La visión popular del darwinismo me parece profundamente
inexacta.
En Chiloé va a empezar pronto el
otoño. Estamos ahora en la plenitud tranquila del verano, la vida bulle por
todas partes y a todos sus niveles, abundan todavía las flores, los insectos de
muchas especies liban sus néctares y a
su vez son devorados por unas cuantas especies de pájaros insectívoros, entre
las que destaca aquí, con la belleza de sus ojos rojos y sus elegantes picados
tras los dípteros, el diucón. También
liba a su manera rápida y elegante los néctares florales el rey de la
naturaleza chilota, el magnífico y minúsculo colibrí, que en Chile llaman
atinadamente picaflor. Otros pájaros, como los tordos o los zorzales, comen con
glotonería las muchas semillas de gramíneas silvestres que se acumulan en el
suelo, bajo las altas hierbas ya secas. Y aves mayores como las bandurrias y
los tiuques, rebuscan por el suelo los gordos gusanos, las gelatinosas babosas
y los escarabajos que corretean entre yerbajos que para ellos posiblemente sean
una gran selva virgen. A veces, cuando un zorzal vuela, el halcón peregrino, vigilante
desde lo alto de los cielos, se lanza sobre él y lo mata de un zarpazo
implacable. Pero esos pequeños y lindos venados a los que llamamos pudúes y los
preciosos zorritos a los que Darwin descubrió para la ciencia, no tienen aquí
predadores naturales que los sometan a su cadena trófica, y sin embargo viven
en perfecto equilibrio con el resto de la naturaleza. Claro que zorritos y
pudúes se están extinguiendo poco a poco víctimas de nosotros los humanos y,
más en particular, de nuestros perros.
El suelo que los humanos vemos desde alturas casi
celestiales es para los pequeños insectos una selva
profunda.
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La sensación que yo tengo es que
en los ecosistemas naturales como éste de Chiloé que están en equilibrio, es
decir, que no se han visto sometidos a una gran catástrofe, como un invierno
demasiado frío o un persistente cambio climático, no hay lucha por la vida
entre las distintas especies que los pueblan, en ese sentido angustioso,
escatológico, que los humanos damos a la expresión “lucha por la vida”. Lo que
existe es una convivencia armoniosa, en la que, por supuesto, siempre está
presente la muerte. Plantas y animales viven un ciclo imperturbable de eterno
retorno en el que la muerte no es sino la continuación natural de la vida. Y no
se trata de una situación bucólica: la naturaleza es dura, sus leyes son implacables.
Pero todo ello transcurre en el marco de una profunda inocencia, donde la
angustia y eso que los humanos llamaríamos el pecado, no existen.
Lo mismo sucede con las ramas y hojas del Canelo.
Como los altos de las grandes selvas amazónicas
para los pequeños insectos
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Bajo estas perspectivas me
explico yo la narración que el mito bíblico nos hace del pecado de Adán y Eva y
su consiguiente expulsión del Paraíso. Lo que sucedió fue que Homo sapiens, como consecuencia de una
evolución darwiniana estricta, sufrió una serie de cambios anatómicos que lo
transformaron en la bestia tan inteligente como angustiada que los humanos
somos. El desarrollo casi canceroso del córtex cerebral, que trajo consigo una
inteligencia nunca antes vista, las adaptaciones de la laringe que permitieron
los sonidos sofisticados de un habla, los cambios cervicales que facilitaron el
aumento del tamaño cerebral y el andar
de pie, sin tener que arrastrarse sobre la tierra con la mirada baja, todo esto
hizo un humano que perdió la inocencia y como corolario inmediato, rechazó la
inevitabilidad natural de la muerte. A partir de ese momento no había sitio
para él en el Jardín del Edén, ese Paraíso que es la Naturaleza sin humanos.
Por eso Dios no tuvo más remedio que expulsarlo de allí, de manera que desde
entonces los humanos empezamos a “vivir peligrosamente”.
Este es para mí el centro de la
Historia Natural. Lo que nos ha permitido a los humanos ver a la Naturaleza
como algo distinto a nosotros, hecha para que la explotemos. Lo que nos ha
llevado a irla destruyendo para ponernos así en el mayor de los peligros a
nosotros mismos.
¿Cuándo, llevados por nuestra
inteligencia casi angélica, empezaremos a corregirnos?
Me relaciono con mis amigos Tiuques dándoles pan todos los días. Quizá sería mejor para ellos que yo los dejara en paz. |
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