Nota
preliminar:
¡Diablos! Desde el mes de abril estoy
dándole vueltas a esta mi segunda entrada de la serie “Cambio de época” y la
verdad es que me está costando bastante trabajo. El tema de la superpoblación es
muy complejo, se enredan dentro de él visiones y explicaciones que muchas veces
son contradictorias. Además es muy amplio, para digerir todo lo que se ha
dicho y escrito sobre él se necesitarían años de los que yo no dispongo.
Finalmente me he decidido. No soy un
experto en este tema, no lo soy ya en casi nada, pero sí lo suficientemente
viejo y curioso para saber algo de este y otros muchos asuntos. Puedo aportar
puntos de vista sencillos, entendibles por la gente corriente, esa que tampoco
es experta en este tema ni lo será nunca. A la vez generales, en los que me atreva
a relacionar la superpoblación con otros asuntos cruciales, saltándome
fronteras que los expertos en esto o aquello jamás se atreverán a traspasar,
llegando así a conclusiones a las que los expertos nunca osarán llegar.
En el mundo en que vivimos, dominado
por los abordajes reduccionistas y las soluciones tecnológicas, ¿es razonable
lo que pretendo hacer? Creo que sí. Por explicar esta conclusión de una forma
sencilla, diré que el experto ve el mundo que lo rodea con gafas de experto. La
armadura de estas gafas está injertada en su carne, le será muy difícil quitárselas.
Esta forma instrumental de estar en el mundo tiene un gran valor práctico.
Pero, como dejó dicho el gran Hegel, “la verdad está en el todo”. Lo mejor que
tenemos los humanos es nuestra libertad de elección, esa que se esconde en lo
más hondo de nosotros mismos. Para elegir tenemos que ser capaces de comparar e
inmediatamente discriminar entre alternativas, lo que nos será imposible si no
tenemos una visión general del mundo que nos rodea. La cual, para poder ser
general, no podrá ser experta, sino amplia, diversa, sintética. Aunque no por
ello menos precisa.
Pues en ese terreno intento moverme yo.
Concretándolo más: trataré el tema de esta entrada, la superpoblación, así como
el del cambio de época que encabeza esta serie, saltándome todas las fronteras expertas:
intentando abrir puertas y construir puentes entre territorios antes que
delimitarlos. Provocando en definitiva a los que tengan la osadía de leerme, al
menos intentándolo. Todo ello en busca de verdades razonables y vitaminas para pensar. Claro que eso me
obligará a viajar con un equipaje liviano, sin grandes pesos que entorpezcan
mis movimientos.
En ello, pues, me pongo. Avisando
además a los que me lean que desde hoy levanto la restricción que me impuse de
no publicar en mi blog sino entradas de esta serie del Cambio de Época. A partir de ahora volveré a publicar lo que me apetezca, cuando y
como me apetezca, sin más restricciones que las que me imponga la prudencia.
0.- Introducción.
En esta segunda entrada de la Serie, seguiré considerando la crisis
demográfica. Presentaré y discutiré dos escritos seminales
sobre la crisis de superpoblación del mundo:
Paul Ehrlich (1968).- The population bomb.-
Ballantine Books.
Garret Hardin (1968).- "The
tragedy of the commons".- Science, 162, 1243-1248.
Aunque tengan ya casi cincuenta años de vida, no han perdido su rabiosa
actualidad ni su frescura intelectual.
Concluiré con Ehrlich y Hardin que el crecimiento sin freno de la población mundial solo
puede llevar a una catástrofe ecológica. Para prevenirla habrá que convertir este
crecimiento exponencial incontrolado en uno sigmoide controlado, lo que
significa alcanzar ordenadamente una situación de no crecimiento, incluso de
crecimiento negativo de esta población.
Esta es la única solución posible. Pero no es una solución tecnológica, a la
usanza de nuestro tiempo. Tiene, por el contrario, profundas implicaciones
ideológicas y culturales. Implica un cambio de civilización.
1.-
La superpoblación como problema.
Crisis de
superpoblación han venido produciéndose, aquí y allí, antes y después, desde que el mundo
es mundo. Nada más natural. Cualquier colectivo vivo, desde una bacteria hasta
un mamífero superior como el humano, habitando un territorio y haciendo uso de unos recursos,
ve crecer su población en tamaño en tanto los recursos no se agotan. Cuando
empiezan a agotarse, se produce una crisis de superpoblación que es
simultáneamente una crisis de recursos, especie de moneda de dos caras que
puede examinarse desde una u otra de ellas. El caso es que a la población
afectada por esta crisis no le queda otra solución que regular su tamaño,
adaptando su crecimiento a los recursos disponibles.
En las
poblaciones humanas, las crisis de superpoblación/recursos se han venido
resolviendo por alguno de los siguientes caminos: disminución de la población a
través del hambre o la guerra; emigración de parte de la población en busca de
recursos no explotados; mejor aprovechamiento de los recursos disponibles a
través de la innovación. La continua emigración hacia el Sur fue la que
permitió el poblamiento de América por unas tribus siberianas recién liberadas
de los hielos glaciares. Y la innovación engendró la agricultura, base de la revolución
Neolítica y de la historia.
Desde el
Paleolítico hasta la II Guerra Mundial, los humanos nunca han tenido una
percepción clara de la totalidad del Mundo en que vivían. Para los primitivos
el mundo se limitaba al valle entre montañas en que tribalizaba su clan. Las
grandes civilizaciones mediterráneas solo se interesaban por el que llamaban
Mundo Conocido, aceptando implícitamente que el Mundo Total era mucho mayor.
Los renacentistas europeos tomaron conciencia a través de América de la
inmensidad del Mundo Descubrible. Y los ilustrados del S. XVIII terminaron por
redescubrir, explotándolas, Africa y Asia. Pero la visión que se tenía era que
los recursos del Mundo eran inagotables, que desde este punto de vista el Mundo
en que vivíamos, ese planeta, podía considerarse dotado de dimensiones
infinitas.
Un toque de atención lo
dio Malthus (1766-1834), que ya a comienzos del siglo XIX alertó sobre
la amenaza mundial de la superpoblación. Vivió Malthus en las afueras de un
Londres que a causa de la abundancia traída por la Revolución Industrial había aumentado muchísimo en
población(de 200.000 habitantes en 1600 a 1.000.000 en 1800). Pese a que
fue un personaje del gran Siglo de las Luces, Malthus era un clérigo anglicano,
conservador y pesimista. Planteó una proposición sencilla y demoledora: los
alimentos estaban creciendo en proporción aritmética (lineal), mientras que la
población lo hacía en proporción geométrica (exponencial). Si esto continuaba a
escala mundial durante un tiempo suficiente, se presentaría ineluctablemente
una crisis demográfica catastrófica, la gente pasaría hambre, con sus secuelas
inevitables de enfermedad y guerra.
El hallazgo científico de
Malthus fue ligar en un mismo sistema de interdependencias la producción de
alimentos y el aumento de la población. Esto fue un gran salto conceptual, Malthus puso de manifiesto con una claridad entendible por cualquiera
que la causa de guerras y revoluciones era frecuentemente un desequilibrio
entre población y recursos. Es decir, que la causa profunda de una crisis
social estaba en un desarreglo en la estructura interna del sistema (recursos x
población), aunque el desencadenante superficial pudiera ser militar y
político.
Hubo que llegar a la mitad
del siglo XX para que Paul Ehrlich (1932- ) y Garrett Hardin (1915-2003) profundizaran por caminos distintos en
estos planteamientos malthusianos. Lo hicieron llevados por una alarma generalizada acerca de un crecimiento incontrolado de la población del Mundo. Terminada
la II Guerra Mundial, las perspectivas y las situaciones habían cambiado
muchísimo respecto a los horizontes previos. Países inmensos como China y la
India se habían liberado de sus opresores coloniales, la guerra había traído
grandes avances en la medicina y la salubridad (antibióticos, DDT, etc), el
comercio internacional se había potenciado mucho, mientras que los dos nuevos
imperios, USA y la URSS, competían entre sí en una guerra fría, que era
tecnológica, por la conquista del mundo.
Una de las consecuencias
de todo ello fue que en 1960 la población mundial superó los 3.000 millones de
habitantes y seguía creciendo a un ritmo exponencial. Esto disparó muchas
alarmas.
La situación se recoge en
la siguiente figura, una recopilación hecha por Wikipedia de datos de las Naciones
Unidas y la Oficina del Censo de los E.E.U.U.
Desde los 1800 y hasta los 1920, la población mundial había venido creciendo con una cinética que todavía
podía considerarse lineal. Pero en 1960 pudo constatarse que, desde los
1920, esta cinética se había hecho exponencial. Lo que significaba que podría
alcanzar niveles elevadísimos en poco tiempo. Así ha venido sucediendo hasta
hoy, en la zona azul de la curva, que recoge datos probados. ¿Qué podría pasar
después? Los demógrafos de la ONU han recogido en este gráfico, realizado en
nuestros días, tres hipótesis distintas. La roja, en la que el crecimiento
sigue exponencialmente incontrolado, alcanzándose en algún momento del siglo
XXI una catástrofe demográfica. La amarilla, en la que este crecimiento se
controla, haciéndose sigmoide y alcanzándose así una población de equilibrio a finales de siglo que, dado
que hay una población infantil ya nacida que manifestará inevitablemente su
fertilidad cuando alcance la madurez sexual, no podrá ser inferior a los 10.000
millones de habitantes. Y la verde, en la que el crecimiento se torna en
decrecimiento y la población empieza a descender hasta niveles que dentro del
siglo XXI podrían llegar a los 6.000 millones de habitantes, inferiores a los
7.000 millones actuales, y que podrían seguir disminuyendo a lo largo del siglo
XXII hasta quién sabe cuánto.
Pues bien: cuando en 1968
Ehrlich y Hardin publicaron sus trabajos, estaban psicológicamente
conmocionados por el crecimiento exponencial de la población mundial, que se manifestaba en aquellos momentos con toda su virulencia. Los dos
partían de una misma certeza, que nosotros hoy estamos obligados a compartir:
el crecimiento exponencial sin freno de la población mundial solo puede llevar
a una inmensa catástrofe. La única solución está en detenerlo. Pero para ello
no basta con soluciones tecnológicas a la usanza de nuestra época, hace falta
un cambio de valores, con profundas implicaciones ideológicas y culturales.
Esto es una señal de la nueva época que se acerca.
2.- Ehrlich y "The Population Bomb"
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A la izquierda, Paul Ehrlich a finales de los 1960s. A la derecha, portada de la 1ª edición de su libro (1968) |
Ehrlich publica "The Population Bomb"
en 1968. Tiene entonces 36 años y es un entomólogo de la prestigiosa
universidad de Stanford, en California. Estudia la coevolución de ciertas
especies de mariposa y las plantas de que se alimentan. Es testigo de la
desaparición de algunas de estas especies como consecuencia de la urbanización.
Aunque sea ya un científico distinguido, está claro que tiene preocupaciones
que trascienden su trabajo científico, porque su libro es una exposición de los
peligros que para la propia especie humana tiene su crecimiento exponencial.
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Rachel Carson y la portada de su bestseller Silent Spring (1962) |
La aventura editorial está cuidadosamente preparada. Siendo
Ehrlich un ecólogo, en el lanzamiento del libro participan un ecologista, David
Brower y un editor, Ian Ballantine. Brower es
un personaje interesante: director de publicaciones de la Universidad de
California y director ejecutivo del Sierra Club, la primera organización
ecologista con ambición de integrar a las masas de ciudadanos, Brower está
profundamente influido por la obra de Rachel Carson, "Silent Spring",
publicada en 1962 y una de las fuentes intelectuales del movimiento ecologista.
Quiere repetir con Ehrlich algo parecido, producir un best seller que conmueva a los ciudadanos de
USA respecto a los peligros de la superpoblación. Es él quien traza toda la
estrategia de marketing: busca a Ehrlich como autor y elige el título del
libro, "The Population Bomb", por su enorme impacto
sobre una población que vivía todavía bajo la angustia amenazante de las bombas
atómicas; por otra parte, Ehrlich siempre trabajó estos asuntos de la
superpoblación humana junto a su esposa Anne, pero es posiblemente Brower quien
decide que el libro sea firmado solamente por el joven profesor de Stanford.
Ballantine también es un personaje singular. Uno de los primeros editores, si
no el primero, que lanza el formato de libro de bolsillo (paperback) y además un editor progresista,
en aquella California de los 60 que hervía de progresismo, en la que nació el
movimiento beatnik y la oposición a la guerra
del Vietnam, donde el doblemente laureado Linus Pauling (Premio Nobel de
Química y de la Paz) luchaba por la suspensión definitiva de las pruebas
nucleares, y donde enseñaba por entonces el Marcuse que inspiró el Mayo del 68
francés, una California pues donde se marcaron algunos de los trazos
fundamentales de la época que hoy estamos todavía viviendo.
Nada más
ser lanzado, "The Population Bomb" es un enorme éxito
comercial, un bestseller que conmueve a la sociedad norteamericana.
Dentro del movimiento ecologista, "The Population Bomb" tiene una gran importancia histórica y
marca uno de sus más significativos cambios de trayectoria. Si desde sus
inicios el ecologismo se había centrado en la protección de la naturaleza
salvaje contra la invasión humana, con instituciones como el Sierra Club en USA
y el World Wildlife Fund en Europa, y bajo textos paradigmáticos como el ya
mencionado de Rachel Carson, ahora el ecologismo toma conciencia de que
los humanos somos también la mayor amenaza para nosotros mismos. Llegará pronto
otro cambio de trayectoria, que trataré más tarde en esta serie, en el que esta
amenaza que es la humanidad para sí misma no lo será ya solamente por la
hiperocupación de la Tierra y el agotamiento de sus recursos, sino por la hiperproducción
de desechos no reciclables que envenenan la biosfera. En este nuevo escenario
estamos ahora entrando, con los gases de efecto invernadero y el cambio
climático.
Lo que se predica en "The Population Bomb"
es la posibilidad de un buen futuro para los humanos en su biosfera, siempre
que estos sean capaces de controlar el tamaño de su población. Insisto,
ya no se cantan las bondades y bellezas de una naturaleza que los humanos
estamos aniquilando, sino que se advierte directamente de los peligros que
corre la humanidad si sigue su ciego camino. Los tonos de Ehrlich son
proféticos, su estilo es veterotestamentario. Nos advierte de las amenazas que
nos esperan siguiendo una técnica de escenarios. El libro es, desde un punto de
vista literario, una pieza soberbia, cuya lectura puede resultar todavía
apasionante.
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Anne y Paul Ehrlich en el año 2009 |
Responsable final de las catástrofes que pormenoriza el libro es la
propia humanidad, pero hay tres causas inmediatas de los problemas que se
avecinan: la superpoblación, el hiperconsumo y la tecnología sin control.
Ehrlich es un científico, aun así su abordaje profético de estos grandes
problemas no debe provocarnos menosprecio, sino admiración y respeto. También
gratitud. Sin embargo, el libro de Ehrlich ha sido atacado sin piedad desde
perspectivas más conservadoras. Muy pronto se criticó que las predicciones que
hacía de una catástrofe casi inmediata como consecuencia de la superpoblación
mundial no se estaban cumpliendo, intentando así desacreditarlo. Pero Ehrlich,
o mejor dicho el matrimonio Ehrlich, pues como ya he dicho su esposa Anne fue
desde el principio parte activa en la lucha emprendida, sigue publicando libros
y predicando acerca del peligro de la superpoblación. Y aún hoy día, casi
cincuenta años después de la publicación de "The
Population Bomb", siguen haciéndolo con el mismo entusiasmo y la misma
convicción iniciales. Lo que en el mundo tan tornadizo en que vivimos, no deja
de ser admirable.
Algunos años después de la
publicación de su libro, Paul Ehrlich, en el curso de una discusión con Barry
Commoner y John Holdren, planteó su famosa ecuación:
Donde I es el impacto humano negativo sobre la Biosfera, combinación
de tres factores, P (de population),
la superpoblación; A (de affluence),
la riqueza de la que se deriva el hiperconsumo; y T ( de technology), la
tecnología sin control. Se trata de una ecuación lógica, que no matemática.
Traza la existencia de una interacción cuando menos multiplicativa entre esas
tres variables que definen la huella humana sobre la Tierra. Es un gran
hallazgo, poderoso por su simplicidad ilustrativa, que debería enseñarse a los
niños en todas las escuelas del mundo.
Como ya he mencionado, "The
Population Bomb" pone su dedo acusatorio casi exclusivamente
sobre la superpoblación, de la que son causantes directos principalmente los
pobres, lo que da al libro un cierto tufillo reaccionario. Pero Ehrlich no es
un reaccionario, muy al contrario, a lo largo de su vida ha venido demostrando
que es más bien subversivo. ¿Por qué entonces ese énfasis en la superpoblación
como problema principal, cuando ya en 1968 se daba el escándalo de que un país
como USA consumía una más que proporcional fracciónde los recursos
no renovables de la Tierra? Quizá porque cuando Ehrlich escribe su libro lo alarmante es la manifestación de una
cinética exponencial en el crecimiento de la población, que preocupa a muchos,
y además no hay todavía por entonces una conciencia clara del agotamiento de
los recursos pero, sobre todo, de la otra consecuencia negativa de la Riqueza y la Tecnología existentes, que es la superproducción de basuras no reciclables (CO2 y otros gases de efecto invernadero).
Es interesante
constatar cómo Ehrlich, a lo largo de los años, ha mantenido con firmeza
su dedo acusatorio sobre la superpoblación como el más peligroso de los tres
factores de su famosa ecuación. A mí me ha convencido de que probablemente es, en efecto, el más
determinante.
Ofrezco como muestra de la determinación de Ehrlich dos vídeos de su actuación pública en los últimos años:
(3).-Hardin y “The
Tragedy of the Commons”
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Garrett Hardin en los 1960s y la primera página de su famoso artículo en Science (1968) |
Como Ehrlich, Hardin tiene una formación biológica y es
profesor en un centro prestigioso,
el campus de Santa Barbara de la Universidad de California. En el año 1968
enseña allí Ecología Humana. También desempeña un cargo importante en la
Asociación Americana para el Progreso de la Ciencia (AAAS) y su mandato aquí está a
punto de terminar, por lo que le piden un discurso casi de despedida para
la reunión anual de la Asociación. En el entretanto, Hardin realiza un viaje a
Africa Oriental con su esposa para ver la gran fauna salvaje, lo que le
impide trabajar seriamente en el discurso, aunque va rumiando sus posibles
contenidos, hasta que está de vuelta. Queda ya poco tiempo para la reunión,
escribe un borrador del discurso que resulta demasiado largo, pero que recoge
todo lo que a él le gustaría decir. Tiene que acortarlo, cuando finalmente lo
pronuncia es acogido con respeto pero no suscita apenas comentarios. Solo meses
después, cuando su discurso se publica en la revista Science, empieza a tener algún impacto, que
va creciendo tan exponencialmente como lo hace la población humana hasta que se
hace definitivamente famoso.
Se
trata de un paper muy profundo y a la vez tan brillante
que su lectura, sin duda difícil, apasiona. Ha terminado siendo una de las piedras
angulares del pensamiento ecologista. Intentaré resumirlo como lo habría hecho
el Reader Digest con otras piezas literarias, siguiendo
lo más linealmente posible la exposición del autor:
Hardin
trata en su paper el problema de la superpoblación
humana del mundo. Empieza considerando a la población como un bien comunal de
los humanos. Pero ¿qué es eso de los bienes comunales? Pues todos aquellos que, tengan o
no un valor económico, son utilizados por comunidades humanas en su provecho,
compartido por todos los miembros de estas comunidades en igualdad de
condiciones, sin que exista la propiedad privada de esos bienes. Así son bienes
comunales los espacios de aparcamiento en las calles de una ciudad, sus
parques, las bibliotecas y escuelas públicas, los recursos pesqueros de los
océanos, el aire que respiramos, el agua de lluvia, la atmósfera, etc. Y
concretamente es un bien comunal la población de una ciudad, un país o el mundo
entero, en cuanto a que de esta población se extraen multitud de recursos
físicos, intelectuales, morales, lúdicos, etc, útiles para el conjunto de los ciudadanos y necesarios para el mantenimiento
de una vida civilizada.
Sucede con la mayoría de los bienes
comunales que a medida que la población beneficiada por un bien concreto
aumenta y/o que el bien se hace más escaso, surgen problemas en su gestión
comunal. Cuando los problemas son pequeños pueden resolverse con
soluciones técnicas, es decir, puramente instrumentales. Pero para cambios de
gran magnitud pueden requerirse soluciones de mayor calado y de orden distinto
al técnico, ya sea político, legal, administrativo, cultural o moral. A modo de
ilustración de lo que quiero decir, consideremos algunos de estos bienes
comunales, como la limpieza de las ciudades o la recolección de alimentos. En
las ciudades medievales se tiraban las aguas sucias a la calle por la ventana, simplemente
tras el grito de advertencia, "¡agua va!", hasta que las ciudades
crecieron, haciéndose más complejas y hubo que organizar servicios de alcantarillado
y recogida de basuras. Y en los valles poblados por cazadores/recolectores
paleolíticos, la obtención de alimentos quedaba, como bien comunal que eran los
cazaderos y los bosques, al arbitrio de
cada pequeño grupo familiar, hasta que la población creció tanto que la caza y
los frutos del bosque se fueron agotando y hubo que inventar la agricultura,
dando entrada al Neolitico y con él a la propiedad privada de la tierra, la
división del trabajo, la esclavitud, la aparición de las ciudades y sus castas
de funcionarios y soldados, etc.
En
lo que se refiere a ese bien comunal que es la población mundial, la
superpoblación a la que se está llegando es un problema para el que no basta
con las soluciones tecnológicas.
Siendo la Tierra que habitamos un mundo finito, es evidente que solo puede soportar una
población finita. Luego el crecimiento de la población mundial tendrá antes o
después que reducirse a cero. En ese momento se alcanzará su tamaño máximo.
Pero el tamaño óptimo, que es aquél del que los individuos que componen esta
población puedan extraer el mayor bien (la mayor felicidad), será siempre
inferior al tamaño máximo. Un asunto esencial es determinar cuál pueda ser este
tamaño óptimo. En cualquier caso, no podrá alcanzarse un tamaño óptimo mientras
que los individuos humanos tengan libertad absoluta para determinar su propia
fecundidad.
La
libertad individual en el uso de los bienes comunales termina antes o
después en tragedia, en el sentido de que ineluctablemente se llega a una
crisis de agotamiento del bien comunal. Cada individuo persigue su propio
interés y tiende a sobrexplotar el bien en cuestión. Pero las sociedades
democráticas creen en la libertad de decisión individual como el mejor
principio para la convivencia, por lo que se resisten a imponer limites en el
uso individual de estos bienes. Se genera así una contradicción que puede
llevar finalmente a la destrucción de los bienes comunales, es decir, a la
ruina de todos. También se da esta tragedia de lo
comunal en el manejo de los desechos. Aquí no se trata de apropiarse de algo
comunal, sino de añadir basura individual al común.
Tanto el agotamiento de los recursos
comunales como la acumulación de los desechos comunales se aceleran y crecen
con el aumento de la población. La conclusión es que en las condiciones de
superpoblación en la que está entrando el Mundo, hay que redefinir los
derechos individuales. La libertad y el bienestar individuales tienen que estar
condicionados por la seguridad y el bienestar de todos.
Llegado
a este punto, Hardin hace una proposición muy valiente, porque afecta a los
valores que han venido estando protegidos por las religiones y las leyes.
Afirma que la moralidad de un acto individual no es absoluta, sino que está
condicionada por el estado del sistema comunal en que ese acto se efectúa.
Concluye que las normas morales no pueden ser individuales, tienen que
declararse como obligaciones con respecto a lo comunal.
Una
norma moral individual, capaz en principio de regular el uso individual de los bienes de naturaleza
comunal, podría ser la templanza o lo que es lo mismo, la moderación voluntariamente
aceptada por cada individuo en el uso de esos bienes. Pero la templanza es
difícil de definir mediante leyes. Si los individuos carecen de
templanza, imponerla es una cuestión más administrativa que normativa. Un
ejemplo de lo que esto significa es el establecimiento de zonas azules en áreas
especialmente congestionadas de aparcamiento urbano: no se prohíbe aparcar,
sino que se obliga a pagar y se limita el tiempo de uso.
Entra ahora Hardin a estudiar directamente ese bien comunal que es
la población mundial. Cuya situación en el momento en que escribe es que, con
3.000 millones de habitantes, puede haber superado su nivel óptimo y estar
acercándose a su nivel máximo. Al menos esa es la convicción (el miedo)
que Hardin, los Ehrlich y muchos otros tienen.
El nivel que alcance la población mundial depende de la tasa de
fertilidad de los humanos, que se distribuye irregularmente entre los varios
subgrupos (familias, razas, países, niveles educativos, religiones, niveles de
pobreza, etc) en que puede dividirse esa población mundial.
Esta tasa de fertilidad es una variable darwiniana: aquella parte
de la población mundial que tenga una tasa de fertilidad más alta tendrá mayor
ventaja selectiva. Para evitar la superpoblación, la tasa de fertilidad debería
regularse administrativamente, como el tiempo de aparcamiento en una zona azul. Pero en el entorno social
de las democracias occidentales sucede lo contrario, la coerción administrativa
está neutralizada por la beneficiencia y el estado de bienestar. De modo que
los subgrupos hiperfertiles se ven doblemente favorecidos, porque lo son y
porque se les permite serlo. Por eso el principio de libertad de decisión del
tamaño familiar ya no es válido. Como no lo es, en algunos de sus restantes
aspectos, la Declaración Universal de Derechos Humanos.
¿Cuál es el mecanismo que favvorece a los hiperfértiles? Junto
a ellos, existen otros subgrupos humanos que tienen una conciencia
acusada de la necesidad moral de autocontrolar la fertilidad. Estos
subgrupos, al tener una tasa de fertilidad menor que los no concienciados hiperfértiles, van
eliminándose a sí mismos. Concluye Hardin que confiar en la conciencia
humana como valor moral para controlar la fertilidad es poner en marcha un
sistema selectivo que lleva a la eliminación de esta conciencia, porque finalmente
predominarán en la población los que no se autocontrolan, que por eso son los
más fértiles.
De
manera que para Hardin, apelar a la conciencia moral para resolver los
problemas del Mundo se ha convertido en una figura retórica. Y no solo en lo
que se refiere al problema de la superpoblación. Porque nuestro mundo es
todavía el del hiperindividualismo que predicó Nietzche. También porque desde Freud reina en este mundo nuestro la
autoindulgencia. No existen culpables, sino víctimas dotadas de poderosos atenuantes.
Por todo esto Hardin está convencido de
que, en nuestro tiempo, la responsabilidad respecto a los problemas planetarios
solo puede provenir de una coerción resultante de un acuerdo social. Coerción ésta indispensable,
concretamente, para enfrentar el problema comunal de la superpoblación.
Pero,
termina Hardin, la única coerción moralmente aceptable para un demócrata es la
acordada mutuamente por la mayoría de la población afectada.
Sus
conclusiones finales son:
a).-
Mantener bienes comunales que nos son indispensables (aire, agua, tierra,
ausencia de basura, etc) bajo el control de una responsabilidad individual,
solo es justificable en condiciones de baja densidad de población (o lo que es
lo mismo, superabundancia del bien comunal en cuestión).
b).- No hay solución técnica que nos libre de las miserias
de la superpoblación.
c).- La libertad individual de engendrar traerá la ruina para todos. El camino
de solución no está en fomentar la conciencia de paternidad responsable. El
único camino está en que renunciemos a dicha libertad de engendrar.
¿Qué decir de todo esto?
Hardin no es, como Ehrlich, un idealista que cree en las
soluciones morales. Tejano que además vota republicano, Hardin es un
conservador que cree en el poder de la coerción, eso sí, una coerción
establecida democráticamente.
Yo concluyo que en este problema de la superpoblación, como en
cualquier otro problema de los que se ocupa el ecologismo, habría que moverse
entre dos polos de acción:
1).- Como Ehrlich, educando a la gente, iluminándola
respecto a los caminos que no deben seguirse porque llevan al desastre, dándole
confianza en su capacidad de transformarse moralmente. Este es el método que me
atrevería a llamar profético, el que siguieron los grandes profetas de Israel y
luego los pensadores que a lo largo de la historia han ido siendo profetas de
su tiempo.
2).- Como Hardin, implementando la coerción de la
gente, instrumento corrector que evite la caída por el precipicio, prohibiendo
y penalizando las acciones individuales o colectivas que llevan al desastre ecológico. Este es el
método que me atrevería a llamar punitivo, el que han seguido siempre las
autoridades religiosas y los líderes políticos para domesticar a los humanos.
En definitiva, zanahoria profética y palo punitivo, son los
métodos de siempre para librar a los rebaños de la caída por los precipicios
que bordean sus caminos. Solo que aplicados cada día con un poco más de fuerza
moral y de gestión democrática. De manera que, en última instancia, solo la
honradez intelectual de los ciudadanos y una democracia segura de sí misma,
solo esta difícil combinación, conseguirán salvar al mundo y a su gente de los
desastres que, como siempre, se les avecinan. Pasaba ya en los tiempos de la Grecia
clásica y probablemente no dejará nunca de pasar lo mismo. Solo que, si creemos todavía en el Progreso, deberá ir pasando de una forma cada vez menos cruenta y más civilizada y compasiva.
(4).- Pero actualmente el Mundo, ¿se está superpoblando o despoblando?
Hay un poco de todo. Algunas regiones, como Europa, empiezan a perder población
autóctona, aunque esta despoblación
viene estando compensada por una fuerte presión inmigratoria. Otras, como
China, están consiguiendo alcanzar un equilibrio, gracias a una política
coercitiva (prohibición a las parejas fértiles de tener más de un hijo) puesta en marcha en 1979. Finalmente el subcontinente indio, buena parte
de Africa y otras regiones del mundo que mantienen una mayoría de población
rural, siguen superpoblándose.
Los
demógrafos describen estas situaciones mediante las pirámides de población, que
pueden verse en la figura que sigue. Una pirámide típica tiene un eje vertical
central que define los grupos de edades, con varones a la izquierda y hembras a
la derecha, y un eje horizontal que define para hembras y varones la cantidad
de población (valores absolutos o porcentajes) total (rayas verdes) y
laboralmente activa (rayas rojas) en cada grupo de edad. En la figura se
muestran cuatro situaciones características, que suelen sucederse en el tiempo.
La
etapa 1 es la de sociedades primitivas, con unos hábitos
cazadores/recolectores. La fertilidad es muy alta, pero también lo es la
mortalidad infantil, compensándose la una con la otra. La duración de la vida
es corta, sobrepasando apenas los 45-50 años. Son poblaciones que se mantienen
demográficamente estables.
La
etapa 2 es la de sociedades agrícolas/pastorales con cierto acceso a los
cuidados médicos. La fertilidad sigue siendo muy alta, porque en el campo
conviene que las familias sean grandes para que los hijos ayuden con su
trabajo, pero la mortalidad infantil ha disminuido mucho. La fracción de la
población en edad fértil es muy alta, lo que convierte el crecimiento en
exponencial. La duración de la vida se ha alargado bastante, aunque la
mortalidad entre los adultos sigue siendo alta. Sobreviven ancianos que nunca
dejan de trabajar.
La
etapa 3 es la de sociedades que han entrado en un proceso de desarrollo
industrial/comercial, caracterizado sobre todo por una intensa urbanización. La
mortalidad infantil casi ha desaparecido, pero la fertilidad es baja, porque
los hábitos de vida urbanos y la incorporación de los dos miembros de una
pareja fértil al trabajo asalariado son difícilmente compatibles con familias
grandes. El trabajo infantil casi ha desaparecido, pues los niños tienen que
ser educados para un mundo más y más complejo. La fracción de población que trabaja
es muy alta, pero la duración de la vida ha crecido mucho, gracias al
desarrollo de la medicina. Por eso abundan los ancianos ociosos. Estas
sociedades siguen creciendo en tamaño, aunque a un ritmo mucho menos
exponencial que en la etapa 2.
La
etapa 4 es por fin la de sociedades avanzadas, demográficamente maduras, muy
urbanizadas y con una mayoría de la población trabajando en industrias y
servicios sofisticados. La urbanización ha alcanzado tal nivel que los modos de
vida de muchos se han vuelto periurbanos (ciudades jardín, suburbs). Los distintos grupos de edad tienen la misma
representación cuantitativa, de manera que la población se divide en tres
grandes fracciones de dimensiones casi iguales: niños y jóvenes que ocupan su
tiempo en recibir una educación; adultos que trabajan y se reproducen con unas
tasas de fertilidad bajas, manteniéndose así
la población estable; y ancianos que se han retirado del trabajo activo
pero que, manteniendo una buena salud, disfrutan de una pensión merecida y un
retiro dorado.
Naturalmente,
la situación real del mundo desde una perspectiva demográfica es mucho más
compleja de lo que estas cuatro pirámides representan. Hay toda una serie de situaciones
intermedias y pueden tener lugar crisis tan inevitables como terribles, que
afectan a las distintas sociedades mientras atraviesan el camino demográfico
marcado por estas cuatro etapas. En una sociedad situada en la etapa 2, como era
Camboya en los 1970, una fracción maoísta extrema, los Jemeres Rojos, tomó el
poder y llevada por una criminal vehemencia procampesina sometió a los
pobladores de las ciudades a un genocidio en el que murieron más de 2.000.000
de personas.
En algunos países de Africa y América la
transición de la etapa 2 a la 3 llevó a la aglomeración de muchos habitantes en
megaciudades que eran en buena parte inmensos villalatas donde las condiciones
de vida devenían atroces. Y en muchos de estos países las aristocracias tradicionales
fueron desplazadas, con el apoyo y por el interés de potencias neocoloniales,
por dictaduras despiadadas. Más recientemente, la región sudanesa de Darfur,
donde confluían el desierto con la sabana subsahariana, fue escenario de un
enfrentamiento terrible entre nómadas saharianos y pastores de la sabana, que luchaban por unos
recursos que se estaban extinguiendo. Y en nuestros días ha vuelto a estallar
el enfrentamiento ya secular entre israelíes y palestinos que, en su fondo, quizá sea sobre todo una
guerra demográfica.
Pero
cuando los demógrafos contemplan la situación para el conjunto del Mundo
transmiten unas predicciones que, aunque llenas de incertidumbres y
dificultades, a mí me parecen , en principio, optimistas.
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Esta es una composición en la que se sombrean en gris los datos y predicciones posteriores al año1968 en que publicaron sus trabajos Ehrlich y Hardin.
Las
tasas de crecimiento de la población mundial están disminuyendo, y si las cosas
siguen así, en el siglo XXII los problemas de superpoblación formarán parte del
pasado. Pero claro, para eso la humanidad tendrá que llegar al siglo XXII en
buen estado, tras sortear con éxito las amenazas del siglo XXI.
Aunque
las tasas de fertilidad están disminuyendo deprisa, como consecuencia en buena
parte de las políticas coercitivas de los chinos y de una urbanización intensa en
muchos otros países (ya sabemos que la vida urbana disminuye las tasas de fertilidad), la masa de jóvenes que no han alcanzado todavía la madurez
biológica que los hará fértiles es hoy muy
alta. Estos jóvenes, inevitablemente y en mayor o menor medida, harán productiva
su fertilidad cuando les llegue el momento. Por eso los demógrafos calculan que
la población mundial no se estabilizará hasta la segunda mitad del siglo XXI, y
que lo hará a una cota de 10.000 millones de habitantes, casi un 50% más que
los 7.000 millones actuales. Esto supondrá una presión enorme sobre los
recursos alimentarios y energéticos de que todavía disponemos. Por eso los
demógrafos han definido un “cuello de
botella del siglo XXI”, cuando la población mundial alcanzará sus máximos
históricos, entre nueve y once mil millones de habitantes, y toda la biosfera
se vea sometida por ello a una inmensa presión.
¿Cómo
saldremos, quiero decir, cómo saldrán nuestros hijos y nietos de este cuello de
botella? En mi opinión, este es el principal problema con que hoy día se
enfrenta el mundo, el de cómo vamos a prepararnos para afrontar esa gran
crisis, detrás de la cual, por cierto, se concentran muchas y muy grandes
esperanzas de un mundo mejor, más vivible, a la vez más natural y más humano.
(5).- Un cambio de época en lo demográfico
Puede
entreverse ya un mundo futuro que, en principio, sería perfectamente alcanzable
por la humanidad en algún momento del siglo XXII. En él la población sería casi
la mitad de la actual, entre 3.000 y 4.000 millones de habitantes, muy mezclada
y con una tendencia a profundizar este mestizaje, acercándose así lo que
Vasconcelos llamó, refiriéndose al mestizaje latinoamericano, una raza cósmica.
De una pirámide de población en crecimiento exponencial podría pasarse a una pirámide estabilizada, como se muestra esquemáticamente en la figura siguiente:
Con la
tecnología hoy disponible y mucho más con la que se posea en el siglo XXII,
donde es posible que a través de la fusión nuclear se disponga de cantidades
casi inagotables de energía, esta población mundial podría vivir en una
prosperidad razonable, superado ya el hiperconsumismo destructor que hoy mueve al mundo, y que tan bien describe Singer en los tres chistes siguientes:
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En las circunstancias descritas, una parte
importante de la superficie hoy cultivada podría volver a su configuración
primitiva, repoblándose de las especies animales y vegetales que constituían
sus ecosistemas naturales. Algo parecido podría suceder con los océanos, donde la
pesca podría volver a unos niveles sostenibles, que garantizaran la
supervivencia de todas las especies animales que pueblan las aguas. El Mundo
podría reencontrarse consigo mismo en un nuevo Jardín del Edén.
Al disminuir
drásticamente la población y extinguirse sus hábitos hiperconsumistas, el
calentamiento global podría detenerse, aunque sus efectos ya acumulados seguirían manteniéndose durante muchos años .
El mundo del siglo XXII no tendría por qué ser un "1984" orwelliano o un "mundo feliz" a lo Huxley, sino mantener su diversidad cultural, que es su riqueza humana. Organizado, por qué no, como una federación de grandes áreas culturales y climáticas, agrupadas bajo un
gobierno mundial fuerte y democrático, capaz de aplicar tanto el estímulo moral como la coerción administrativa.
¿Es todo eso una utopía? Probablemente,
pero que puede ser hoy formulada con sensatez como algo realizable. Y ya va siendo hora de que los humanos, que no han mostrado nunca límites para sus ambiciones intelectuales, se demuestren a sí mismos que son capaces de transformar las utopías en realidades.
El hito más importante a alcanzar para hacer realidad esta utopía es la estabilización demográfica. Tendría su desarrollo en dos etapas:
1).- Llegando al
final del siglo XXI con una población total no mayor de los 10.000 millones de
habitantes, superar, sin guerras que generasen odios y divisiones incurables, el cuello
de botella en cuanto a recursos disponibles que entonces podría presentarse. Para
una humanidad como la que vive hoy, el desafío es bien difícil. El arma
indispensable para conseguir este hito sería la solidaridad, utilizada por una
masa crítica de países suficientemente fuertes, federados en un nuevo orden
mundial y dispuestos a aplicar la coerción a los que quisieran hacer guerras
por su cuenta y riesgo. ¡Es tan fácil formularlo!...
2).- Mantener
a lo largo del siglo XXII un esfuerzo demográfico por disminuir la población
mundial hasta estabilizarla en los 3.000 millones de habitantes, lo que quizá
pudiera conseguirse hacia mitad de ese siglo. En esta segunda etapa el desafío
sociopolítico y humanitario sería enorme. Durante un buen número de años, las
pirámides de población estarían invertidas, habría un exceso de viejos respecto
a unos jóvenes y adultos que tendrían que ser capaces de sostener el retiro de aquellos. Claro que los viejos también se verían obligados a rejuvenecerse, con la ayuda de una medicina preventiva y geriátrica que habría avanzado mucho.
Temo que las ideologías
actualmente en vigor, desde el tardocapitalismo hiperconsumista y abstracto
hasta el comunismo disfrazado de anarquismo que ahora rebrota, pasando por
todos los fundamentalismos religiosos y los nacionalismos, no ayudarán a resolver estos desafíos, antes al
contrario, dificultarán cualquier intento de solución.
Quizá, como sugirió el filósofo Heidegger con sabía ironía, lo que el mundo necesita para afrontar
estos desafíos es, sencillamente, inventar a Dios, lo que no es sino una forma de
reencontrarse con Él. Un Dios que por su simple existencia nos impulsara a todos a
sentirnos hermanos. Así lo digo, seguro además de que algunos de los locos que
me lean se reirán de mí. Pero no me importa.
E insisto: la solución del mundo, si es que
tiene alguna, es técnicamente demográfica pero pasa moralmente por una solidaridad
planetaria que necesita de una referencia superior, la cual no tiene por qué ser religiosa en el sentido habitual, pero sí debe prender, como una forma no mundana de darle sentido a la vida, en lo espiritual de los individuos.
Esta utopía la tenemos a la vuelta de la esquina. Si quisiéramos, podríamos hacerla realidad. Lo peor, lo
temible, casi lo impensable, es que no queramos o que estemos condenados a ser incapaces de quererlo. Pero esa es otra historia…
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"La torre de Babel", del pintor Brueghel el Viejo. Museo de Viena.
Símbolo bíblico del fracaso de unos humanos que, queriendo alcanzar el cielo, no supieron entenderse entre ellos mismos para conseguirlo. |