domingo, 28 de junio de 2015

Encuentro soñado

Ayer al alba me desperté en mitad de un extraño sueño. Tan extraño que todavía lo recuerdo. Fue así:

“Ratoneando por Internet, encuentro un blog escrito por una mujer a la que conozco. Me sorprende, no sospechaba que ella estuviera metida a bloguera. Empiezo a leer su última entrada. Es larga, fraguada como una suerte de soliloquio filosófico que entiendo sin problemas y que además puedo ir comprendiendo perfectamente. Su lógica es perfecta y su contenido profundo, a veces hasta cargado de emoción”.

 “Continúo la lectura con avidez, más y más interesado, admirado, aprisionado por la fuerza de sus líneas. Tengo que leer más y más deprisa, mi lectura sigue siendo correcta y lúcida, pero se me va haciendo más y más complicada. Sigo entendiendo lo que mi amiga escribe, pero me es más y más difícil de comprender. Sin embargo, sigo sintiendo en lo muy hondo dentro de mí mismo que lo que escribe dice verdad.”

“La velocidad de lectura se me hace vertiginosa, llega un momento en que ya no comprendo lo que escribe y muy pronto empiezo hasta a no entenderlo. Siento como si me estuviera absorbiendo una catarata de palabras mágicas." 

"Finalmente me despierto, pero lo hago sereno, satisfecho, hasta un poco maravillado.”

Esta es la vivencia que hoy todavía tengo, pero el  pormenor de sus contenidos concretos, sus cuestiones, posicionamientos, argumentos, hallazgos, rodeos, todo eso lo he olvidado completamente. Me queda, marcándome como un hierro al ganado, esa vivencia de haber penetrado oníricamente en un cerebro humano. Que forma parte del mismo barro con una mente y un espíritu.


Los cuales tres, probablemente, no son sino los míos. Aunque me quedan dudas, de esas que son imposibles de resolver.


Niagara

sábado, 27 de junio de 2015

Dominique Strauss Kahn sobre el problema griego.

"Le Monde" acaba de recoger la opinión de DSK sobre la crisis abierta hoy entre la troika y Grecia. Esta opinión me parece interesante y valiente, más aún procediendo de alguien que fue director del FMI,  tuvo un gran prestigio internacional y lo perdió por abusos sexuales. Yo mismo he denostado a aquel DSK en este blog.

La referencia es:

http://fr.slideshare.net/DominiqueStraussKahn/150627-tweet-greece

Y el texto se da en francés inglés.

DSK viene a decir que si bien el FMI tuvo que intervenir en el asunto, es decir, la actuación de la "troika" estaba en principio justificada, tanto el FMI como la Unión Europea se equivocaron en muchas de sus decisiones.

Para él hay una salida a la situación, que es la combinación de lo que yo llamaría un "semicorralito" con una quita total de una parte significativa de la deuda griega que lo es institucional, bien a los propios paises miembros del Eurogrupo, al BCE o al FMI.

Y termina su texto con una frase que quizá parezca dramática pero que al menos para mí no lo es, y que traduzco:

<<Tales son los errores que Europa ha cometido demasiadas veces a lo largo de su historia para volverlos a repetir ahora. Hablando así, quiero conjurar a mis amigos y antiguos colegas para que no perduren en un camino que me parece un callejón sin salida>>

https://twitter.com/dstrausskahn

miércoles, 24 de junio de 2015

¿QUIÉN DEBERÍA AVERGONZARSE POR LO QUE ESTÁ PASANDO CON GRECIA?

El bochinche que hay montado en el Eurogrupo a causa de la deuda griega es cualquier cosa menos ejemplar. La troika (Eurogrupo  + Fondo Monetario Internacional + Banco Central Europeo) representa un poder político, económico y financiero inmenso  frente a un pigmeo como Grecia. Y sin embargo, nuestros medios de comunicación nos muestran lo que acontece como una lucha titánica entre dos iguales.

Jürgen Habermas, el filósofo alemán, publica hoy en Le Monde sus opiniones sobre este penoso asunto. Una de sus tesis es que lo que debería ser un problema político se está tratando como un problema financiero, de aquí el papel dominante que juegan en las negociaciones el BCE y el FMI.

Lo que esto pone de manifiesto, siempre según Habermas, es que la Unión Europea no solo no ha avanzado en unión política, sino que ha retrocedido. Yo añado que se parece cada día más a aquella Zona de Libre Cambio que se inventaron los ingleses allá por los 1960’s como antagonista del Mercado Común naciente, cuando todavía creían que podrían neutralizarlo.  Al final los británicos van a ganar la partida, lo que me parece triste.


Creo que lo que está pasando en Grecia es, además de una injusticia, en la que se está culpando al pueblo griego de los errores que cometieron los políticos y los banqueros griegos y europeos, una vergüenza para la Unión Europea, y particularmente para Alemania, Francia, Italia y España. El Eurogrupo necesita líderes fuertes que tengan una visión política clara de la Europa a la que se puede llegar y que sean capaces de jugarse sus destinos personales en el empeño de conseguirlo. Los hubo en su tiempo, pero ahora escasean.

domingo, 21 de junio de 2015

A ese se le va a caer el pelo

El título de esta entrada es una frase coloquial en el español que se habla en España. Dicen que procede del siglo XIX y se usa para hacer referencia a alguien que, habiendo sufrido un fuerte choque emocional, pierde como consecuencia todo el pelo de su cuerpo. El diccionario de la Academia Española califica la frase así: “sufrir una persona las consecuencias por una mala acción que ha cometido, especialmente mediante un castigo duro”.

Pues bien: la quimioterapia actúa como un castigo, salvador, eso sí, para el paciente que padece cáncer, y una de sus consecuencias lesivas es la caída del pelo, que tiene lugar en el 80% de los casos. Más en general, la quimioterapia afecta a todos los tejidos cuyas células siguen siendo capaces de crecer: epidermis con sus pelos, mucosas bucales e intestinales, médula ósea, etc.

Yo, a la espera de acontecimientos, me rapé la cabeza antes de que la quimio empezara, respetando mi barba. He venido observando todas las mañanas, en ese examen minucioso que uno se hace ante el espejo del cuarto de baño, mi pelambrera. Durante las dos primeras semanas posteriores al comienzo de la quimio, mis pelos seguían sanos. En la tercera semana, que culmina hoy, empecé a notar algo anormal: mi cabello no caía, pero se adelgazaba. Si los pelos de cabeza y barba habían venido formando una suerte de bosque tupido, llegó un momento desde el que más y más empezaron a parecer los árboles carbonizados de un bosque después de un gran incendio, troncos negros y famélicos, en eso fue quedándose todo. Y desde ayer esos árboles quemados han empezado a caerse también.

Uno observa estos acontecimientos con curiosidad, pero no puede evitar sobrecogerse un poco. “Diablos”, piensas, “si todo eso está pasando por fuera, qué no estará pasando por dentro”. Y al ver cómo empieza a aparecer, por detrás de tu barba agonizante, esa quijada tuya que ya habías olvidado, hasta te conmueves.

Te consuela acordarte de los monjes que permanecen rapados durante toda su vida, en un gesto bien visible de renunciación, de desapego respecto a las glorias y vanidades del mundo. Leones desmelenados, eso es lo que quieren ser los padres cartujos o los monjes budistas, rapados todos voluntariamente en manifestación del camino que han elegido. “Todo sea por la salvación”, quizá piensen ellos. “Todo sea por la curación”, piensas tú, que viene a ser lo mismo.

Ahora, cuando sales a la calle, te calas aquel sombrero Panamá que te compraste hace muchos años en Ecuador y que nunca habías usado, o una gorrita de tela ligera, para que te protejan del Sol sin calentarte demasiado una cabeza que, por otra parte, quieres mantener lúcida, fría, hasta distante de todas tus pequeñas miserias.


Una cabeza alopécica que te observe a ti mismo con fría curiosidad, no exenta de humor. Que te considere un fenómeno digno de ser observado, nada más. 

Eso es lo que tú quieres que haga, y hasta el momento lo estás consiguiendo.

martes, 16 de junio de 2015

Quién pasea a quién

Saco de paseo a mi perro Curro dos veces todos los días, por la mañana y por la tarde.  Al menos eso creo yo. Pero empiezo a sospechar que Curro cree que es él quien me saca de paseo a mí.

Estos paseos se nos han hecho a los dos absolutamente imprescindibles. Curro, que tiene dos años y está en la plenitud de sus fuerzas, les imprime un ritmo muy rápido, sobre todo al principio. Tira de mí como podría hacerlo un perro esquimal de su trineo. Olisquea frenéticamente todas las huellas dejadas por otros perros, él mismo va dejando sus marcas a lo largo de nuestro recorrido. Se engalla y eriza su crin al cruzarse con algunos perros que de alguna manera escondida para mí, lo provocan. Se asusta y hace bruscos quiebros cuando se nos acerca algún grupito de adolescentes, señal probable de que en sus tiempos de perro vagabundo algunos humanos jóvenes le hicieron pasar malos momentos. Pero su mundo a lo largo de estos paseos lo es fundamentalmente de olores.

