las elecciones, Podemos puede tener un gran triunfo
electoral. Lo votará mucha gente como con frecuencia se vota en España, a la
contra, para que le den caña al PP y sobre todo para que castiguen al PSOE. Todo
esto, en muchos aspectos, quizá sea hasta oportuno.
Pero una solución suficientemente
duradera de la crisis política española, una nueva Transición como la que se
hizo en 1976, solo puede venir de la consolidación de un centroderecha (PP) y
un centroizquierda (PSOE) que sean de una vez capaces de coaligarse sin
complejos en gobiernos de concentración fuertes, como saben hacerlo los
alemanes, cuando las circunstancias lo requieran.
Y antes o después lo van a
requerir, para enfrentar de una vez por todas el verdadero problema político de
España: reformar la Constitución para poner orden en el estado autonómico antes
de que España se desmorone. Sacar de una vez a España del siglo XIX en que dejó
de ser un imperio, dando un salto por encima del XX en que nunca llegó a saber
lo que era, para aterrizarla en el XXI como una gran nación europea,
desterrando definitivamente de nuestro mapa político todos los carlismos.
Claro que siempre hay un pero, o varios.
Para culminar esa difícil tarea España necesitaría del firme apoyo de la Unión
Europea, que a su vez requiere la reconstrucción de un claro liderazgo
francoalemán y quizá la salida definitiva del Reino Unido, que nunca se sintió cómodo en una Unión tan continental.
¿Difícil? No, ¡dificilísimo!
Pero posible, y sobre todo
necesario.
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