Todos los días somos bendecidos con un bombardeo de buenas noticias que nos pasan casi desapercibidas. La mamá que está orgullosa de ser filmada abrazando a su hijo deficiente, al que adora; la pareja de ancianos que apenas sosteniendose en pie, se cuidan y protegen el uno al otro y son así absolutamente felices; la de jóvenes que todavía son capaces de enamorarse el uno del otro platónicamente, sin exigirse nada a cambio; aquel hombre o aquella mujer que frenan de golpe su coche en una carretera concurrida para recoger a un perro al que sospechan abandonado; los muchos ciudadanos que hacen un esfuerzo importante para prestar dinero al amigo que lo necesita; los muchos otros que todavía se conmueven cuando ven en el noticiario televisivo vientres abiertos por las bombas o niños famélicos por el abandono... tantos, tantos, tantos otros ejemplos.
Todo esto tan hermoso pasa porque muchísima gente a la que el destino le da una oportunidad de ser buena, lo es, y siéndolo también es feliz, dado que la felicidad más autentica solo llega a través del desprendimiento.
Y si todo esto pasa, ¿por qué el mundo funciona de una forma tan ostensiblemente insatisfactoria?
Tiene que ser porque los humanos no somos libres y además tenemos miedo. Estamos sojuzgados por fuerzas inhumanas incapaces de ver la belleza de la bondad y además tememos perder lo poco que tenemos. Seguimos siendo, en definitiva, especímenes obedientes de Homo sapiens, el predador más formidable que ha producido la evolución biológica.
Pero a medida que la comunicación progresa y que la mayoría de la gente va teniendo visiones del mundo más amplias, lo biológico que hay en nosotros va siendo dominado poco a poco por lo cultural. Así los humanos vamos siendo menos animales y empezamos a sospechar que la salvación del mundo y la felicidad de los que lo poblamos necesita de algo tan simple como el abrazo fraternal.
¿Utopia? Y si lo fuera, ¿por qué no avivarla? Desde que Adán, incitado por Eva, se comió la manzana del árbol de la ciencia del bien y del mal, los humanos siempre hemos aspirado a lo imposible. Pero como decía el déspota Mao refiriendose al imperialismo, lo imposible, en cuanto a tal, es solamente un tigre de papel. Su condición de imposible no debe pararnos.
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