martes, 1 de marzo de 2016

La lucha por la vida

La naturaleza chilota. Las grandes rocas testimonian un pasado
geologicamente tormentoso, pero a la escala de los miles de
años todo es apacible para la Naturaleza no humana. Incluso los
frecuentes terremotos la dejan indiferente.
La visión popular del darwinismo me parece profundamente inexacta.

En Chiloé va a empezar pronto el otoño. Estamos ahora en la plenitud tranquila del verano, la vida bulle por todas partes y a todos sus niveles, abundan todavía las flores, los insectos de muchas especies  liban sus néctares y a su vez son devorados por unas cuantas especies de pájaros insectívoros, entre las que destaca aquí, con la belleza de sus ojos rojos y sus elegantes picados tras los dípteros, el diucón. También liba a su manera rápida y elegante los néctares florales el rey de la naturaleza chilota, el magnífico y minúsculo colibrí, que en Chile llaman atinadamente picaflor. Otros pájaros, como los tordos o los zorzales, comen con glotonería las muchas semillas de gramíneas silvestres que se acumulan en el suelo, bajo las altas hierbas ya secas. Y aves mayores como las bandurrias y los tiuques, rebuscan por el suelo los gordos gusanos, las gelatinosas babosas y los escarabajos que corretean entre yerbajos que para ellos posiblemente sean una gran selva virgen. A veces, cuando un zorzal vuela, el halcón peregrino, vigilante desde lo alto de los cielos, se lanza sobre él y lo mata de un zarpazo implacable. Pero esos pequeños y lindos venados a los que llamamos pudúes y los preciosos zorritos a los que Darwin descubrió para la ciencia, no tienen aquí predadores naturales que los sometan a su cadena trófica, y sin embargo viven en perfecto equilibrio con el resto de la naturaleza. Claro que zorritos y pudúes se están extinguiendo poco a poco víctimas de nosotros los humanos y, más en particular, de nuestros perros.

El suelo que los humanos vemos desde alturas casi 
celestiales es para los pequeños insectos una selva
 profunda.

La sensación que yo tengo es que en los ecosistemas naturales como éste de Chiloé que están en equilibrio, es decir, que no se han visto sometidos a una gran catástrofe, como un invierno demasiado frío o un persistente cambio climático, no hay lucha por la vida entre las distintas especies que los pueblan, en ese sentido angustioso, escatológico, que los humanos damos a la expresión “lucha por la vida”. Lo que existe es una convivencia armoniosa, en la que, por supuesto, siempre está presente la muerte. Plantas y animales viven un ciclo imperturbable de eterno retorno en el que la muerte no es sino la continuación natural de la vida. Y no se trata de una situación bucólica: la naturaleza es dura, sus leyes son implacables. Pero todo ello transcurre en el marco de una profunda inocencia, donde la angustia y eso que los humanos llamaríamos el pecado, no existen.

Lo mismo sucede con las ramas y hojas del Canelo. 
Como los altos de las grandes selvas amazónicas 
para los pequeños insectos
Bajo estas perspectivas me explico yo la narración que el mito bíblico nos hace del pecado de Adán y Eva y su consiguiente expulsión del Paraíso. Lo que sucedió fue que Homo sapiens, como consecuencia de una evolución darwiniana estricta, sufrió una serie de cambios anatómicos que lo transformaron en la bestia tan inteligente como angustiada que los humanos somos. El desarrollo casi canceroso del córtex cerebral, que trajo consigo una inteligencia nunca antes vista, las adaptaciones de la laringe que permitieron los sonidos sofisticados de un habla, los cambios cervicales que facilitaron el aumento del tamaño cerebral  y el andar de pie, sin tener que arrastrarse sobre la tierra con la mirada baja, todo esto hizo un humano que perdió la inocencia y como corolario inmediato, rechazó la inevitabilidad natural de la muerte. A partir de ese momento no había sitio para él en el Jardín del Edén, ese Paraíso que es la Naturaleza sin humanos. Por eso Dios no tuvo más remedio que expulsarlo de allí, de manera que desde entonces los humanos empezamos a “vivir peligrosamente”.

Este es para mí el centro de la Historia Natural. Lo que nos ha permitido a los humanos ver a la Naturaleza como algo distinto a nosotros, hecha para que la explotemos. Lo que nos ha llevado a irla destruyendo para ponernos así en el mayor de los peligros a nosotros mismos.


¿Cuándo, llevados por nuestra inteligencia casi angélica, empezaremos a corregirnos?

Me relaciono con mis amigos Tiuques dándoles pan todos los días. Quizá sería mejor para ellos que yo los dejara en paz.

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