Han pasado casi tres meses desde que el 20 de diciembre de
2015 se celebraron elecciones generales en España. Los partidos políticos, de
los que ninguno obtuvo mayoría suficiente para gobernar en solitario, siguen
sin ponerse de acuerdo para formar una coalición de gobierno.
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En la imagen los lideres de los cuatro partidos que
representan en conjunto el 92% del Congreso de los Diputados. Junto al nombre
de cada líder, coloreado en rojo si de izquierdas y en azul si de derechas,
figura el nombre del partido y el % de diputados que ha conseguido en el
Congreso.
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¿Qué está pasando?
Lo más sencillo habría sido que
PP y PSOE, los dos partidos dominantes, que se han venido sucediendo en el
gobierno durante casi cuarenta años de democracia, hubieran formado ahora un
gobierno de coalición, con una aplastante mayoría del 61% en el Congreso de los
Diputados.
Pero el secretario general del
PSOE, Pedro Sánchez, se ha negado rotundamente a ni siquiera hablar con el
presidente del PP, Mariano Rajoy. En contraposición, ha intentado formar una
coalición con Podemos (izquierda radical) y Ciudadanos (centro derecha), que
habría alcanzado una mayoría del 57%. Ha fracasado porque ni Podemos ni
Ciudadanos quieren integrarse en una misma coalición, dadas sus profundas
diferencias ideológicas. De este modo España se ve abocada a otras elecciones
generales que no podrán celebrarse hasta junio y que pueden dar resultados muy
parecidos a los de Diciembre 2015, reproduciendo el problema ahora planteado.
Permaneciendo entre tanto el país en manos de un gobierno en funciones que no
tiene la potestad de aplicar las enérgicas políticas de reforma que España sigue
necesitando.
Menudo lío. Aunque detrás de lo
que podría parecer un reñidero de políticos que piensan más en sus intereses
personales o de partido que en los de la nación, hay razones de fondo que
pueden explicar la situación. Para entenderlas conviene sustraerse del torrente
de acontecimientos cotidianos, de modo que “los árboles no nos impidan ver el
bosque”.
El “bosque” que hay que ver es el
de la izquierda española en su conjunto, dividida hoy en dos mitades de las que
una (Podemos) intenta comerse a la otra (PSOE), siguiendo una cinética parecida
a la que en Grecia hizo que Syriza (el Podemos griego) se comiera al Pasok (el
PSOE griego). Sánchez y la dirigencia del PSOE temen que en España pueda repetirse
este fenómeno y por eso se niegan a coaligarse con el PP, entendiendo que esto podría suponer un desgaste irreparable para su imagen ante los votantes de izquierda.
Pero ¿por qué teme el PSOE a
Podemos? El motivo no es ideológico; el PSOE es un partido socialdemócrata integrado
en el socialismo europeo; Podemos es todavía un movimiento magmático, pero sus
dirigentes proceden de un comunismo leninista salido de las aulas universitarias,
sin experiencia de gobierno. El PSOE arrastra el cansancio de muchos años de
poder con luces y sombras, y en sus últimos ocho años de mandato la pésima
gobernanza de su líder de entonces, Rodriguez Zapatero; mientras que Podemos es
joven, no está desgastado y ofrece a muchos españoles bastante agobiados y
cabreados grandes promesas de cambio.
Podemos, en definitiva,
representa la versión española de un populismo que, tras la crisis financiera
del 2008, está presente en muchas democracias occidentales. En unos países este
populismo tiene un disfraz de derechas, como en Francia con Marine Le Pen o en
USA con el republicano Trump, en otros de izquierdas, como en Grecia con Syriza
o en España con Podemos, y en otros es
un populismo soberanista, como en Gran Bretaña y también en España con los
casos catalán y vasco.
Aunque en su fondo los populismos
son todos iguales: aspiran a satisfacer las demandas de una sociedad que reclama
un reparto más justo de la riqueza aplicando para ello políticas destinadas al
fracaso, porque no hay suficiente riqueza que repartir. Caso paradigmático de
populismo es la Venezuela de Chaves y Maduro, donde ha conducido al empobrecimiento
absoluto de la población, precisamente lo contrario de lo que aspiraba.
¿Por qué aflora el populismo
ahora en Europa? Por el negro futuro que tienen a la vista unas clases medias
que eran mayoritarias y ven cómo van disminuyendo sus ingresos netos, sus
posibilidades de trabajo, su bienestar social (sanidad pública, educación
gratuita y pensiones dignas) y el porvenir de sus hijos y nietos. La
globalización económica y financiera se ha llevado mucho del dinero para
invertir y de los puestos de trabajo a países lejanos. La globalización social
atrae inmigrantes procedentes de países todavía en peor situación que compiten
con las poblaciones locales. Y lo que termina de agravar la situación es que no
hay una correspondiente globalización política, es decir, una voluntad de los
países más ricos por reducir sus diferencias con sus vecinos más pobres, así
como un control político suficiente sobre los movimientos financieros o
migratorios.
Todo esto hace que los pueblos
europeos sientan miedo y rabia. Poniendo sus esperanzas mezcladas con su cólera
en manos de unos populismos que no son, en definitiva, sino una forma de
fascismo. Lamento tenerlo que decir así pero así lo temo y lo creo.
La coyuntura que vive Europa en
esta primera mitad del siglo XXI tiene muchas analogías con la que vivió en la
primera mitad del siglo XX. La democracia vuelve a estar en crisis, en cuanto a
que puede ser de nuevo amenazada y hasta capturada por distintas formas de
fascismo. Europa en su conjunto y España en particular tienen que ser capaces
de mirar serenamente a su futuro y determinar qué es lo que tienen que hacer
para que llegue a ser precisamente eso, todo un futuro garantizado y digno. Conseguir
ese futuro nos obligará a renunciar a muchas cosas superfluas, pero encontrando
a la vez compensaciones que merezcan la pena. Para eso hacen falta líderes
encuadrados en partidos honrados y con experiencia, junto con ciudadanos que
voten con la cabeza antes que con el corazón. Nada menos que todo eso. Pero creo
que en España podemos tenerlo.
Yo quisiera que antes de
llegar a unas nuevas elecciones, Ciudadanos, PP y PSOE se pongan de acuerdo
para formar un gobierno de coalición, que tendría una mayoría parlamentaria de
nada menos que el 72% y podría emprender un programa no ya reformista, sino capaz
de definir con claridad un futuro para España, aplicando no ya las políticas,
sino las estrategias necesarias para ello.
En cuanto a Podemos, que tengan
paciencia y adquieran experiencia de gobierno a los niveles locales y
regionales en que ahora están situados, demostrándoles allí a los ciudadanos qué
es lo que van a ser capaces de ofrecerles.