El viento sopla con fuerza, arranca del mar y el bosque un sinfín
de quejidos que te aturden.
A veces… a
veces te parece escuchar entre este ensordecedor caos un grito de dolor. ¡Sí,
lo oyes, sin duda lo oyes, solo de vez en cuando, tapado, ahogado por los
bramidos del desorden y el azar, pero sí, no dejas de oírlos y sí, son gritos de
dolor humano, dolor personal.
Entonces empiezas a darte cuenta tú, torpe de ti, de que lo que
expresan estos quejidos es el dolor del mundo, que es el tuyo y el suyo, el
dolor de todos los seres a los que les late dentro un corazón.
El sufrimiento, ese que está siempre
necesitado de compasión.
Y sientes la necesidad, más todavía, el deseo
vehemente, de convertirte tú, todo entero, en un abrazo. De extinguirte,
derretirte en un abrazo.
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