Termino con esta séptima entrada mi serie sobre los futuros de
Chiloé. Intentaré ser conciso, condición indispensable para que lo que quiero
transmitir tenga la suficiente transparencia.
¿Por qué este interés mío por lo estratégico de Chiloé? La respuesta se encuentra en la entrada que publiqué en este blog hace
ya dos años y medio, que por su relevancia para el tema de hoy reproduzco
a continuación:
<< Chiloé y el futuro del mundo >>
(entrada publicada en el blog de Olo el sábado 8 de enero del 2011).
<< Chiloé es una frontera que separa el espacio terrestre dominado
por los humanos del que todavía pertenece a la naturaleza. Al norte está el
Chile civilizado, al sur la Patagonia chilena y las soledades
magallánicas. Desde esta frontera es fácil ver lo esencial de cada uno de esos
dos mundos que luchan entre sí, en una guerra planetaria donde los
contendientes son heterogéneos, los frentes numerosos y las batallas confusas.
Pelean humanos contra humanos, pero también contra cielos, nubes, glaciares,
volcanes, placas tectónicas, océanos. Y contra virus,
microbios, plantas, animales. Todos estos pelean a su vez entre sí. El conjunto
enmarañado de luchas diversas es la fuente de la vida y la muerte, como siempre
ha sido, pero desde Chiloé, por su condición de tierra todavía de nadie, el
significado de esas luchas innumerables puede verse con claridad suficiente
como para sacar consecuencias. Por eso vale la pena, más aún, es un privilegio,
estar aquí.
Chiloé es también una tierra bellísima, de bosques, lluvias,
arcoiris, mares, fantasmas, sueños. Muchos tesoros que en otras partes del
mundo ya se perdieron pueden encontrarse todavía en esta isla grande o en el
rebaño de islitas que la ciñen por el mar interior, arracimadas éstas tras la
larga falda de aquélla, como si fueran sus hijas. Basta con buscar esos tesoros
con paciencia y cariño. Se encuentran a veces semienterrados en las playas de
arenas grises, otras escondidos en el espeso sotobosque que duerme bajo la gran
bóveda del bosque nativo, otras más en los rincones oscuros de las viejas casas
de madera. Eso cuando no se escapan con el humo que sale continuamente de las
cálidas cocinas de leña, o con la niebla que empapa los campos, o con las espumas
de las olas que rompen furiosas sobre las rocas de las orillas.
Finalmente, Chiloé es un país de hombres y
mujeres, niños y ancianos, blancos y amerindios, brujos y espíritus,
personajes mitológicos y santos cristianos, supersticiones y creencias.
Todavía la gente tiene una personalidad trazada con rasgos
robustos y únicos, también mucho que contar, tanto de lo cierto como de lo
imaginado. Todavía te encuentras personas irrepetibles, interesantes,
autosuficientes, a las que merece la pena escuchar.
De estos asuntos, de batallas, tesoros y héroes,
escribiré ahora, en este segundo tema de mi blog.>>
(1).- La necesidad para Chiloé de una visión estratégica.
En este mundo en perpetua transición en que vivimos, Chiloé se configura cada día más como un frente en la batalla que tiene lugar entre lo civilizado y lo natural, lo megaurbano y lo rural, lo práctico y lo bucólico, el progreso y el regreso. Estoy seguro de que para la mayoría de los chilenos Chiloé es un tesoro de paz y belleza que debe conservarse como tal, un jardín necesario para que los que viven en las megaciudades puedan respirar de vez en cuando un poco de oxígeno. Pero existen fuerzas ciegas, las mismas por cierto que encadenan a los megaurbanitas, incapaces de sentir escrúpulos cuando Chiloé atrae su atención como un simple recurso a explotar. Aplastarán a Chiloé bajo las ruedas de sus gigantescas máquinas, como han aplastado ya tantos otros territorios y culturas. Ellos se ven a sí mismos como el progreso, cualquier otra consideración que no dé precedencia a sus intereses les parece inadmisible, una provocación como la de la hormiga que se atreve a corretear por encima del mantel blanco en que les van a servir su festín diario: a la cual se la aplasta con el dedo, se la eyecta con el disparo de ese dedazo índice tensionado ahora por ese otro dedazo pulgar, y a otra cosa.
De lo que se trata por tanto es de una lucha entre la hormiga y el gigante, que debería ser la de David frente a Goliat. Esa lucha se ha iniciado ya en el sur de América. No es solo la lucha de Chiloé, sino de toda la Patagonia, tanto la chilena como la argentina. Hay aquí otras batallas en marcha, como la que se desarrolla en Aysen. Pero Chiloé es de muchas maneras una vanguardia. Lo es por su mayor proximidad al mundo del progreso tecnológico, ese que se llama a sí mismo civilizado; también porque su batalla no es solamente la de preservar la naturaleza, sino además la de defender una cultura autóctona con muchos valores; finalmente porque los chilotes son, además de chilotes, la gente que mayoritariamente ha ido repoblando el resto de la Patagonia, una vez que los pueblos originarios fueron condenados, por el progreso, a su desaparición como tales. Pero no la han repoblado como colonizadores o explotadores, sino con su trabajo y su resistencia.
Yo soy pacifista. Creo que la mejor defensa ante los ataques es noviolenta y nace de las convicciones profundas y las ideas claras. Me parece que, ante lo que se avecina, es necesario que Chiloé sepa lo que es, lo que tiene, el futuro que quiere, cómo caminar hacia él, los peligros que debe evitar y las amenazas a las que debe resistirse y hasta enfrentarse. Todo esto es lo que, a lo largo de esta serie que termina en la entrada de hoy, he venido llamando estrategia.
Chiloé necesita desarrollar y mantener al día una visión estratégica de sí misma. Una pieza esencial de esta visión es la de los escenarios de futuro. Chiloé tiene que imaginar cómo puede ser su futuro, moviéndose en la línea de lo que el gran pensador hindú Krishnamurti definió en su famosa frase: "El futuro es hoy", que es lo mismo, expresado de forma más radical y profunda, que lo que cité del místico hindú Vivekananda cuando empecé esta serie: “Lo que seas mañana será consecuencia de tus actos de hoy”. A una reflexión somera de los escenarios estratégicos que Chiloé tiene directa e indirectamente por delante, dedicaré esta última entrada.
Aclararé ahora que cuando como acabo de hacer en las líneas anteriores menciono a Chiloé, me refiero a los que habiendo nacido en ella aprecian la forma de vivir chilota, su cultura, su naturaleza y sus ritmos. Que son por cierto una mayoría de sus habitantes. Muy en particular apunto hacia los jóvenes chilotes que sienten dentro de ellos las contradicciones entre lo viejo y lo nuevo, lo de siempre y lo novedoso, esa parte de lo tradicional que debe conservarse y esa parte de lo nuevo que hay que tener el valor de rechazar. También me dirijo a los llamados afuerinos, esos chilenos que no habiendo nacido en Chiloé viven allí y la consideran su tierra entrañable, su patria chica. Por último, intento convocar a los extranjeros como yo, que han encontrado en Chiloé unos valores y una belleza de los que, sencillamente, se han enamorado y que por ello se sienten obligados a su defensa razonable y razonada.
(2).- Pensar globalmente.
Antes de considerar los escenarios futuros para Chiloé tengo que situar a ésta en un paisaje de unidades estratégicas más amplias. Empezando por el conjunto del mundo, consideraré a continuación Latinoamérica y finalmente Chile.
Como horizonte temporal me planteo la mitad de este siglo
XXI, es decir, aproximadamente dentro de cuarenta años. Para entonces los
viejos como yo ya no estaremos aquí, los cuarentones serán ancianos y todo el
protagonismo será de nuestros nietos, esos que ahora son poco más que bebés.
2.1).- El mundo.
