Saco de paseo a mi perro Curro dos
veces todos los días, por la mañana y por la tarde. Al menos eso creo yo. Pero empiezo a sospechar
que Curro cree que es él quien me saca de paseo a mí.
Estos paseos se nos han hecho a
los dos absolutamente imprescindibles. Curro, que tiene dos años y está en la
plenitud de sus fuerzas, les imprime un ritmo muy rápido, sobre todo al
principio. Tira de mí como podría hacerlo un perro esquimal de su trineo.
Olisquea frenéticamente todas las huellas dejadas por otros perros, él mismo va
dejando sus marcas a lo largo de nuestro recorrido. Se engalla y eriza su crin
al cruzarse con algunos perros que de alguna manera escondida para mí, lo
provocan. Se asusta y hace bruscos quiebros cuando se nos acerca algún grupito
de adolescentes, señal probable de que en sus tiempos de perro vagabundo
algunos humanos jóvenes le hicieron pasar malos momentos. Pero su mundo a lo
largo de estos paseos lo es fundamentalmente de olores.
Mientras que el mío lo es de
visuales. Escudriño la belleza de los jardines que voy dejando atrás, sus
diferentes tonos de verde, el rojo encendido de las brácteas florales de las
bouganvillas, el porte elegante de las palmeras más altas, con sus hojas al son
del viento, la espesura misteriosa de los setos de hiedra o ciprés. Pero sobre
todo vigilo los cielos para identificar a los aviones que pasan veloces y
altísimos sobre mí. Puedo hacerlo gracias al software de Flightradar24, cargado
en mi celular, que me da la situación en cada instante de las aeronaves que me
sobrevuelan, junto con todos sus datos identificativos. Aunque en verdad, con
esos excesos que tiene la información que nos llega a todas horas de todas
partes, es capaz de darme la misma información exhaustiva para todas las
aeronaves que están cruzando en un momento dado todos los cielos del mundo.
En Sevilla la mayoría de los
aviones que me sobrevuelan son los que unen mi ciudad con otras europeas, o
éstas con las Islas Canarias orientales, Lanzarote y Fuerteventura. Pero
también están las que enlazan Marruecos con Francia. Y a veces aparecen algunas
aeronaves exóticas que encienden mi imaginación, como las que unen Lisboa con
una u otra de las dos capitales del Africa portuguesa, Maputo de
Mozambique y Luanda de Angola. Aunque la
más misteriosa de todas es esa gran aeronave de Air China que cruza majestuosa
de Beijing a Madrid a través de la inmensa Siberia y luego de Madrid a Sao
Paulo, con vuelta.
Toda la gente extraña y
variopinta que vuela sobre mí, la tengo tan inalcanzable… pero a la vez está tan próxima, justo encima
mía, a no más de diez kilómetros. Cuando identifico a uno de estos aviones
misteriosos me gusta imaginar cómo serán sus pasajeros. Hay vuelos que por su
origen y destino supongo llenos de turistas centroeuropeos que huyen de sus
grises, ávidos de alcanzar los rojos calores africanos para tostarse al Sol,
junto a las playas azules. Otros vuelos no pueden estar poblados sino por comerciantes
para los que el tiempo es oro y funcionarios que viajan gratis en primera clase
como mandarines que son de nuestros tiempos. Ese vuelo de Air China entre
Beijing y Sao Paulo, el único en su género, ¿por qué hace precisamente escala
europea en Madrid, y no en Paris o Frankfurt? Quizá porque está orientado a otros
destinos sudamericanos. Me imagino ese avión lleno de extraños comerciantes
chinos entre los que podrían camuflarse formidables espías, de mafiosos traficantes
en trabajo esclavo, de comerciantes latinos que se dirigen a explorar los
mercados chinos, de alguna de esas mujeres misteriosas que a veces se encuentra
uno flotando por el mundo.
Todo eso y más, tan cerca de mí,
sobre mi cabeza, hasta dentro de ella, pero a la vez tan alto, tan
estratosférico, tan inalcanzable…
A veces Curro frena bruscamente
su vivo paso ante un olor demasiado complicado o atractivo, y así me frena a
mí. En esos instantes me siento dominado, dirigido por él. Intento que
continuemos nuestra marcha pero no me hace caso. Más que mi perro me parece el
ancla que fija al suelo ese barco que debería ser yo. Hasta que decide ponerse de nuevo en marcha y yo, uncido a él por la cadena que nos une, lo sigo.
En momentos así me doy cuenta de
que Curro cree que no soy yo el que lo saca de paseo a él, sino él a mí. Que está convencido de que dirige nuestros
pasos y me lleva a través de sus aventuras callejeras para que yo lo proteja y
así pueda sentirse más seguro.
Y descubro que esta situación, en
la que los dos nos sentimos encadenados y mutuamente dependientes el uno del
otro, dueños ambos y a la vez mascotas, es la que convierte nuestros paseos en
una hermosa experiencia compartida, que nunca olvidaremos.
2 comentarios:
Ahí veo otra vez al que observaba los barcos cruzar el estrecho e imaginaba cosas alrededor de ello: enhorabuena, es mirada afortunada y sabia.
Jordi
Es una fijación infantil. Por mi casa andaba arrumbado un viejo catalejo de latón, que perteneció a un marino que en las fragatas Victoria y Sabina navegó a mediados del XIX entre Cádiz y Manila. Con seis o siete años me subía con él a la azotea de mi casa en Sanlúcar de Barrameda y escrutaba los barcos que entraban y salían del Guadalquivir y las orillas salvajes del coto Doñana. Las aberraciones de sus lentes eran terribles, pero lo importante para mí no era ver, sino imaginar sobre la base de lo que entreveía. Me lo pasaba bomba.
Publicar un comentario