Estamos viviendo en Europa tiempos inciertos, en los que uno quisiera tener una bola de cristal para ver en ella el futuro.
La capacidad de adivinar acontecimientos futuros se llama clarividencia. Hay muchas formas de ejercitarla. Tengo un amigo gitano que recuerda cómo, cuando era pequeño, su madre, sentada en el patio de su casa, intentaba adivinar el futuro mirando intensamente el agua teñida de añil con la que había llenado un balde de zinc. Los reflejos de la luz y las cosas iluminadas en este agua espesamente azulada la ponían en trance, de modo que su cerebro, a chispazos, se iba tornando clarividente. Al menos eso creía o esperaba ella.
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J.W.Waterhouse.- The Crystal Ball |
Otros utilizan como estimulo para la clarividencia la bola de cristal. Esta actúa como una lente. Si la miramos intensamente desde la distancia adecuada, que depende del diámetro de la bola pero que suele ser desde muy cerca, podemos ver imágenes distorsionadas de las cosas reales que están al otro lado de la bola, las cuales estimulan y pueden finalmente disparar la clarividencia.
La creencia en que la clarividencia es posible descansa sobre una concepción de la realidad muy alejada de la que los humanos tenemos actualmente pero a la vez muy antigua. Supone esta concepción que un Dios creador infinitamente sabio, al conocerlo todo, conoce también el futuro. Pero esto es un imposible lógico, porque el futuro todavía no ha sido. Si el Dios creador conoce el futuro, es que para Él no existe el tiempo, lo que significa que el futuro ya ha sido. Nuestro mundo real, ese que los humanos percibimos a través de nuestros sentidos y en el que reina el tiempo, no es más que un fotograma de una película que se ha rodado ya en su integridad. De manera que un clarividente es el que logra atravesar esa membrana que nos encierra a los humanos en nuestro fotograma, que no es sino una burbuja temporal. Cuando lo hace, ve la integridad del tiempo, es decir, su inexistencia. No es que vea el futuro en su totalidad, que eso solo puede verlo Dios. Pero sí ve retazos sueltos del futuro, que afectan a partes. Estas son sus clarividencias.
Según estas creencias, la clarividencia es un don de Dios o de los dioses. Muy pocos humanos la tienen, sin que exista causa alguna que la predetermine, o receta para conseguirla.
En la historia religiosa de la humanidad hay dos tipos muy distintos de clarividencia, el oráculo y la profecía.
El oráculo está en la base de la religión de los griegos clásicos, siendo famoso el de Delfos. Cualquiera, desde el rey más poderoso hasta el labrador más humilde, podía acudir allí y tras pagar un precio convenido y relizar un sacrificio en el templo de Apolo, consultar a la Pitonisa, sacerdotisa de este culto, acerca de un asunto concreto relacionado con el futuro. La Pitonisa contestaba en forma más o menos comprensible, y este era su oráculo.
La profecía ha sido un elemento básico del Judaísmo. Los grandes profetas de Israel recibían una clarividencia de Yavé acerca de amenazas en el futuro del pueblo judío, que el profeta debía predicar a éste, advirtiéndole del peligro. Pero esta clarividencia venía siempre acompañada en la profecia por una admonición moral, es decir, una invitación a arrepentirse y cambiar los malos hábitos. Lo que esta invitación de Dios significaba era que el futuro no estaba absolutamente cerrado, es decir, que existía una posibilidad de salvación, individual o colectiva, que tenía que brotar de la libre voluntad humana. Una posibilidad para los humanos de construir sobre el fotograma del destino toda una película nacida de la libre decisión de reformarse.
Creo que podemos ver la profecía como la forma más evolucionada de clarividencia, acorde por otra parte con la cultura de nuestro tiempo. En la profecía no se trata de adivinar el futuro para tomar decisiones, sino de prevenirnos acerca de lo que nos amenaza y puede convertirse en tragedia. Pero por encima de esta advertencia, la profecía declara que todavía existe una posibilidad de salvación y muestra el camino que debe seguirse para conseguirlo.