En cuanto al mundo, estará atravesando por entonces lo que
los futurólogos llaman “el gran cuello de botella” del siglo XXI, una crisis a la vez
demográfica y geoeconómica. La población mundial habrá
alcanzado los 9.000 millones de habitantes, desde los 7.000 que ahora tiene. La presión de esta superpoblación sobre los
recursos agrícolas, principalmente la tierra cultivable y el agua dulce, será
tremenda. Pero a la vez, su tasa de crecimiento estará ya próxima a cero y pronto se hará negativa. Esto significa que en muchos países,
incluyendo todo el hemisferio occidental y las zonas más desarrolladas de
China, el problema demográfico de la segunda mitad del siglo XXI ya no será la superpoblación sino que empezará a
ser el envejecimiento. La combinación a nivel planetario de ambas tendencias
podrá dar lugar a migraciones masivas, lo que irá convirtiendo a Europa en mucho más mestiza de lo que actualmente es, y eso será bueno.
A esta situación se le llama “cuello de botella” porque una profunda crisis poblacional, ecológica, industrial y social,
obligará a la humanidad a plantearse la forma de salir de todas ellas. Y puede decirse
que hay solo dos caminos posibles, la cooperación y la confrontación.
Exploraré
en primer lugar el camino de la cooperación. En este escenario, el mundo se habrá estructurado alrededor
de dos polos de poder, USA y China. Uno y otro reinarán sobre grandes zonas de
influencia. Junto a USA se agruparán Latinoamérica y Europa, junto a China toda
Asia más parte de Rusia. Africa será un territorio en litigio.
Dados los problemas acuciantes con los que se enfrentará por entonces el mundo,
USA y China, como líderes responsables de las estrategias globales, buscarán más la cooperación que el enfrentamiento. En muchos
aspectos sus respectivas áreas de influencia serán complementarias. La de USA tendrá
el conocimiento tecnológico y una fuerza militar hecha de armas hoy todavía
impensables, La de China la población, de tal modo que la proporción de habitantes
entre el bloque euroamericano y el asiático será de
1:3; también un poderío económico y tecnológico capaz de plantar cara a Occidente. El desequilibrio demográfico entre ambos bloques será tan grande
que la única solución, ausente una gran guerra, será empezar con prudencia y
firmeza la construcción de un solo mundo solidario. Por fin.
El bloque occidental comandado por USA se verá sometido por
las circunstancias a una fuerte presión de integración. Esto significará una
consolidación de la Unión Europea como una suerte de megarepública federal y la
construcción de una Latinoamérica totalmente integrada en lo político, lo
cultural y lo económico. En el caso de Latinoamérica, este proceso de
integración no será fácil. La dificultad mayor no será cultural sino
socioeconómica. Los distintos países latinoamericanos tendrán que reorientar la
distribución interna de su riqueza creando clases medias capaces de sostener
políticas progresistas y sociedades bien educadas, requisitos indispensables
para que puedan funcionar como democracias estables y en consecuencia
integrarse en una compacta unidad política latinoamericana, con tintes federales como los de la
Unión Europea.
Todo lo que acabo de dibujar puede parecer un cuadro ideal. Pero es posible y alcanzable, siempre que haya líderes no solo políticos, también culturales y económicos, que impulsen el proceso.
El otro camino posible para el mundo es el de la confrontación. En el caso extremo, tendrá lugar la gran guerra exterminadora del siglo
XXI, la espada que corte el nudo gordiano de un conjunto de problemas globales
que se haya vuelto inmanejable. Es poco probable que se llegue a esta situación, porque la humanidad no habrá olvidado todavía las dos feroces guerras mundiales del siglo XX y porque el desarrollo imparable de las comunicaciones hará que la gente se conozca demasiado bien para llegar a odiarse. Un escenario de confrontación más probable es el de un mundo multipolar, caótico y
peligroso, en el que el poder y el monopolio de la violencia ya no estarán en manos de los estados, que
deberán compartirlos con otras fuerzas más o menos oscuras, desde los poderes
financieros y económicos globales hasta las grandes organizaciones criminales y
terroristas.
Hay que considerar también todos los importantes problemas relacionados con el deterioro medioambiental. Desgraciadamente, el cambio climático está ya aquí y para quedarse, lo que no es posible predecir todavía es el alcance de los daños que ocasione. No pueden descartarse grandes catástrofes medioambientales, del estilo de la que destruyó Nueva Orleans y hasta peores. En cualquier caso, los países ricos tendrán que ayudar a los pobres a mitigar los daños que el cambio climático les ocasione. Y está claro que la toma de conciencia generalizada de que la humanidad se encuentra ante un cambio climático causado por ella misma (antrópico), ayudará mucho al desarrollo de una conciencia conservacionista y a la protección de la naturaleza.
2.2).- Latinoamérica.
Tanto en el escenario global de cooperación como en el de confrontación, la mejor estrategia para Latinoamérica será la de acelerar su proceso interno de integración supranacional. Que tendrá como requisito indispensable una
democratización no solo política, sino económica y social, de todos los países
latinoamericanos. Esto significa una transferencia de la mayoría del poder y
la riqueza a unas clases medias mayoritarias, con un nivel educativo elevado. De esto,
indudablemente, se está todavía muy lejos. Por eso corre prisa ponerse en
marcha, con objetivos claros y un optimismo tranquilo.
Dentro de Latinoamérica, algunos países más fuertes o
avanzados deberán constituirse en líderes de este inevitable proceso de integración.
Uno puede ser México. Otro Brasil. El tercero, quizá un tándem de Chile con
Argentina, unidos por fin en lo que sería un Conosur que aporte recursos
y perspectivas de los que otras áreas latinoamericanas puedan estar faltas, con la Cordillera como una columna vertebral antes que una barrera divisoria. Para que este proceso de
integración latinoamericana no sea dificultado desde fuera, Latinoamérica
tendrá que construir relaciones económicas y políticas con la Unión Europea tan fuertes como las que pueda tener con USA.
Y estar presente con su propia voz integrada, sus recursos y posibilidades de
cooperación tanto en Asia como en Africa.
2.3).- Chile.
En esta disección de arriba abajo, o de fuera a dentro,
llego ya a Chile. En lo político, estará sumido en el proceso de integración
latinoamericana (ojalá que, como ya he indicado, esto lleve a un acercamiento previo de Chile con Argentina,
que tiene un gran interés estratégico para los dos países). En lo económico, su
riqueza seguirá estando basada en lo minero (no solo el cobre; el litio se irá
desplegando como un gran activo minero) y lo agroalimentario (una agricultura
de primor con productos de calidad que puedan cubrir la demanda del
hemisferio Norte durante el invierno boreal). Con el aumento del nivel de vida
en Latinoamérica el gran potencial turístico de Chile también se irá desarrollando. Así
como podrá hacerlo un sector industrial derivado de la minería y otro derivado
de la madera. Queda una cuestión clave, la de las necesidades de energía, que
exigirá un desarrollo de las energías renovables pero que también vendría muy favorecido
por una integración profunda con Argentina, en la que los recursos energéticos
y mineros de los dos países buscaran su complementación.
En definitiva, el futuro económico de Chile es esperanzador,
porque el país dispone de recursos suficientes. El problema fundamental a
resolver por Chile será el social, tanto más urgente cuanto que su solución es
perfectamente viable. Chile necesita consolidar una clase media fuerte que sea,
a través de una democracia limpia y eficaz y porque englobe a la mayoría de los habitantes, la clase dominante del país. Esto
requerirá una redistribución ordenada y democrática de la riqueza, lo que solo
puede conseguirse mediante la política fiscal de un estado intervencionista pero eficaz (ni incompetente ni corrupto ni enfocado hacia el corto plazo), que
llegue a controlar directamente un porcentaje elevado, casi escandinavo, del Producto Interior Bruto,
recaudándolo mediante impuestos y redistribuyéndolo enseguida a través de gastos e inversiones en educación, salud,
pensiones, infraestructuras, investigación, crédito para las empresas innovadoras, para posteriormente ir
reduciendo este peso del sector público a medida que el país vaya aumentando su desarrollo
económico y social, hasta dejarlo en valores cercanos al 20% del PIB. Este es sin duda
el gran desafío estratégico de Chile, necesitado de unos políticos honrados,
preparados y valientes, no constituidos en clase política, sino fundidos, mejor
aún, confundidos, con el conjunto de la sociedad. Precisamente hoy, cuando en todo
el mundo occidental reina un gran escepticismo respecto a la clase política, es
cuando tenemos que darnos cuenta de que no podrá construirse el futuro, ni en Chile ni en ninguna otra parte, sin
políticos que den la talla. Es decir, que de aquí al 2050 necesitaremos más que nunca a los
buenos políticos.
