Nada como aquellas emociones que sentías cuando todavía eras un niño. Tan vivas e intensas, se apoderaban de tu ánimo por los motivos más insignificantes, pues no necesitaban de un desencadenante exterior, sino que brotaban de lo más hondo de ti mismo.
Shiree Gilmore.- Primary colors |
Siendo esas emociones realidades espirituales, tenían sin embargo color, detectable solamente por los ojos de tu alma. Así, el miedo era gris, nunca negro del todo. La indignación roja como la sangre. El amor a tu madre blanco. La alegría, dorada como los brillos del sol invernal. La tristeza tenía a veces el azul plomizo del mar crepuscular, otras era como la niebla, humeante y fría. De este modo se coloreaban, con infinidad de matices como en las mezclas de la paleta de un pintor, todas las demás emociones. Soy consciente de que esta concepción cromática de las
emociones es difícilmente aceptable para
una mente lógica, pero le pido a éstas que cierren sus ojos e intenten escuchar
los sonidos de su silencio interior… como si estuvieran recitando, de memoria,
su poesía o su oración preferidas.
Luego, cuando te hiciste un hombre, los colores se refugiaron todos en el exterior de ti, iluminando ahora lo que te rodeaba. El mundo era gris o blanquinegro , los ojos de tu amada castaños o verdes, las puestas de sol doradas, el mar lejano azul, el cercano a la costa lechoso de arena después de un temporal, los campos verdes de hierba o de bosque, el cielo nocturno negro punteado de estrellas.
Tu seguías teniendo emociones, claro que sí, pero eran ya incoloras provocaciones que te incitaban a la acción. Lo espiritualmente sensorial que había en ellas era ahora la temperatura, fría en el miedo, templada en el amor, ardiente en la pasión o la furia, así con todas. Tus emociones habían pasado de lo cromático de tu infancia a lo térmico de tu madurez. Lo importante para tí no era ya cultivar tu sensibilidad infantil, sino transformar el mundo.
Hoy, que estas dejando ya la madurez atrás, el color ha vuelto de nuevo a las turbulencias de tu alma. Lo que te sucede es que sientes emociones que te hacen evocar inmediatamente los colores de tus emociones de niño. Es como si te reencontraras con aquel infante que fuistes. No son tus anécdotas concretas de niño lo que recuerdas, sino los colores del paisaje espiritual de tu alma infantil lo que vibra de nuevo dentro de tí.
Y es que, muchos lo han dicho ya, los viejos se van pareciendo a los niños, la vejez es una infancia al revés, hay una extraña simetría entre ellas. Quizá sea que infancia y vejez forman los dos polos de un mismo eterno retorno, ese planeta fantástico que gira incansable entre ellas y en el que se desarrolla tu vida, caminando por él desde el Sur hasta el Norte y vuelta .
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