Mientras que el mío lo es de visuales. Escudriño la belleza de los jardines que voy dejando atrás, sus diferentes tonos de verde, el rojo encendido de las brácteas florales de las bouganvillas, el porte elegante de las palmeras más altas, con sus hojas al son del viento, la espesura misteriosa de los setos de hiedra o ciprés. Pero sobre todo vigilo los cielos para identificar a los aviones que pasan veloces y altísimos sobre mí. Puedo hacerlo gracias al software de Flightradar24, cargado en mi celular, que me da la situación en cada instante de las aeronaves que me sobrevuelan, junto con todos sus datos identificativos. Aunque en verdad, con esos excesos que tiene la información que nos llega a todas horas de todas partes, es capaz de darme la misma información exhaustiva para todas las aeronaves que están cruzando en un momento dado todos los cielos del mundo.

En Sevilla la mayoría de los aviones que me sobrevuelan son los que unen mi ciudad con otras europeas, o éstas con las Islas Canarias orientales, Lanzarote y Fuerteventura. Pero también están las que enlazan Marruecos con Francia. Y a veces aparecen algunas aeronaves exóticas que encienden mi imaginación, como las que unen Lisboa con una u otra de las dos capitales del Africa portuguesa, Maputo de Mozambique  y Luanda de Angola. Aunque la más misteriosa de todas es esa gran aeronave de Air China que cruza majestuosa de Beijing a Madrid a través de la inmensa Siberia y luego de Madrid a Sao Paulo, con vuelta.

Toda la gente extraña y variopinta que vuela sobre mí, la tengo tan inalcanzable… pero a la vez está tan próxima, justo encima mía, a no más de diez kilómetros. Cuando identifico a uno de estos aviones misteriosos me gusta imaginar cómo serán sus pasajeros. Hay vuelos que por su origen y destino supongo llenos de turistas centroeuropeos que huyen de sus grises, ávidos de alcanzar los rojos calores africanos para tostarse al Sol, junto a las playas azules. Otros vuelos no pueden estar poblados sino por comerciantes para los que el tiempo es oro y funcionarios que viajan gratis en primera clase como mandarines que son de nuestros tiempos. Ese vuelo de Air China entre Beijing y Sao Paulo, el único en su género, ¿por qué hace precisamente escala europea en Madrid, y no en Paris o Frankfurt? Quizá porque está orientado a otros destinos sudamericanos. Me imagino ese avión lleno de extraños comerciantes chinos entre los que podrían camuflarse formidables espías, de mafiosos traficantes en trabajo esclavo, de comerciantes latinos que se dirigen a explorar los mercados chinos, de alguna de esas mujeres misteriosas que a veces se encuentra uno flotando por el mundo.

Todo eso y más, tan cerca de mí, sobre mi cabeza, hasta dentro de ella, pero a la vez tan alto, tan estratosférico, tan inalcanzable…

A veces Curro frena bruscamente su vivo paso ante un olor demasiado complicado o atractivo, y así me frena a mí. En esos instantes me siento dominado, dirigido por él. Intento que continuemos nuestra marcha pero no me hace caso. Más que mi perro me parece el ancla que fija al suelo ese barco que debería ser yo. Hasta que decide ponerse de nuevo en marcha y yo, uncido a él por la cadena que nos une, lo sigo.

En momentos así me doy cuenta de que Curro cree que no soy yo el que lo saca de paseo a él, sino él a mí.  Que está convencido de que dirige nuestros pasos y me lleva a través de sus aventuras callejeras para que yo lo proteja y así pueda sentirse más seguro.


Y descubro que esta situación, en la que los dos nos sentimos encadenados y mutuamente dependientes el uno del otro, dueños ambos y a la vez mascotas, es la que convierte nuestros paseos en una hermosa experiencia compartida, que nunca olvidaremos. 


El silencio que nos permite oir

Me levanto casi todos los días en plena madrugada, mucho antes de que amanezca. Como ya se acerca el verano boreal duermo con la ventana abierta, de modo que mi despertar viene inducido y acompañado por el canto de los mirlos que anidan en los jardines cercanos.

Es un canto bellísimo, lleno de contrastes. Se inicia con precisión cronométrica una hora antes de que salga el Sol, en ese tiempo que los astrónomos llaman crepúsculo naútico, cuando los marinos de los grandes veleros antiguos podían ver, a través de sus sextantes, las estrellas más brillantes y el horizonte marino a la vez, lo que les permitía determinar su posición. 

