Han terminado por fin las cuatro
sesiones que con intervalos de tres semanas entre ellas han constituido el
ciclo quimioterápico al que he sido sometido. Ahora a reponerse y esperar
acontecimientos, a recuperar la normalidad cotidiana y mirar hacia el futuro.
Cada sesión, que se extiende a lo
largo de tres días, es como un largo combate de boxeo, en el que tu cuerpo
recibe golpes que equivalen a los ganchos o directos en el hígado que podría
atizarte un boxeador curtido en muchas luchas. Los efectos de estos castigos
son acumulativos, de manera que llegas al final del ciclo con la sensación de
haber alcanzado una meta difícil, en la que la conciencia de haberlo conseguido
es inseparable de una extraña fatiga psicológica.
Sabes que la quimio implica una
agresión a tu cuerpo, que induce en él transformaciones radicales cuyo alcance
desconoces. Pero lo que despierta tu curiosidad son algunos efectos colaterales
que, sorprendiéndote, pueden llegar a resultarte hasta divertidos. Así oyes mal,
tus oídos están llenos de pitidos lejanos que suenan como un tropel de cigarras
en una tarde calurosa de este verano de cambios climáticos. Esta semisordera es
particularmente intensa para lo que te llega desde el televisor, lo que no deja
de ofrecerte, reconoces con ironía, una oportunidad. O tienes mareillos que te
hacen sentirte flotante. Duermes mal, con muchos despertares de madrugada, sin
llegar nunca al descanso profundo. Te fatigas en tus dos paseos cotidianos con
Curro cuando él, ansioso de olores y otros descubrimientos, tira de ti como un
perro esquimal lo haría de su trineo, obligándote a acelerar un paso que tus
pulmones maltratados y tu corazón cansado sienten muy cuesta arriba.
Pero lo que más te sorprende es
el aumento de peso. Como resultado de una sesión de quimio engordas en unas
horas seis kilos que luego vas perdiendo día a día hasta que en algo más de una
semana has recuperado tu peso normal. Estas transformaciones tienen una causa,
y es que en una sesión te inyectan por vía venosa unos seis kilos de líquido
que disuelven y diluyen los agentes antineoplásicos. Además, en los días que
siguen estás sediento y no paras de beber. Pero ¡diablos!, seis kilos son
muchos, muchísimos kilos. Equivalen al peso de un bebé neonato con todos sus
soportes acompañantes, placenta, etc. Te acuerdas de las mujeres embarazadas y
comprendes el peso de su inmanencia biológica y como ellas son radicalmente diferentes
a todo lo que tú puedas llegar a ser. Porque además, en tu caso, los seis kilos
de sobrepeso están uniformemente distribuidos por todo tu cuerpo, como un buen
riego que empapara tu tierra. Tú no te sientes portador de una promesa como una
mujer preñada, sino inflado como un globo. Los tobillos se te hinchan, cualquier
leve rugosidad en la almohada que soporta tu cabeza cuando descansas hace que
al levantarte lo hagas con un surco profundo marcado en tu rostro, que puede
llegar a asustar a tus nietos, de vista agudísima pero mentes absolutamente
inocentes.
En esas estoy. Los días empiezan
a pasar de una forma distinta, como si el mar de tiempo que forman estuviera ahora perfilado por unas olas más benignas, unos vientos más bonancibles.
Sueño profundo.- Klee 1929 |
1 comentario:
Muy buena noticia, apreciado Olo. Me alegra mucho. Ahora como dice, a recuperarse!
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