(3).- Actuar localmente.
Entraré finalmente en la presentación de algunas ideas acerca de cómo puede Chiloé elaborar una visión estratégica de ella misma.
¿En qué consiste hoy día lo específico de Chiloé, lo que la diferencia netamente de otros territorios chilenos? En la firme integración de su naturaleza con su gente, hecha posible gracias a una cultura peculiar, genuinamente chilota.
Es una cultura rural, en la que los centros urbanos juegan un papel totalmente subordinado a las necesidades de una población campesina que vive dispersa por el bordemar de la isla grande y las islas pequeñas, limitándose a prestar a ésta los servicios necesarios.
También es una cultura autosostenible, que ha atravesado a lo largo de los últimos siglos crisis económicas durante las cuales se han ido produciendo oleadas de emigración, a través de las cuales los chilotes han ido repoblando toda la Patagonia chilena y argentina.
La autosostenibilidad es el valor cultural central de Chiloé. Pocos en el mundo serían tan capaces como los chilotes de sobrevivir a una megacatástrofe. Esta autosuficiencia se sustenta en el otro componente cultural básico de Chiloé, la integración de lo humano con lo natural, expresada a través de un sincretismo religioso que hace convivir una riquísima mitología de origen amerindio, en la que los misterios del bosque y el mar toman formas humanizadas, con un ánimo solidario de origen cristiano, que supera los límites locales y encuentra en fiestas como la del Cristo en Caguach o la Candelaria en Carelmapu una expresión que se extiende a todo Chiloé.
Esta autosostenibilidad chilota se opone frontalmente al consumismo, que es la ideología imperante no solo en Chile, sino en todo el Occidente urbanizado. El consumismo es una compleja megamáquina con múltiples engranajes de consumo. Está basado en la división del trabajo, que solo puede tener lugar con eficiencia en un entorno urbano. Funciona así: yo aporto mi trabajo a la producción de algunos bienes o servicios, ganando así un dinero o un crédito con los que compro otros bienes y servicios que satisfacen no solo mis necesidades, también mis apetencias; los demás hacen lo mismo.
¿Cómo puede sobrevivir un Chiloé autosuficiente en un Chile consumista? Pues luchando contra su defícil crónico de liquidez, para poder aceptar así lo indispensable del consumismo sin renunciar a lo permanente de la autosuficiencia.
En Chiloé apenas existe el campesino sin tierra. La mayoría de los chilotes tiene su propiedad familiar en la que cultivan sus papas, crían sus ovejas y terneros, hacen queso con la leche sobrante de sus vacas, sacan la leña necesaria como principal fuente de energía de sus bosques, de los que también obtienen la madera para fabricar sus casas y muebles; marisquean y recolectan algas en el bordemar, bucean aguas más profundas en busca de locos, pescan en aguas más lejanas, nutren a sus bueyes, que constituyen lo fundamental de la energía mecánica que necesitan, con los pastos de sus pampas, también a los caballos en los que cargan las algas y moluscos que recolectan en el bordemar, etc. Hasta hace poco, también cardaban, teñian y tejían la lana con la que hacían sus vestidos. Pero a medida que los tiempos cambian y Chiloé se va integrando en el consumismo chileno, los chilotes necesitan plata, en forma de dinero líquido o de crédito, para comprar los bienes y servicios que se les van convirtiendo en necesarios.
Esto empezó a pasar hace ya tiempo, quizá a comienzos del siglo XX, cuando los fogones domésticos empezaron a ser sustituidos en Chiloé por las cocinas de leña, un producto industrial que solo podía conseguirse comprándolo con dinero. La lista de bienes de consumo necesarios ha ido agrandándose con el tiempo. Hoy el chilote campesino, ése que no quiere renunciar a su cultura ancestral, necesita liquidez y crédito, es decir, algo que sobrepasa las posibilidades de su entorno autosostenible, para comprar lavadoras, frigorificos, televisores, motosierras y camionetas, para pagar su salud y la educación de sus hijos, para el sinfín de necesidades que los nuevos inventos tecnológicos van a irle creando sencillamente porque suponen una vida mejor, más confortable y segura.
De manera que el encontrar vías y actividades a través de las cuales asegurarse esta imprescindible liquidez es, en mi opinión, el primer problema estratégico que un Chiloé que quiere permanecer fiel a sus valores culturales, tiene que resolver.
Hasta ahora, Chiloé ha venido solucionando este problema fundamental por dos vías: la emigración temporal de sus hombres y la explotación de algunos recursos naturales exportables.
La primera lo fue sobre todo hacia el Sur. Los hombres se embarcaban en Castro o Ancud, muchas veces con sus perros y caballos, para trabajar en la temporada de esquila en las grandes estancias ovejeras de las Patagonias chilena y argentina, volviendo a casa cuando la esquila terminaba y trayendo con ellos la plata indispensable. Inevitablemente, esta emigración en principio temporal se convirtió muchas veces en permanente. De este modo, mucho de Magallanes, Tierra del Fuego y la Patagonia argentina está hoy poblado por familias de origen chilote, y Punta Arenas, no Santiago, es de alguna manera la ciudad chilota de referencia, una suerte de metrópolis que todo chilote que se precie de tal tiene que visitar alguna vez, porque además tiene allí parientes.
En cuanto a la explotación de algunos recursos naturales para los que existe demanda exterior, se ha venido sucediendo desde muy antiguo como fuente de la liquidez necesaria para comprar lo que se necesitan los chilotes de otros mercados. Ya en los siglos XVII y XVIII, las tejuelas de alerce, hacheadas en lo que entonces era el Chiloé cordillerano, se mandaban al Perú como contrapartida a las manufacturas y herramientas que venían de allí, y llegaron a ser en el mismo Chiloé la moneda de cambio, hasta el punto de que la gente iba a los abarrotes en Ancud o Castro con unas cuantas tejuelas al hombro en vez de dinero en el bolsillo. Luego se han venido sucediendo otras fuentes de liquidez. Todavía en el siglo XIX lo fue el ciprés de las Guaitecas, que se exportaba desde Chonchi al mundo entero. Más recientemente lo han sido el pelillo (Gracilaria chilensis), un alga de la que se extraen alginatos usados en las industrias alimentaria, farmaceútica y cosmética, el loco (Concholepas concholepas), un marisco parecido al abalon y muy apreciado en todo Chile, así como otras algas y mariscos. Las últimas grandes aventuras de esta naturaleza han sido el cultivo del chorito y el salmón, donde el recurso natural chilote que se ha explotado han sido las fértiles aguas del bordemar, de las que, en favor de las concesiones salmoneras, han sido desposeídos los chilotes a los que por naturaleza estas aguas, tanto o más que las tierras o los bosques, pertenecían. Léase como ilustración de lo que digo lo sucedido en las islas Chauques.
Concluyo pues que para que la cultura autosostenible de Chiloé pueda sobrevivir como tal, es necesario que sean los propios chilotes quienes saquen de sus recursos naturales y culturales el excedente de liquidez que necesitan para hacer esa cultura suya compatible con el consumismo imperante.
Pero ¿cuáles son estos recursos de los que Chiloé está dotado?
Primero están los recursos naturales:
- El mar donde pescar.
- El bordemar donde mariscar y en el que vivir.
- La tierra cultivada y con ella las papas, los ajos, el ganado.
- El bosque con su leña y su madera.
- El cielo con sus lluvias y vientos.
- La flora y la fauna que pueblan la tierra y la mar.
Luego están los recursos culturales:
- La belleza de los paisajes chilotes.
- La peculiar espiritualidad mezcla de shamanismo y cristianismo, que ha dado frutos como la mitología y las iglesias de Chiloé.
- Lo puramente williche, con todos los valores amerindios de integración con la naturaleza. También lo mestizo con lo que significa de capacidad de convivencia entre gente de razas y culturas diferentes.
- Una artesanía derivada de la capacidad tradicional del chilote de fabricarse lo que necesita.
- La solidaridad campesina.
Para mantener su cultura, Chiloé tiene que recuperar, proteger y vigorizar todos estos recursos naturales y culturales. Así como ser capaz de vender parte de ellos en los mercados consumistas, obteniendo así la liquidez necesaria para alcanzar una calidad de vida a tono con los tiempos.
Escribir en detalle sobre cómo gestionar todos estos recursos requeriría demasiado espacio y tampoco valdría la pena, porque eso solo lo pueden ir viendo y haciendo los propios chilotes. Pero sí considero necesario extenderme algo más, para terminar, sobre dos de estos recursos culturales, la solidaridad y la belleza.
Nunca antes en mi vida he visto una solidaridad tan bien llevada a la práctica como la de los campesinos chilotes de la región (Puñihuil, Pumillahue, Duhatao) en la que vivo. Ya he escrito sobre algunos de sus aspectos en este blog. El ejemplo clásico de cómo se practica esta solidaridad es la institución de la minga, consistente en que los campesinos chilotes aúnan sus esfuerzos para ayudar a uno de ellos en una acción que requiera un trabajo colectivo (cosechar las papas, trasladar una cabaña, construirla, etc). Pues bien, un paso decisivo para los fines estratégicos que estoy considerando en esta entrada sería el que Chiloé avanzara desde el espíritu de la minga hacia la implantación de un fuerte cooperativismo en el medio rural chilote. No es tarea fácil. El chilote, como la mayoría de los campesinos, es solidario con los necesitados pero a la vez individualista respecto a los semejantes. Tiene que hacerse capaz de superar este individualismo dejando que su fondo solidario se exprese, haciéndose así capaz de poner su confianza en un esfuerzo cooperativo común. Creo que las posibilidades del cooperativismo en un entorno como el de Chiloé son inmensas. En esto como en todas las cosas difíciles que valen la pena, hacen falta lideres capaces de inspirar a los demás y de gestionar con eficacia y honradez. No es fácil encontrarlos. Un ejemplo de hasta dónde se puede llegar lo da la cooperativa vasca de Mondragón, un caso éste que en Chiloé merecería la pena estudiar con atención.
En cuanto a la belleza de sus campos, bosques, playas, fiordos tranquilos y mares enfurecidos, iglesias, palafitos y cabañas, arcoiris, tempestades, vientos libres y sus rumores en las frondas de los árboles, todo eso y muchísimo más, lo que me gustaría resaltar es que constituye uno de los recursos más importantes de Chiloé. No es esta belleza, como argumentan algunos de los que defienden la implantación de un parque eólico en la playa de Mar Brava, algo etéreo e inmedible. Muy al contrario, puede cuantificarse en la capacidad que confiere a un territorio de atraer turismo, en el número de visitantes por año, las plazas hoteleras disponibles y ocupadas, las divisas extranjeras dejadas aquí, los puestos de trabajo creados, las perspectivas de desarrollo, etc. Defender la preservación de sus bellezas naturales y culturales es una obligación y un derecho que Chiloé tiene, porque se trata de recursos muy valiosos de los que depende en buena parte su futuro.
Termino ya y lo hago resumiendo las ideas esenciales que he intentado desarrollar en esta larga entrada. Para construir su futuro desde hoy, Chiloé tiene que ser capaz de imaginarlo, desarrollando una visión estratégica que ayude a mover el presente en la dirección de ese futuro soñado. Para conservar su belleza y sus valores culturales, los chilotes necesitan desarrollar mecanismos que den a su mayoría campesina fuentes de liquidez monetaria que les permitan convivir con el consumismo imperante sin renunciar a su propia esencia. Un camino a seguir es el de explorar todas las posibilidades que a un pueblo solidario como el chilote le abre el cooperativismo.
Este esfuerzo estratégico de Chiloé necesita lideres que lo articulen. Entre estos líderes tiene que ocupar lugar preeminente una casta de políticos interesada más en el largo plazo que en el corto, orientada más a influir que a mandar, leal más a los chilotes de a pie y su futuro que a los centros de poder lejanos. De que esta gente existe en Chiloé no me cabe duda. Hay que buscarla, encontrarla y apoyarla.