En esos momentos reina todavía la oscuridad. La ciudad no se ha despertado, pero está muy próxima a hacerlo. El canto de los mirlos no dura más allá de media hora, es seguido y pronto desplazado por el bramido creciente y lejano de miles de motores de explosión. Los dulces sonidos cantores de los pájaros se extinguen entonces, sepultados por el puro ruido.

Me he preguntado por qué cantan los mirlos a esa hora tan temprana y oscura. ¿Qué mensaje quieren transmitir? Quizá canten para acabar con el silencio de la noche, proclamando la inminente llegada del día, como hacen los gallos de nuestros campos. Este canto sería una rotunda, bulliciosa manifestación de vida. Nada más… y nada menos. Pero se me ocurre pensar que podría ser también la preparación indispensable para transmitir un mensaje de silencio: su eventual interrupción brusca, por la presencia de una amenaza o un enemigo, equivaldría a una señal de alarma.

En esta especulación mía el silencio aparece como un complemento indispensable del sonido, uno y otro son las dos caras de una misma moneda heraclitea, comparten lo esencial de su naturaleza.

Un fenómeno parecido al de los mirlos sevillanos (Tordus merula) lo he observado en los tordos de Chiloé (Curaeus curaeus) (ver en este blog la entrada Naturaleza chilota, 24 octubre 2014). Su canto es también bellísimo. En épocas del año fuera del período de nidificación, vuelan en grupos de diez a quince individuos recorriendo las pampas y zonas de matorral para alimentarse. Mientras que la mayoría de ellos busca entre el pasto semillas y bichejos comestibles, hay siempre uno que permanece en lo más alto de una gran quila cantando sin parar. Este cantar es una improvisación llena de matices que recuerda la multitud de variaciones espontáneas e intuitivas de un músico de jazz. Estoy convencido de que lo que transmite al resto de los tordos ocupados en la noble tarea de comer es un mensaje de tranquilidad. Y que la alarma desgarradora, esa que los lleva a todos a ponerse inmediatamente a salvo de un peligro que no ven, se produce cuando el tordo vigía y cantor se calla.

El silencio aparece aquí como un componente principal del mundo de los sonidos. Como un sonido fundamental, al que podríamos llamar no-sonido, que modula y da forma a todos los demás.

En animales capaces de articular complejos mensajes de voz, como es el caso de los humanos gracias al desarrollo extraordinario de nuestras cuerdas vocales, el silencio es una parte muy importante de los sonidos. Hay muchos tipos de silencio. El que nace de la intimidad entre amigos o amantes, que se comunican íntimamente con la simple cercanía silenciosa del otro. Pero también está el silencio escéptico del adversario que escucha tus argumentos sin terminar de aceptarlos. Y el silencio condenatorio al que te someten tus enemigos.

Toda la naturaleza, no solo los pájaros cantores, nos habla a través de sus silencios. Así el rumor de un viento suave, una brisa, en las frondas de los árboles cercanos, hecho de un fino crepitar de roces y silencios, que oímos bien cuando no hay ruidos próximos que lo interfieran, y que lo mismo puede traernos paz que una aguda sensación de soledad. O la cadencia de las olas que rompen frente a nosotros, en la playa solitaria, como los latidos de un gigantesco corazón oceánico. O el vacío sónico que sigue a los truenos lejanos que emanan de las nubes de tormenta, remarcando la majestad de éstos. Tantos otros…

De manera que el silencio no solo es el modulador imprescindible de nuestras percepciones sónicas, sino un sonido en sí mismo, el no-sonido.   Con un papel análogo al de ese número cero indispensable para dar dimensión y contenido a los restantes nueve guarismos, cuando todos juntos se integran en las cifras que miden nuestro mundo.


Donde el silencio no puede vivir y expresarse es dentro del ruido. Éste carece de armonía interna, de ritmo, de cadencia. Casi me atrevería a decir que el ruido es la basura sónica de la actividad humana, que no existe en la naturaleza sino que es una  consecuencia de esa incesante actividad nuestra. Por eso el reino de los ruidos está en nuestras grandes ciudades, formando en ellas una parte fundamental de nuestros excrementos. Basura, en definitiva.

domingo, 14 de junio de 2015

Hospital de día



La gran sala rectangular está dividida por una serie que parece inacabable de filas transversales en las que se disponen los pacientes oncológicos para recibir sus tratamientos. Un lado de esta sala es a todo lo largo pasillo de comunicación. El lado opuesto está cubierto por grandes ventanas que llenan de luz todo el recinto.

Cada paciente se sienta en un cómodo sillón, junto a una compleja bomba peristáltica, unido por las venas de su brazo a los caudales múltiples de esta bomba. En una silla más espartana puede sentarse el familiar que lo acompaña. Los enfermeros circulan con rápida eficacia por todo el recinto, regulando los flujos de soluciones anticancerígenas, abriendo flujos nuevos, cerrando flujos que ya se han agotado, atentos a las alarmas sónicas que disparan de vez en cuando las bombas. Son amables, precisos, eficientes. De vez en cuando circula también un carrito llevado por un par de voluntarios de alguna asociación de ayuda contra el cáncer, que reparte gratuitamente sándwiches y zumos entre los pacientes, además de simpatía y palabras que, sin mencionar la enfermedad, lo son de aliento.

En tu primer día allí tienes una sensación parecida a la que tuviste en tu primer día en la escuela, o en la universidad, incluso el día en que te pusiste por primera vez el uniforme de soldado para iniciar tu servicio militar. Esa sensación de que has cruzado un puente, pero precisamente uno de los pocos puentes importantes que van dibujando los trazos de tu vida. Cuando eras niño fue tu madre la que te dejó, abandonado por primera vez en tu corta vida, a la puerta del colegio. Luego cruzaste muchos otros puentes solo. Cuando partiste para tus grandes viajes de aventura fue tu mujer la que te dio el último beso. Ahora es tu hija mayor la que te acompaña.

Te das cuenta de que estás allí para aprender. No para que lo haga tu mente, pero sí tu cuerpo, que va a ser sometido a una rígida disciplina con la que se espera ayudarle a  ganar el pulso que va a jugarle al cáncer.

Al cáncer, sí. No a tal o cual cáncer, sino a un cáncer genérico, casi divino como lo fueron los dioses paganos, que es el gran protagonista de aquel hospital de día y que comparten todos los pacientes. Ese cáncer con numerosos rostros y apariencias que es el gran perturbador, el destructor del delicado equilibrio corporal, la equilibrada homeostasis, que constituye la esencia natural de lo humano.

Te llama la atención no ver por allí, siendo tu país tan extrovertidamente religioso, alguna cruz colgando de la pared o alguna imagen de la Virgen. Pero cuando lo piensas comprendes que aquel hospital de día es una suerte de extraño templo, sí, pero exactamente  opuesto en significado a una iglesia. En ésta se rinde culto a Dios, en aquél a un ente maligno, el cáncer. Y el culto que se le rinde al cáncer en el hospital de día consiste en un ceremonial de destrucción, una liturgia de guerra a muerte.

Aunque finalmente entiendes que tanto a la iglesia como al hospital acudimos los humanos en busca de refugio contra el mal. En la iglesia lo trascendemos, lo sublimamos, lo perdonamos y nos lo es perdonado; es la aproximación religiosa al problema. En el hospital le salimos al encuentro, le cortamos el paso, lo neutralizamos y hasta lo destruimos; es la aproximación técnica, esa que está en la base de la medicina y la ciencia.

Los pacientes lo somos de todas las edades, aunque abundamos más los viejos, no en balde el cáncer es un destructor de imperios decadentes. Y el tratamiento que se nos da en aquella batalla campal es la quimioterapia, una suerte de artillería en la que los proyectiles machacan inmisericordes el terreno a batir, que es nuestro cuerpo, donde las rebeldes células cancerosas corren y crecen enloquecidas, de un lado para otro, sin cubrirse, siendo así más fáciles de destruir que nuestras células sanas, entre las que inevitablemente hay también víctimas colaterales.

Esta destrucción artillera de la quimioterapia lo es a distancia, al ritmo de encuentros aleatorios en los que la muerte de la población total de rebeldes células cancerosas sigue una cinética exponencial. Lo que significa que nunca hay garantía absoluta de dar en todos los blancos, de destruir totalmente a los rebeldes. Y si algunos supervivientes de entre estos rebeldes rebrotan, habrá que bombardearlos de nuevo. Pero toda esta aniquilación es en buena medida indiscriminada y al hacer daño también a las células sanas no puede repetirse indefinidamente.

Pienso en todo esto. Lo que la quimioterapia te da no es, salvo en casos muy contados, la curación total, sino simple tiempo de vida.

Tiempo de vida, sí, tiempo de vida. Pero siendo los humanos como somos mortales de necesidad, ¿no es éste precisamente el gran objetivo, la gran victoria, de la medicina?