Si los sueños son, como postuló Freud, la forma de expresarse del subconsciente, bien pueden existir unas señas de identidad para cada subconsciente individual, un grupo de sueños característicos de una persona determinada, que se repiten periódicamente una y otra vez a lo largo de los años. Este es al menos mi caso. Quizá porque he sido siempre bastante imaginativo, he soñado mucho a lo largo de mi vida. Cuando era joven no solo recordaba perfectamente al despertar lo que había soñado, sino que hasta era capaz, cuando un sueño me gustaba, de volver a dormirme y recuperarlo plenamente, como si fuera el siguiente capítulo de un mismo telefilm. Con la edad uno se va haciendo más y más torpe en estos aspectos oníricos. Sé que sigo soñando todas las noches, pero casi nunca soy capaz de recordar los detalles del sueño, o este recuerdo me dura escasos segundos tras el despertar, para perderse inmediatamente en el olvido.
Tengo no obstante esos sueños arquetípicos que se me repiten periódicamente, siempre con el mismo contenido básico y que recuerdo perfectamente al despertar. Voy a describir brevemente algunos.
1).- El sueño del dormilón desastrado.
He dormido en un típico hotel de congresos, donde empieza al día siguiente una reunión profesional, a la que asisten muchos de mis colegas. Llega la mañana y me despierto tarde, dándome cuenta de que todos estarán ya en pleno desayuno. Entonces, sin ningún escrúpulo ni nerviosismo, me limito a bajar en pijama al comedor, calzando unas pantuflas viejas, esas que suelen estar ya rotas por el uso y que resultan tan confortables.Ni me lavo los dientes ni me peino ni me ducho, simplemente bajo a desayunar, eso es todo. Pero ya en el comedor empiezo a darme cuenta de la medida en que estoy haciendo el ridículo. Mis colegas me observan disimuladamente, sin comentarios. Yo me observo desde fuera y me siento absolutamente miserable, pero sigo con mi rutina, buscar una mesa, servirme en el buffet, beber el primer trago de café, sin que encuentre las fuerzas necesarias para salir corriendo de allí.
2).- El sueño del vuelo sin motor.
Cuando era más joven tenía con mucha frecuencia un sueño delicioso, que creo es bastante común: todo sucede como si la fuerza de gravedad se hubiera reducido a su décima o centésima parte, así que me basta dar un patadón en el suelo para empezar a volar. Extiendo los brazos y empiezo a planear a baja altura, tres o cuatro metros como mucho. A poco voy cayendo al suelo, pero con la suavidad con que cae una pluma, para elevarme de nuevo con otro patadón oportuno. A veces alguno de esos patadones me lleva hasta una altura de treinta o cuarenta metros y si lo que estoy sobrevolando es un jardín o un bosquecillo, me englorio en su belleza.
Más recientemente, este sueño se me ha trocado en otro que ya no es gozoso, sino emocionante y hasta angustioso. Me veo como pasajero de un avión comercial, pegado a una ventanilla, pues me gusta contemplar el paisaje. El avión está próximo a aterrizar, ya he entrevisto la pista a lo lejos. Súbitamente, el modo de navegar del avión cambia. Ahora es mucho más suave, más ciñéndose al viento, menos mecánico. Además el avión vuela por encima del centro de la ciudad y va perdiendo altura, hasta que empieza ya a volar entre los edificios, los sortea a veces por un pelo, evoluciona con grandes inclinaciones hacia un costado y el otro, pero siempre con mucha suavidad. Entonces me llama la atención el silencio que lo envuelve todo. Diablos, me doy cuenta de que el avión ha perdido totalmente su propulsión, que vuela sin motores. La altura es cada vez menor, ya veo muy cerca los buses en la calle, la última esquina no nos la hemos comido por milagro. De pronto soy consciente de que el avión se va a estrellar, de que nos la vamos a pegar. Y siento una mezcla extraña de terror y éxtasis. Nunca, por cierto, llegamos a estrellarnos, me despierto antes.
3).- El sueño del navegante descuidado.
Voy navegando de noche en mi velero. Me distraigo en mil asuntos nimios, incluso llego a dormirme (durmiendo me sueño dormido). Tras mucho tiempo salgo a cubierta para dar un vistazo. Me creía en medio del océano, pero me encuentro rodeado de arrecifes que apenas veo, solo sus lomos negros y el blanqueo fosforescente de las olas que rompen sobre ellos. Oigo claramente, eso sí, el fragor de estas rompientes. Y caigo en la cuenta de que no tenemos salvación. Pero, eso sí, me despierto antes de que se produzca el naufragio inevitable.
Sé que los sueños pueden ser desatados por innumerables reflejos físicos, una digestión pesada, calambres en un músculo, frío en los pies, cosas así. Estos reflejos equivalen a la acción de abrir el ventanuco de la celda en que nuestro subconsciente está preso, entonces éste, nuestro salvaje Hulk, grita sus miedos y sus ansias, quedando el sueño hecho. Pero tiene que haber algo más, en nuestros genes o nuestra vida, responsable del particular guión que un sueño tiene. De los tres ejemplos que he citado, a dos puedo encontrarles una pista que los justifique en mi caso.
A).- El sueño del dormilón desastrado tiene analogías con algo que me ocurrió hace muchos años en un hotel de Milwaukee, USA. Había llegado muy cansado después de un largo viaje y yo, cuando estoy cansado, tengo a veces arrebatos de sonámbulo. Aquella noche me levanté para ir al baño. El hotel era muy lujoso, mi habitación enorme tenía dos puertas gigantescas, una que daba al baño y otra al pasillo. Yo, sencillamente, me equivoqué de puerta. Salí al pasillo medio sonámbulo y allí me quedé confuso, intentando comprender la extraña forma de pasillo que tenía aquel cuarto de baño. Entonces la enorme puerta se cerró pesadamente tras de mí. En pijama y en el pasillo, me fue despertando poco a poco, comprendiendo por etapas lo irresoluble de mi situación. No me quedaba más que un camino, bajar al lobby del hotel y pedir otra llave. Eso hice, sin tener idea de qué hora era. Llamé al ascensor, entré en él y empezó a bajar. Pero yo venía de la 10ª planta y el ascensor se paró en la 7ª. Abierta la puerta, subió una pareja ya mayor vestidos de fiesta, el con un smoking impecable y ella con un traje largo precioso. Al verme se quedaron helados, pero impertérritos. Yo me comía con los ojos el suelo. Fueron unos segundos terribles. Llegados al lobby, me dirigí al mostrador del conserje y antes de que yo pudiera decirle nada éste me preguntó el número de la habitación y me alargó una llave de repuesto. Estaba claro que no era yo la primera víctima de aquellas puertas y sus poderosos muelles de cierre.
B).- En cuanto al sueño del vuelo sin motor, volaba yo hace ya también muchos años entre Sevilla y Barcelona. A mitad del camino los movimientos del avión, un bimotor DC9, se hicieron extrañamente lentos, como en mi sueño. Enseguida el comandante nos avisó de que se había parado un motor y que tendríamos que hacer un aterrizaje de emergencia en Valencia. Toda la evolución de la aeronave durante su aproximación al suelo fue lenta y suave como en mi sueño, y cuando por fin tocamos la pista estaba cubierta de espuma y llegamos hasta su mismo final, donde habían anclado una inmensa red, a la que no alcanzamos por unos pocos metros. A los lados de la red se situaban dos enormes coches de bombero, listos para la acción. Pasé miedo, simplemente, pero miedo de verdad, puro y duro, ese en el que empiezas acordándote de tu mujer y tus hijos pero terminas pidiéndole a Dios que lo que pase no te duela demasiado, nada más.
De manera que, leído todo lo anterior, creo que puedo proponer la hipótesis de que nuestro cerebro construye nuestros sueños utilizando una larga colección de acontecimientos de nuestra vida real que tiene almacenados en sus memorias. Equivalen estos, usando términos culinarios, a una taza de felicidad, una pizca de angustia, dos cucharaditas de miedo, cosas así, y el sueño queda hecho. Pero los acontecimientos sacados del archivo para componer el sueño son más bien como las palabras de un lenguaje. El texto que Hulk forma con ellas es único, irrepetible, casi me atrevería a decir que sagrado. En algunos casos, el de los sueños de identidad que he intentado describir aquí, esos que se repiten periódicamente, los mecanismos de formación de los sueños se dejan entrever, al menos.