El del alcalde de aquél pueblo que en 1937, durante la guerra civil española, fue tomado por las tropas enemigas. Como en el pueblo hubo antes de la toma asesinatos de algunas personas de orden, de los que aquel alcalde no tuvo, seguramente, ninguna culpa, ya que en aquellos tiempos el demonio se había escapado del infierno y andaba suelto, el comandante de las tropas de asalto ordenó su fusilamiento inmediato. El alcalde fue maniatado y puesto ante un pelotón de soldados, mandado por un oficial, en presencia de un médico.
Aquel alcalde no había querido que el sacerdote que acompañaba a las tropas lo confesara antes de morir. Después de que pidiera como última voluntad que no le vendaran los ojos y lo dejaran mirar de frente al pelotón de fusilamiento, el oficial le preguntó si tenía algo que decir. El alcalde habló entonces con voz tranquila:
<<Decidle al padre cura que muero con Jesús en el corazón y en los labios el grito de ¡viva la República!...>>
Uno de los soldados del pelotón, listo éste ya para disparar, con sus rifles apuntando al alcalde, cayó desmayado. El oficial dio la orden de fuego y todo terminó con un corto estruendo y un olor a pólvora.
Me lo contó el médico militar que tuvo que asistir a aquella tragedia.
Sucia, dura e injusta que es cualquier guerra.
Goya (1814).- Los fusilamientos del 3 de mayo de 1808 |
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