viernes, 19 de julio de 2013

Barco varado


Esta tarde de jueves, a la salida del puerto español de Barbate, en la boca occidental del Estrecho de Gibraltar, varó en un banco de arena el marrajero marroquí "Batiola" y yo tuve ocasión de hacerle la foto que encabeza esta entrada.

La varada fue accidental, consecuencia de la mala suerte. El "Batiola" era remolcado por un lanchón del astillero de Barbate hasta el muelle comercial, donde terminarían su reparación. Entonces, en mitad de la canal de salida, se partió el cable de remolque y el débil viento de Levante empujó al barco hasta el banco de arena que flanquea la entrada del puerto por el Norte. La varada se produjo casi en pleamar. Cuando la marea empezó a bajar, el barco fue quedando más y más en seco, escorando a la vez hacia babor. La foto se tomó a media marea y no se esperaba que el "Batiola" escorara ya mucha más. En la siguiente pleamar un remolcador tiraría de él por la popa y todos esperaban que pudiera ponerlo a flote.

En un sitio muy cercano al que ocupa el "Batiola" varé yo con mi velero hace ya muchos años. Fijaros cómo lo digo: varé yo... con mi velero, porque para el que manda un barco lo más frustrante que le puede pasar es varar, tanto que para él no es su barco quien vara, sino él mismo. De pronto, sin que tú lo esperes, tu barco se para en seco, bruscamente, y tú tienes la sensación de que algo malo y poderoso te ha agarrado por las tripas y te las va a desgarrar de un momento a otro. Tu barco acaba de perder lo más noble y marinero que un barco tiene, su movimiento entre las olas, bajo los vientos. Al no moverse, deja inmediatamente de ser un barco y tú, como consecuencia, dejas de ser un marino. Los dos os quedáis suspendidos en la nada hasta que el entuerto se arregle, si es que se arregla. Y este dejar de ser, este no ser, a ti te llena de angustia y de pena por tu barco. En esos momentos te das cuenta de verdad de cuánto lo querías.

Mi caso se resolvió bien. Nada más varar cogí unas gafas de submarinista y me tiré al agua. Pude ver que la orza de mi barco topaba levemente con la arena del fondo, pero comprendí que podría sacarlo dando marcha atrás. Así fue. Pero esos minutos en que todavía varados mi barco y yo dejamos de ser, radicalmente, lo que habíamos venido siendo, esos no se los deseo a nadie.

Igual pasa en la vida. Siempre corres el riesgo de varar, a veces hasta varas, tú con tus ilusiones, esperanzas o anhelos, que son el barco en el que navegas por tu tiempo. No te lo deseo, pero si varas, haz inmediatamente todo lo posible por volver a ponerte a flote, tú con tu barco o tu barco contigo, que es lo mismo. Y en cuanto te libres de los malos fondos, pon rumbo hacia las aguas profundas, donde no haya bancos de arena ni arrecifes capaces de hacerte prisionero. Y cuando estés ya en aguas seguras, no te sientas culpable por lo que pasó, tampoco inocente. Limítate a seguir navegando, ahora lo harás poniendo mucho más cuidado. Por lo demás, consuélate si lo necesitas pensando que varar solo pueden hacerlo los que se atreven a navegar, que por lo tanto  no solo marca un fracaso, también es señal de un privilegio.

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