viernes, 6 de enero de 2012

Los Reyes Magos

Bernardino Luini (1520).- Adoración de los Magos.

Ayer tuvo lugar en casi todas las ciudades españolas la cabalgata de los Reyes Magos, y hoy por la mañana los niños se han encontrado en sus casas con los juguetes que los Magos les han traído durante la noche.  Fiesta de la ilusión, equivalente a la de San Nicolás o Santa Claus en otras partes del mundo. Día de la gente menuda, esa que todavía es capaz de creer con facilidad en lo que a los mayores nos parece imposible, a la que por eso admiro y envidio.

Cuando yo tenía cuatro años estuve a punto de ver a los Reyes Magos. En mi casa se quedaba un balcón abierto para que pudieran entrar a dejar los juguetes durante la noche. Junto al balcón, un cubo de agua y un montón de paja para sus camellos. Mi madre nos acostó temprano, porque los Reyes podrían llegar pronto y no debíamos estar despiertos cuando lo hicieran. Pero mi curiosidad, derivada de mi admiración por aquellos Magos misteriosos, era tremenda. Cuando se hizo el silencio en mi casa, lo que significaba que mis padres también debían estar dormidos, me arrastré desde mi cama hasta el salón y me escondí bajo las faldas de una mesa, junto al balcón abierto. Hacía frio, pero no me importaba, iba a acechar desde allí la llegada de los Reyes, intentaría verlos sin que ellos se dieran cuenta, levantando disimuladamente los faldones, ese era mi plan. Pasó mucho tiempo, el suficiente para hacerme pensar más de cincuenta veces que debería volver a mi cama. Estaba ya medio dormido cuando oí unos ruidos extraños. Me emocioné, no podían ser sino ¡por fin!, los Reyes Magos a punto de entrar en mi casa. Empecé a oir cómo alguien hablaba en voz baja. Presté muchísima atención y me pareció que la que hablaba así era mi madre. Inmediatamente, también mi padre. ¿Qué podían hacer ellos allí? Estaban profanando la llegada de los Reyes, si estos se daban cuenta pasarían de largo, sin dejarnos ningún juguete. Así que salí de bajo los faldones, lo que por cierto les dio un susto, y les dije que se fueran de allí. “No sin ti”, me contestó mi madre, “tú tampoco tienes que estar aquí, menos todavía escondido. Nosotros solo hemos venido para asegurarnos de que el cubo de agua para los camellos estaba lleno”.

Dicho lo cual me cogió en brazos, todavía recuerdo el calor que mi madre desprendía, y me llevó a mi cama, donde me arropó y me dio un beso. “Duérmete”, me dijo. Eso hice, hasta la mañana siguiente, muy temprano, en que nos despertó a los tres hermanos para ir a ver si los Reyes nos habían dejado algo. Mi padre se nos unió, entramos todos juntos en el salón, agarrados de las manos y llenos de emoción expectante. ¡El cubo de agua para los camellos estaba medio vacío, quedaba muy poca paja desparramada por el suelo, y todo el espacio alrededor del balcón estaba lleno de juguetes y regalos para los cinco!...

.


No hay comentarios: