Puedo escribir hoy sobre lo que vi hace dos días, la cabalgata del 3 de Octubre, fecha en que la ciudad holandesa de Leiden celebra su liberación de las tropas españolas en 1574.
Esta cabalgata conmueve a la pequeña y bella ciudad universitaria, que participa en ella con entusiasmo, pero no es una celebración solemne, sino festiva, más una ocasión para pasar un buen rato juntos que una conmemoración histórica. Hay carrozas y participantes que recogen múltiples aspectos de la vida y la historia cotidiana de la ciudad. El Ayuntamiento, con sus miembros rigurosamente vestidos de frac y chistera, preside el desfile y recorre las calles a su frente. Y la única presencia militar es la de numerosas bandas de música, muchas de ellas integradas por veteranos y que desfilan con marcialidad tocando sonoras marchas castrenses pero sin exhibir armas de ninguna clase.
Siendo los holandeses mucho más metódicos y organizados que los españoles, la cabalgata transcurrió sin embargo con más desorden que el habitual en espectáculos similares que tienen lugar en mi tierra, como las procesiones de Semana Santa o las cabalgatas de Reyes Magos. Esto me llamó la atención. La causa principal de este desorden estaba en los largos intervalos entre los distintos tramos de la cabalgata, que convirtieron a ésta en lentísima, casi interminable, intercalada de numerosos espacios vacíos. Cada tramo parecía estar haciendo la guerra por su cuenta.
Pensé sobre el asunto. Llegué a la conclusión de que lo que más nos diferencia a españoles de holandeses, o más en general a los europeos mediterráneos de los centronórdicos, es el ritmo vital, el tempo interior que marca los compases de nuestras vidas. Los españoles somos rápidos y por eso fugaces, los holandeses lentos y por eso precisos. A los españoles nos pueden la velocidad y las prisas, por eso no preparamos a fondo nuestras acciones pero somos genios de la improvisación. Los holandeses se lo piensan bien antes de acometer algo, llegarán más tarde que nosotros, pero es más seguro que lleguen. Nosotros avanzamos mirando a la meta, ansiosos por alcanzarla, ellos atentos a la etapa del camino en la que se encuentran, moviéndose con precisión y cuidado, para no resbalar.
En fin, los dos tipos de naturaleza, mediterránea y nórdica, son necesarios, complementarios y plenamente justificados. Quizá todo esto dependa del clima, las nubes y la lluvia. En cualquier caso, más nos valiera, en la dubitativa Unión Europea, comprendernos mejor unos a otros.