domingo, 30 de agosto de 2015

Fin de ciclo

Han terminado por fin las cuatro sesiones que con intervalos de tres semanas entre ellas han constituido el ciclo quimioterápico al que he sido sometido. Ahora a reponerse y esperar acontecimientos, a recuperar la normalidad cotidiana y mirar hacia el futuro.

Cada sesión, que se extiende a lo largo de tres días, es como un largo combate de boxeo, en el que tu cuerpo recibe golpes que equivalen a los ganchos o directos en el hígado que podría atizarte un boxeador curtido en muchas luchas. Los efectos de estos castigos son acumulativos, de manera que llegas al final del ciclo con la sensación de haber alcanzado una meta difícil, en la que la conciencia de haberlo conseguido es inseparable de una extraña fatiga psicológica.

Sabes que la quimio implica una agresión a tu cuerpo, que induce en él transformaciones radicales cuyo alcance desconoces. Pero lo que despierta tu curiosidad son algunos efectos colaterales que, sorprendiéndote, pueden llegar a resultarte hasta divertidos. Así oyes mal, tus oídos están llenos de pitidos lejanos que suenan como un tropel de cigarras en una tarde calurosa de este verano de cambios climáticos. Esta semisordera es particularmente intensa para lo que te llega desde el televisor, lo que no deja de ofrecerte, reconoces con ironía, una oportunidad. O tienes mareillos que te hacen sentirte flotante. Duermes mal, con muchos despertares de madrugada, sin llegar nunca al descanso profundo. Te fatigas en tus dos paseos cotidianos con Curro cuando él, ansioso de olores y otros descubrimientos, tira de ti como un perro esquimal lo haría de su trineo, obligándote a acelerar un paso que tus pulmones maltratados y tu corazón cansado sienten muy cuesta arriba.

Pero lo que más te sorprende es el aumento de peso. Como resultado de una sesión de quimio engordas en unas horas seis kilos que luego vas perdiendo día a día hasta que en algo más de una semana has recuperado tu peso normal. Estas transformaciones tienen una causa, y es que en una sesión te inyectan por vía venosa unos seis kilos de líquido que disuelven y diluyen los agentes antineoplásicos. Además, en los días que siguen estás sediento y no paras de beber. Pero ¡diablos!, seis kilos son muchos, muchísimos kilos. Equivalen al peso de un bebé neonato con todos sus soportes acompañantes, placenta, etc. Te acuerdas de las mujeres embarazadas y comprendes el peso de su inmanencia biológica y como ellas son radicalmente diferentes a todo lo que tú puedas llegar a ser. Porque además, en tu caso, los seis kilos de sobrepeso están uniformemente distribuidos por todo tu cuerpo, como un buen riego que empapara tu tierra. Tú no te sientes portador de una promesa como una mujer preñada, sino inflado como un globo. Los tobillos se te hinchan, cualquier leve rugosidad en la almohada que soporta tu cabeza cuando descansas hace que al levantarte lo hagas con un surco profundo marcado en tu rostro, que puede llegar a asustar a tus nietos, de vista agudísima pero mentes absolutamente inocentes.


En esas estoy. Los días empiezan a pasar de una forma distinta, como si el mar de tiempo que forman estuviera ahora perfilado por unas olas más benignas, unos vientos más bonancibles.

Sueño profundo.- Klee 1929

1 comentario:

Paola Arciniegas dijo...

Muy buena noticia, apreciado Olo. Me alegra mucho. Ahora como dice, a recuperarse!