martes, 16 de junio de 2015

Quién pasea a quién

Saco de paseo a mi perro Curro dos veces todos los días, por la mañana y por la tarde.  Al menos eso creo yo. Pero empiezo a sospechar que Curro cree que es él quien me saca de paseo a mí.

Estos paseos se nos han hecho a los dos absolutamente imprescindibles. Curro, que tiene dos años y está en la plenitud de sus fuerzas, les imprime un ritmo muy rápido, sobre todo al principio. Tira de mí como podría hacerlo un perro esquimal de su trineo. Olisquea frenéticamente todas las huellas dejadas por otros perros, él mismo va dejando sus marcas a lo largo de nuestro recorrido. Se engalla y eriza su crin al cruzarse con algunos perros que de alguna manera escondida para mí, lo provocan. Se asusta y hace bruscos quiebros cuando se nos acerca algún grupito de adolescentes, señal probable de que en sus tiempos de perro vagabundo algunos humanos jóvenes le hicieron pasar malos momentos. Pero su mundo a lo largo de estos paseos lo es fundamentalmente de olores.

Mientras que el mío lo es de visuales. Escudriño la belleza de los jardines que voy dejando atrás, sus diferentes tonos de verde, el rojo encendido de las brácteas florales de las bouganvillas, el porte elegante de las palmeras más altas, con sus hojas al son del viento, la espesura misteriosa de los setos de hiedra o ciprés. Pero sobre todo vigilo los cielos para identificar a los aviones que pasan veloces y altísimos sobre mí. Puedo hacerlo gracias al software de Flightradar24, cargado en mi celular, que me da la situación en cada instante de las aeronaves que me sobrevuelan, junto con todos sus datos identificativos. Aunque en verdad, con esos excesos que tiene la información que nos llega a todas horas de todas partes, es capaz de darme la misma información exhaustiva para todas las aeronaves que están cruzando en un momento dado todos los cielos del mundo.

En Sevilla la mayoría de los aviones que me sobrevuelan son los que unen mi ciudad con otras europeas, o éstas con las Islas Canarias orientales, Lanzarote y Fuerteventura. Pero también están las que enlazan Marruecos con Francia. Y a veces aparecen algunas aeronaves exóticas que encienden mi imaginación, como las que unen Lisboa con una u otra de las dos capitales del Africa portuguesa, Maputo de Mozambique  y Luanda de Angola. Aunque la más misteriosa de todas es esa gran aeronave de Air China que cruza majestuosa de Beijing a Madrid a través de la inmensa Siberia y luego de Madrid a Sao Paulo, con vuelta.

Toda la gente extraña y variopinta que vuela sobre mí, la tengo tan inalcanzable… pero a la vez está tan próxima, justo encima mía, a no más de diez kilómetros. Cuando identifico a uno de estos aviones misteriosos me gusta imaginar cómo serán sus pasajeros. Hay vuelos que por su origen y destino supongo llenos de turistas centroeuropeos que huyen de sus grises, ávidos de alcanzar los rojos calores africanos para tostarse al Sol, junto a las playas azules. Otros vuelos no pueden estar poblados sino por comerciantes para los que el tiempo es oro y funcionarios que viajan gratis en primera clase como mandarines que son de nuestros tiempos. Ese vuelo de Air China entre Beijing y Sao Paulo, el único en su género, ¿por qué hace precisamente escala europea en Madrid, y no en Paris o Frankfurt? Quizá porque está orientado a otros destinos sudamericanos. Me imagino ese avión lleno de extraños comerciantes chinos entre los que podrían camuflarse formidables espías, de mafiosos traficantes en trabajo esclavo, de comerciantes latinos que se dirigen a explorar los mercados chinos, de alguna de esas mujeres misteriosas que a veces se encuentra uno flotando por el mundo.

Todo eso y más, tan cerca de mí, sobre mi cabeza, hasta dentro de ella, pero a la vez tan alto, tan estratosférico, tan inalcanzable…

A veces Curro frena bruscamente su vivo paso ante un olor demasiado complicado o atractivo, y así me frena a mí. En esos instantes me siento dominado, dirigido por él. Intento que continuemos nuestra marcha pero no me hace caso. Más que mi perro me parece el ancla que fija al suelo ese barco que debería ser yo. Hasta que decide ponerse de nuevo en marcha y yo, uncido a él por la cadena que nos une, lo sigo.

En momentos así me doy cuenta de que Curro cree que no soy yo el que lo saca de paseo a él, sino él a mí.  Que está convencido de que dirige nuestros pasos y me lleva a través de sus aventuras callejeras para que yo lo proteja y así pueda sentirse más seguro.


Y descubro que esta situación, en la que los dos nos sentimos encadenados y mutuamente dependientes el uno del otro, dueños ambos y a la vez mascotas, es la que convierte nuestros paseos en una hermosa experiencia compartida, que nunca olvidaremos. 


2 comentarios:

Anónimo dijo...

Ahí veo otra vez al que observaba los barcos cruzar el estrecho e imaginaba cosas alrededor de ello: enhorabuena, es mirada afortunada y sabia.
Jordi

olo dijo...

Es una fijación infantil. Por mi casa andaba arrumbado un viejo catalejo de latón, que perteneció a un marino que en las fragatas Victoria y Sabina navegó a mediados del XIX entre Cádiz y Manila. Con seis o siete años me subía con él a la azotea de mi casa en Sanlúcar de Barrameda y escrutaba los barcos que entraban y salían del Guadalquivir y las orillas salvajes del coto Doñana. Las aberraciones de sus lentes eran terribles, pero lo importante para mí no era ver, sino imaginar sobre la base de lo que entreveía. Me lo pasaba bomba.