miércoles, 24 de julio de 2013

Con las botas puestas

Esa sensación equivocada de que el mundo se está viniendo abajo cuando quien lo está haciendo eres tú. Porque es muy improbable que todo lo que te rodea esté cuarteándose, derrumbándose, simultáneamente. Solo cabe que seas tú quien está fallando.

Por eso, porque estás viviendo una pesadilla, es decir, porque estás soñando, no te queda otra que apretar los dientes para que la voluntad no te falle, entrecerrar los ojos para que el miedo no te confunda con figuras fantasmales, taponarte los oídos para que la imaginación no te engañe, como a Ulises querían hacerle las sirenas. 

Y seguir palante.

Palante, sí, como los burros de Alicante, con la misma tozudez animal, también con la misma determinación inanimada con que tu barco o tu cabaña aguantan los malos tiempos, crujiendo, escorando, vibrando, temblando, pero sin deshacerse en pedazos. Igual que lo hace ese trocito de corcho que nunca deja de flotar entre las olas de los peores huracanes.

Al fin y al cabo, una tempestad no es el fin del mundo, sino un simple seno de bajas presiones que pasa ululante camino del Este, asustando a los niños, los viejos y en general todas las almas cándidas que se interponen en su camino. Tú no vas a permitir que eso te pase a ti.

Porque además, incluso aunque el mundo estuviera en verdad derrumbándose, tú nunca lo aceptarías. Antes morirías, como Errol Flynn y sus soldados de caballería, con las botas puestas.

Todas estas consideraciones te hacen finalmente sonreír. Eso es bueno.

No hay comentarios: