Breivik, el asesino en masa de 69 jóvenes socialistas noruegos, sonríe en la foto al conocer esta mañana su condena por el tribunal que lo juzga. Se siente feliz porque no lo han declarado loco, sino culpable, lo que en su opinión legitima sus ideas.
En la mía también. Si una persona cuerda puede hacer lo que Breivik hizo amparándose en su ideología, entonces todos los horrores son posibles, quiero decir justificables desde un punto de vista lógico. Y si lo son, tenemos que prepararnos para que lo peor haga su aparición cualquier día a cualquier hora en cualquier sitio. Así es, lamentablemente, el mundo en que vivimos. Así ha sido siempre.
Se trata aquí del problema que la Ciencia no ha logrado todavía resolver. Sí, de ese viejo conocido, el Mal. Es un escándalo que todavía ese Mal tan espantosamente real pueda recorrer la Tierra como un dragón enfurecido sin que podamos hacer nada por contenerlo.
¿Para cuándo una vacuna contra el Mal, queridos científicos míos? ¿Para cuándo la inmunización contra los siete pecados sin que ello suponga la pérdida de la libertad y la dignidad humanas? No seáis vanidosos, no os regodeéis en vuestra sapiencia. Os queda todavía muchísimo por descubrir, hasta puede que parte de lo que os queda sea indescubrible, es decir, no exista para vosotros.
Sería fantástico, enormemente tranquilizador, que alguien pudiera demostrar que algo muy somático, muy material, concreto y reductible, es lo que ha fallado en el cerebro de Breivik. Siempre, claro está, que ese algo no tenga propiedades infecciosas.
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