La estructura de una vela es bien simple. Tiene dos componentes,
el cilindro de cera y el pabilo o mecha que ocupa su centro. Tres cuando la
vela se enciende, siendo éste el acontecimiento que
justifica su existencia. Entonces en el
extremo encendido del pabilo la cera líquida
que lo impregna arde, transformándose en luz, que a nosotros humanos
nos libra de la oscuridad, y en calor, necesario para que continúe licuándose la cera sólida de modo que la llama reciba un alimento continuo.
El peor enemigo de una vela encendida es el viento, que
puede llegar a apagarla. En el pabilo encendido tiene que existir un equilibrio
entre la alimentación en cera líquida y el consumo de ésta en llama. En tanto lo
haya, la vela permanecerá encendida. Si la alimentación no es suficiente, el pabilo terminará apagándose, dejándonos a nosotros sumidos en la oscuridad. A medida que la
cera se va consumiendo, el pabilo encendido va haciéndose más y más largo, y la llama mayor y más
alejada en su conjunto de la cera que la alimenta. Pero a una distancia critica
de la cera el pabilo ya no recibe alimento suficiente de cera líquida, con lo cual ya no es ésta
quien arde, sino el propio pabilo, que se consume y queda reducido a unas
cenizas negras que terminan por desmoronarse y desaparecer.
El factor esencial para mantener el equilibrio de una vela encendida es la relación entre el grosor del pabilo y
el del cilindro de cera. Para un grosor constante de este cilindro, a medida que el pabilo va engrosándose, costará
más encender la vela, pero también será ésta, una vez encendida, más resistente al apagado
accidental, porque la llama será más potente. Claro que también
la cera irá licuándose de forma más precipitada y el cilindro de
cera sólida irá consumiéndose más deprisa. La vela alumbrará más y será más resistente al viento, pero durará menos. Lo contrario sucederá
si el pabilo va haciéndose más fino.
Por todo esto el oficio del fabricante de velas es
complicado, como en general lo es el de cualquier otro artesano. En España a los fabricantes de velas se les llamaba desde antiguo
maestros cereros, en reconocimiento a sus habilidades y a la importancia de su arte,
pues no hubo mejor técnica para vencer a la oscuridad hasta que en el siglo XIX los balleneros empezaron a cazar cachalotes y el aceite de sus cabezas fue usado para el alumbrado urbano. Las velas tenían muchos otros usos además
del alumbrado doméstico, destacando los usos ceremoniales, en que se
empleaban velas más gruesas, de innumerables
tamaños y formas, a las que se da
el nombre de cirios. Todavía los cirios juegan un papel
destacadísimo en celebraciones como la Semana Santa de
Sevilla.
A los que como yo son gente fantasiosa, las velas les
ofrecen bellas metáforas que les ayudan
a
penetrar en los secretos de lo humano. Así, una vela titilando bajo el
efecto de una brisa variable remeda bien el comportamiento de un humano ante
los azares de su vida. La llama de esta vela se estremece con el viento, que
puede llegar a apagarla, lo mismo que nos sucede a los humanos con las dificultades
o los quebrantos que nos plantea la existencia, que pudiendo llegar a apagarnos
definitivamente, nos estremecen y llenan de dudas y desvaríos con demasiada frecuencia.
La vela puede representar la entera vida de un humano
individual, una vida que transcurre en el tiempo, consumiéndose desde el nacimiento a la muerte. Que es extensa, como
la longitud de la vela, e intensa como su grosor, tanto más de aquella cuanto más a viejo llega, y tanto más intensa cuanto más llena de acontecimientos,
iniciativas y sorpresas de todo tipo esa vida está.
La llama de la vela representa muy bien el presente de esa
vida humana. En esa llama el individuo irradia su presencia hacia los demás, que la perciben como una especie de luz psíquica. Pero esa vida ejerce también una influencia más oculta sobre los otros
humanos que la rodean, particularmente los más
próximos, hecha de intuiciones,
sentimientos y telepatías, que está bien representada por el calor que la llama de la vela también irradia. Esta irradiación
vital de luz y calor puede verse afectada por muchas influencias externas.
Puede ser apagada por la muerte, del mismo modo que un viento o un soplido fuerte
apagan en un instante a una vela, o modificada por un sinfín de influencias, lo mismo que las brisas, las toses y los
estornudos hacen temblar la llama de las velas, y el frío intenso la debilita. La contrapartida humana a este frio
intenso es la soledad exterior e interior.
¿Qué representa el pabilo? Lo constitutivo de la persona, lo
que podría considerarse permanente en
un individuo humano si no fuera porque vive en el tiempo y al hacerlo puede
cambiar. Desde su DNA hasta eso tan misterioso y oculto que es su espíritu, pasando por sus circuitos cerebrales, sus memorias, su
psique o su alma, la cultura en que lo han criado, la educación imborrable que ha recibido, todo eso. Que además de permanente, es, paradójicamente,
efímero, en cuanto a que va
desapareciendo a medida que el presente se transforma en pasado, quedando solo
sus recuerdos en las memorias que el pabilo humano, en tremenda diferencia con
el de la vela, es capaz de almacenar en la parte de él a la que todavía no ha quemado el tiempo. Por
expresarlo con un ejemplo: de un amor o una ilusión
que se perdieron, de un éxito o un fracaso que pasaron,
solo queda la memoria, y no siempre. Aun así,
es precisamente esta memoria la que hace que merezca la pena haber vivido.
Por último, la cera que rodea y
alberga al pabilo es todo lo que teniendo una naturaleza material se integra o
se integrará en esa vida humana a medida
que vaya transcurriendo su tiempo. El alimento, el aire y el agua que se hacen
o se harán carne, sangre y huesos de esa vida. La fuerza de sus músculos, la agudeza de sus
sentidos, la calidad de su piel, su belleza física
o su fealdad, su salud. Todo eso, que integrándose
con lo material y lo misterioso del pabilo humano, irá
convirtiéndose en llama, es decir, en
presente de esa vida humana.
¿Tiene algún sentido práctico hacer este tipo de
ejercicios imaginativos? Yo creo que sí. En lo más hondo de todas las culturas están sus raíces simbólicas. Los humanos hemos simbolizado con los elementos
visibles del mundo que nos rodea conceptos y realidades complejas, difíciles de definir y comprender. En lo que se refiere a la
vela, el gran simbolista español que fue Juan Eduardo Cirlot
nos trajo su significado simbólico. En su “Diccionario de símbolos” escribe sobre la vela encendida: “Como la lámpara, luz individualizada; en
consecuencia, símbolo de una vida particular,
en contraposición a la vida cósmica y universal”.
Pues eso, una vida particular, con todo lo de precioso
y único que en toda la historia del
universo tiene un simple individuo humano, simbolizada en la efímera belleza de una vela encendida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario