Curro y yo salimos para nuestro paseo vespertino. A pesar de
que son ya las ocho de la tarde, el calor es atroz, 40ºC y una ausencia total
de viento. De los jardines que flanquean la calle que recorremos no emana sino
una aplastante sequedad.
Súbitamente me llena una alucinación olfativa. El perfume
finísimo y fresco de un inexistente seto de mimosas me posee. ¡Tan
fantástico!... Sé que procede de algún escondrijo en mis memorias cerebrales,
pero además lo identifico enseguida: aquella noche de 1981 en Ghardaia, pleno
Sahara argelino…
Ghardaia |
Habíamos viajado hasta allí en autobús desde Argel. Al
atardecer dejamos atrás los montes del Atlas argelino y con ellos los últimos árboles.
Después recorrimos nuestros primeros trescientos kilómetros saharianos en plena
oscuridad, ciegos frente a los nuevos paisajes del desierto. Cuando llegamos a
Ghardaia, el primer gran oasis sahariano en nuestra ruta, eran ya las nueve y
media de la noche. Caminamos con nuestras mochilas a cuestas hasta el Hotel
Transatlantique. Primer choque surrealista: ¿cómo puede dársele un nombre
oceánico a un hotel en pleno desierto? El caso es que aquel hotel estaba lleno de
unos encantos aventureros que desaparecieron hace tiempo de la faz del
mundo, ocupado solo a medias como estaba por gente variopinta que se disponía
de modos muy distintos para la travesía del Gran Desierto.
El Hotel Transatlatique de Ghardaia, como era cuando lo visitamos |
Nosotros estábamos hambrientos de ver y conocer. Dejamos
nuestras mochilas en la habitación y salimos enseguida para pasear la ciudad.
Las calles estaban solitarias, la atmósfera era extremadamente
seca y fría, el cielo sin Luna, cuajado de estrellas innumerables y
multicolores como solo puede estarlo en un desierto. Aquella era la parte
colonial de la ciudad, hecha de casas ocultas entre grandes jardines. Doblamos
una esquina y nos tropezamos con el increíble seto de mimosas. Arboles grandes,
entrelazando sus ramas unos con otros para formar el tupido seto espinoso,
cubiertos de una multitud de florecitas amarillas que exhalaban el finísimo
perfume.
Ese perfume… había vuelto a mí en toda su plenitud con mi
alucinación olfativa. Él fue quien me permitió rememorar con precisión
microscópica aquellos días lejanos. En un instante lo colocó todo en su sitio:
mis dos amigos tal y como eran entonces, nuestra ilusiones compartidas, nuestro
afán de aventuras.
Tras nuestro corto paseo, alcanzamos el restaurante del
hotel todavía abierto y cenamos algo. El camarero, que enseguida supo quiénes
éramos, nos dijo que el jardinero de aquel hotel perdido era un español, como
nosotros. A la mañana siguiente, antes de partir, quisimos conocerlo. Fuimos a
sus habitaciones, que ocupaban una casita pequeña al fondo del jardín. Se llamaba José
María y era un hombre ya viejo y solitario, lleno sin embargo de una amabilidad
seca y bondadosa. Nos explicó que llegó a Argelia huyendo del final de la
guerra civil española, en 1939. Los azares de la vida lo llevaron hasta
Ghardaia y allí se moriría, eso nos confesó con una media sonrisa de hombre
duro. No tenía familia en España o había perdido todo contacto con ella. Solo
tenía su puesto de jardinero en aquel jardín perdido del Hotel Transatlantique,
en medio del desierto, entre el perfume de las mimosas.
Jose María me pareció un personaje absolutamente barojiano.
El hombre solo y solitario, cuyos destinos han venido siendo escritos con
trazos de desgracia y mala suerte, que pese a todo jamás perderá su dignidad de
hombre y sus ganas sobrias de vivir. El perfume alucinado de las mimosas en mi
cerebro me traía ahora todo el detalle de su rostro anguloso y severo, su pelo
cano peinado hacia atrás, sus pequeños ojos castaños, sus manos nervudas, su cuerpo ascético, su
levísima sonrisa hacia dentro.
Aquella inmensa parte de nuestras vidas que ya hemos vivido,
la seguimos llevando dentro, tan fresca y joven como cuando solo fue puro
presente. Las alucinaciones pueden ser puertas misteriosas que se nos abren,
llamadas que se nos hacen, recuerdos que se encienden por sorpresa en nuestras
memorias.
Flores de mimosa |
1 comentario:
Muy agradable todo el texto. Me hace evocar a Proust; la importancia de un pequeño detalle para llevarnos atrás de un modo revelador y claro. Hermosas flores, no las conocía.
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