En la entrada anterior de esta serie, me he encontrado en las habitaciones del gran hospital con lo que he llamado tiempo interior de los humanos. Es ese tiempo contradictorio, a la vez muy largo y muy corto, cuya vivencia han experimentado y me han confiado un enfermo y su acompañante, ese tiempo misterioso en el que va dejando su huella el acontecer de una vida humana. Un tiempo que se va expresando en estados de ánimo que pueden llegar a concretarse en recuerdos cuando se refieren al pasado y en premoniciones cuando al futuro, o quedarse simplemente en emociones difusas de angustia, nostalgia, esperanza o miedo. Dota este tiempo interior a nuestras vidas de un indispensable esqueleto temporal, de una estructura de referencias internas gracias a la cual nos reconocemos como personas. Fluye casi siempre silencioso, subterráneo, por los espacios interiores de nuestra psique.
En esta entrada, que es un complemento de la anterior, repasaré cómo han visto algunos filósofos, artistas y científicos este tiempo interior tan elusivo como poderoso. Lo haré para confirmar con sus testimonios lo que, procedente solo de mí mismo, podría quedarse en una especulación sin otro mérito que un dudoso valor literario.
Los filósofos.
Empezaré por Heráclito, aristócrata y amante de la soledad que vivió en Efeso hacia el siglo V A.C.
Panta rei, que significa “todo fluye”, es la divisa que la tradición ha adjudicado a Heráclito, el primer filósofo que investigó, quizá sin saberlo, el tiempo, para encontrar que es mucho más que ese simple tiempo físico de los relojes que ayuda a definir los movimientos de las cosas. Porque si todo fluye, también fluimos nosotros, no solo en lo más visible de nuestras naturalezas, sino hasta en lo más íntimo y misterioso. Ese fluir permanente de todo lo existente es lo que para Heráclito define, no solo al humano o al mundo, sino hasta a todo el universo. Pero ese fluir, esa transmutación incansable, es el tiempo, que Heráclito no nombra como tal, sino que identifica con el fuego, componente básico de todo lo que existe. Piensa Heráclito que si todo fluye, entonces nada es permanente, todo es mudable, errático, indefinible. Esta constatación escandaliza a los grandes filósofos que vienen detrás de él.
Platón conoció las enseñanzas de Heráclito antes que las de Sócrates. Fue posiblemente la fluyente contradicción heraclitea que le indujo a poner las realidades permanentes fuera del mundo real, en el mundo metafísico de las ideas.
En cuanto a Aristóteles, despreció a Heráclito, lo rechazó, quedándose así prisionero de un tiempo que no es más que el de los relojes y los astros, el confortable tiempo físico que solo puede constatarse desde fuera.
Ni Platón ni Aristóteles entendieron a Heráclito, para quien, si bien las realidades del universo son absolutamente cambiantes y contradictorias, en su conjunto estas contradicciones se anulan unas a otras, resultando en armonía. Allí, en esa totalidad de lo existente, es donde para Heráclito reside la Verdad, que es lo Uno, lo Único, Dios. Esto que Heráclito intuyó, lo definió muchos siglos después con bellísimas palabras Hegel, cuando formuló: “La Verdad está en el Todo”.
El caso es que Heráclito, al que sus contemporáneos llamaron el Oscuro, el Misterioso, y del que sus detractores se mofaban diciendo que era un llorón, descubrió para siempre y para todos ese tiempo interior que fluye dentro de cada uno de nosotros y en cuyas aguas revueltas nada, manteniéndose a flote como buenamente puede, nuestra psique.
Tras Heráclito hay que mencionar a San Agustín, que en el siglo III dio un paso importante en la caracterización del tiempo interior de los humanos, al que definió como tiempo del alma, compuesto por tres partes: pasado, presente y futuro. En sintonía con Heráclito, San Agustín comprendió lo tremendamente contradictorio de esta estructura. No puedo hacer sino expresarlo con sus propias, bellísimas palabras:
“¿Qué es, pues, el tiempo? Si nadie me lo pregunta, lo sé; pero si
quiero explicárselo al que me lo pregunta, no lo sé. Lo que sí digo
sin vacilación es que sé que si nada pasase no habría tiempo pasado;
y si nada sucediese, no habría tiempo futuro; y si nada existiese, no
habría tiempo presente. Pero aquellos dos tiempos, pretérito y futuro,
¿cómo pueden ser, si el pretérito ya no es y el futuro todavía no
es? Y en cuanto al presente, si fuese siempre presente y no pasase a
ser pretérito, ya no sería tiempo, sino eternidad. Si, pues, el presente,
para ser tiempo es necesario que pase a ser pretérito, ¿cómo
deciros que existe éste, cuya causa o razón de ser está en dejar de
ser, de tal modo que no podemos decir con verdad que existe el
tiempo sino en cuanto tiende a no ser?”.
San Agustín de Hipona. Confesiones. Xl, 14, 17.
Después, en el mundo occidental, que fue durante muchos siglos cristiano y escolástico, se impuso el Aristotelismo, y excepto en el recóndito submundo de los místicos, el único tiempo digno de consideración fue ese tiempo físico, el de los relojes y los astros, que marca implacable el transcurrir de las vidas humanas hacia la Muerte, el Juicio y finalmente la Eternidad, es decir, la ausencia definitiva de tiempo.
En el siglo XVII, con los brillantísimos descubrimientos de Newton, que tuvo al tiempo físico como el fundamento de su visión mecánica del mundo, se consolidó esa visión mecanicista del tiempo que es en el fondo la misma de Aristóteles, para la cual el tiempo no era sino una medida del movimiento de los cuerpos.
Tuvo que llegar el inmenso Kant para que en el siglo XVIII se diera otro paso importante. Kant puso al tiempo newtoniano en su sitio, muy alejado de nuestra psique, desplazado por tanto del papel central que en nuestra percepción del mundo había venido jugando durante siglos. Kant es un filósofo idealista, en el sentido de que estima que el mundo acerca del cual podemos pensar e investigar es el mundo que somos capaces de percibir, que no es sino una imagen, no necesariamente coincidente, del mundo real que pueda haber más allá. Para Kant, tiempo y espacio son intuiciones puras, previas a la percepción de los objetos del mundo y necesarias para que ésta sea posible. Pero ese tiempo que es intuición pura se aproxima mucho más al tiempo interior de San Agustin que al tiempo físico de Newton.
Después de Kant, los filósofos han seguido tomando conciencia de ese tiempo heracliteo, agustiniano y kantiano, que no es el tiempo físico y que vive en el interior de los humanos como una intuición pura. Quizá sea Marx quien haya puesto de manifiesto una nueva dimensión de este tiempo interior, el tiempo histórico, que los individuos humanos almacenamos como intuiciones en nuestro yo profundo y que está relacionado con el subconsciente colectivo de Jung.
Ya en el siglo XIX, en pleno esplendor del Positivismo en Filosofía, el francés Bergson se asomó con ojos nuevos al tiempo interior y fue un precursor de los existencialistas. Buen conocedor de la física y sus tiempos, rechazó sin embargo que estos pudieran tener algo que ver con lo más profundamente humano. Bergson habla de la durée, la duración, un tiempo vivo, que no es un simple testigo del movimiento, sino que evoluciona y envejece.
Luego llegan los existencialistas, empezando por Ortega y Gasset, aunque no se le considere como tal. Para Ortega lo que caracteriza esencialmente lo humano es el vivir, antes que el pensar. La vida es una sucesión de vivencias, palabra ésta que inventó el propio Ortega. Y la vivencia es tiempo interior, puro y duro, un palpitar aquí y ahora, o un recuerdo de lo que pasó, o un anhelo de lo que pasará.
Finalmente, los existencialistas sensu stricto, Sartre y Camus por el lado francés, Heidegger por el alemán, nos recuerdan que lo esencial de lo humano es el flujo de tiempo interior que recorre la vida. El existencialismo francés nace conmovido por las consecuencias terribles de la II Guerra Mundial, para ellos el individuo humano es tiempo, pero un tiempo angustiado por el absurdo del existir, una visión ésta concomitante con la de Heráclito. Para Heidegger, el futuro es el componente principal del tiempo interior, que marca la vida del individuo. En su visión, los humanos somos seres en el tiempo abocados a la muerte, y este destino es el que se nos hace angustioso.
Los pintores.
Me limitaré a señalar un par de pintores que ponen claramente de manifiesto el tiempo interior.
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Salvador Dalí (1931).- La persistencia de la memoria |
Dalí lo hace en “La persistencia de la memoria”, un cuadro que pintó en 1931 y que es una de sus obras con mayor fuerza expresiva. Presenta este tiempo interior en forma de unos relojes, que aunque registran el paso del tiempo físico, lo hacen de una forma plástica, deformable, sin una arquitectura definida. Estos relojes tienen la misma consistencia fluida que el queso Camembert derretido por el calor, un objeto éste en el que Dali se inspiró para dibujarlos. Este tiempo interior es un tiempo que transcurre, sí, pero que lo hace de una forma particular para cada reloj, es decir, para cada circunstancia, vivencia o individuo humano.
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Frida Kahlo (1932).- Aborto en Detroit |
Frida Kahlo pintó un cuadro de su segundo aborto, que tuvo lugar en el hospital Ford de Detroit, cuando vivía allí con su amado Diego Rivera mientras éste pintaba unos murales para el museo Ford. No es uno más en la serie de autorretratos de Frida, sino una verdadera obra maestra, en la que Frida expone elementos esenciales de la naturaleza y la tragedia de la mujer. Una Frida sangrante y llorosa yace en la cama de hospital, manchada también de sangre, mientras que una serie de figuraciones surrealistas flotan a su alrededor, conectadas a Frida mediante venas enlazadas con su vientre. Una de las figuraciones es la del tiempo, que no puede ser otro que el tiempo interior, representado como un caracol. Este sugiere, con su lentitud proverbial, un tiempo muy largo, inacabable. Quizá fuera así de lento y angustioso el tiempo interior de Frida durante aquél aborto que representó para ella no solo un quebranto físico sino una gran desilusión, porque perdió el hijo que quería darle a su amado Diego. El caracol equivale a un reloj que se atrasa. Añade así una precisión a la configuración presentada por Dalí. El tiempo interior no tiene solamente una geometría variable, de queso Camembert fundido, sino que también lo es su ritmo, su velocidad. Si vemos a este tiempo interior como un reloj, puede atrasar, también adelantar. No sirve como elemento de referencia externa, es puro vivir individual, puro palpitar.
Citaré de pasada que hay otro elemento en el cuadro de Frida que merece atención en el contexto de esta serie sobre el Gran Hospital: la cama, elemento central del cuadro, lo es también del hospital, donde todo empieza y termina en una cama articulada, inconfundible, especie de celda en la que el enfermo es recluído.
Los literatos.
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Portada de una edición de
"La Metamorfosis" |
Aunque la lista es larga, solo mencionaré a Franz Kafka en su “Metamorfosis”. Esta gigantesca obra literaria, a la vez una de las novelas más cortas que se ha escrito, puede verse como una descripción desgarrada y genial del transcurrir de una enfermedad. La vida de Gregorio Samsa, el héroe del libro, sufre de improviso una transformación radical. Se despierta convertido en cucaracha, esta es la extraña enfermedad que se presenta. Pero hace falta un mes, nada más y nada menos que un mes, para que se desarrollen todas las consecuencias de esta fatalidad y Samsa, finalmente, muera. Un mes para que la vida, en forma de familiares que lo querían y llegan finalmente a detestarlo, de un trabajo con el que mantenía a los suyos y que ahora pierde, de los pequeños detalles de un día a día saludable que de pronto se esfuman... basta un mes, digo, para que todas estas riquezas esenciales lo abandonen. Un mes, mucho tiempo y a la vez nada, un pasado larguísimo, toda una vida, y un futuro cortisimo, el que lleva a la muerte. Un tiempo a la vez muy largo y muy corto.
Kafka, escritor angustiado, nos dejó en sus “Diarios” otro texto acerca del tiempo interior que no puedo dejar de transcribir:
"Hundimiento, imposibilidad de dormir, de permanecer despierto;
imposibilidad de soportar la vida o, con mayor precisión, de soportar
el sucederse de la vida. Los relojes no coinciden, el reloj interno acelera
de una manera diabólica o satánica, en todo caso inhumana; el externo
avanza atascandose, con su marcha habitual."
Los científicos.
Finalmente, en unos tiempos como los que vivimos hay que tener en cuenta el punto de vista de los científicos sobre el tiempo interior. Uno puede tener la impresión de que los científicos solo tienen en cuenta el tiempo físico, pero no es así. Los especialistas en neurociencia cognitiva, que es la ciencia que más de cerca trata estas materias, diferencian perfectamente, desde un punto de vista fenomenológico, el tiempo físico de ese misterioso y elusivo tiempo interior que hemos venido considerando aquí. Pero aspiran a desmitificar este último, a sacarlo de las nieblas en que se envuelve y reducirlo a estructuras y leyes sencillas, ligadas a nuestros cerebros. Para los científicos, las claves del tiempo interior están en las memorias cerebrales, que son muchas y complejas. Una memoria cerebral no es sino una agrupación de neuronas que tiene la capacidad de almacenar la información necesaria para reproducir vivencias, en el caso de memorias del pasado, o sintetizar nuevas vivencias virtuales, cuando se trata de memorias del futuro. Es evidente que una memoria cerebral no puede limitarse a almacenar o sintetizar vivencias, tiene también que ser capaz de situarlas en el tiempo. Pero ¿de qué tiempo se trata aquí? Pues del tiempo interior, aunque quizá los científicos, profundizando en el conocimiento de este último, puedan llegar a la conclusión de que no es más que un caso particular del único tiempo universal, como lo son el tiempo físico newtoniano o el relativista. Se trata de un asunto que está por determinar, es decir, que la ciencia no ha resuelto todavía.
Terminaré con una consideración importante. Sería un error pensar que todo lo humano está sometido a su propio tiempo, ese tiempo interior que hemos venido considerando aquí. Dentro de lo humano hay tiempo físico, idéntico al de los relojes, que ocupa además un papel central en el desenvolvimiento de esa naturaleza humana. Y no se trata de un solo tipo de tiempo físico. Mencionaré dos ejemplos bien distintos. En primer lugar, el tiempo de los ciclos menstruales, que es un tiempo lunar. En segundo, el tiempo de los latidos del corazón. El corazón de un animal es de hecho un reloj físico que mide su tiempo de vida, una máquina que no es capaz de soportar sin romperse más allá de un cierto número total de pulsaciones. Hay quien afirma que una constante universal entre los animales es que 1.500 millones de pulsaciones hacen una vida. Más allá de esta cifra, los corazones que han conseguido sobrevivir hasta llegar a ella, mueren definitivamente de cansancio.