Un ejemplo de algo con carácter profético en nuestro mundo actual es toda la doctrina del cambio climático que, con argumentos científicos, nos advierte del desastre ecológico que los humanos podemos provocar y nos indica el camino a seguir para que no tenga lugar.
Históricamente, por desgracia, los humanos hemos sido ciegos y sordos a lo que nos decían los profetas. Para la mayoría de la gente de hoy el futuro no existe todavia y por tanto es impredecible, así que no merece la pena ocuparse de él. Como ironizaba San Pablo respecto a la condición humana en su primera carta a los Corintios, “comamos y bebamos, que mañana moriremos”. Esta sentencia recoge mejor que ninguna otra el atroz fatalismo que impera en una sociedad tan aparentemente desarrollada y científica como es el Occidente avanzado de hoy..
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Pues bien: Europa va mal, todos lo sabemos, se está jugando su futuro a la ruleta rusa. Una condición necesaria para poder despeñarse es estar en todo lo alto, lo que Europa cumple plenamente, al menos en lo que se refiere al poderío económico y político. El deterioro que ya se ha producido es tan grande que uno, sin llegar a ser clarividente, casi puede predecir que la Europa del futuro no se parecerá en casi nada a la actual. Esto supone un gran riesgo, pero implica también una oportunidad de salvación. Europa no está todavía perdida, le quedan por delante muchas opciones, unas mejores que otras. Por eso creo que en Europa necesitamos urgentemente profetas que nos prediquen acerca del camino que llevamos y las posibilidades de salvarnos que todavía nos quedan.
Yo no estoy todavía tan loco como para pretender ser un profeta, ni muchísimo menos, pero si me gustaría dejar apuntadas aquí (al fin y al cabo, esto no es otra cosa que un blog personal y privado) algunas cuestiones que, en relación con el problema de Europa, están claras para mí, y otras que me es urgente aclarar.
Para mí está claro que la Europa política se está fragmentando en tres pedazos: los continentales, encabezados por Alemania; los insulares, por Gran Bretaña; y los mediterráneos, que dado su enraizado individualismo no están encabezados por nadie.
La nueva Alemania, que es la que ha surgido de la reunificación entre la occidental y la oriental, ya no es tan europeísta como lo fue la República Federal. Temo que viva bajo la tentación de resucitar la Mitteleuropa, aquella vieja aspiración germana que murió con la derrota del II Reich en la I Guerra Mundial y que significa una gran área centroeuropea con mucha fuerza económica, cuya lingua franca sea el alemán y su potencia dominante una gran Alemania.
Entre los insulares incluyo, además de Gran Bretaña, Irlanda y los Países Escandinavos. Desconfían profundamente, por razones históricas, de una Europa demasiado unida en lo político y quieren mantenerse al margen de los desvaríos europeos.
Los mediterráneos son, principalmente, Portugal, España e Italia. Grecia queda culturalmente fuera porque forma parte del grupo de países que hasta bien entrado el S. XIX estuvo bajo el dominio turco. Y Francia es mediterránea solo en parte. De hecho Francia forma, junto con Bélgica (o lo que queda de ella) y Holanda un grupo de países intermedios entre las tres áreas europeas mencionadas arriba.
Si el Euro se rompe en pedazos, lo que tal y como van las cosas es cada día un poco más probable, se romperá también una Unión Europea que lo único que ha conseguido ser hasta ahora es una “Europa de los Mercaderes”. Entonces los continentales, encabezados por Alemania, se orientarán hacia el Este; los Insulares hacia USA; los mediterráneos hacia Latinoamérica; ¡y todos hacia China, la India y otras potencias asiáticas!...
Más adelante, si el viento de la Historia sigue soplando en esta dirección implosiva, Europa entera, con su historia y su cultura, se convertirá en un parque temático histórico-cultural-artístico, como pueden serlo las pirámides egipcias, mayas o aztecas, los templos griegos de Sicilia, Atenas y Asia Menor o la Gran Muralla China. Todo ello para divertimento y hasta gozo de los muchos turistas que le lleguen desde Ultramar.
He dicho.