sábado, 2 de agosto de 2014

El siglo XXI, un cambio de época. (2) Crecimiento de la población: del apocalipsis exponencial a la salvación sigmoide

Nota preliminar: 
¡Diablos! Desde el mes de abril estoy dándole vueltas a esta mi segunda entrada de la serie “Cambio de época” y la verdad es que me está costando bastante trabajo. El tema de la superpoblación es muy complejo, se enredan dentro de él visiones y explicaciones que muchas veces son contradictorias. Además es muy amplio,  para digerir todo lo que se ha dicho y escrito sobre él se necesitarían años de los que yo no dispongo.
 Finalmente me he decidido. No soy un experto en este tema, no lo soy ya en casi nada, pero sí lo suficientemente viejo y curioso para saber algo de este y otros muchos asuntos. Puedo aportar puntos de vista sencillos, entendibles por la gente corriente, esa que tampoco es experta en este tema ni lo será nunca. A la vez generales, en los que me atreva a relacionar la superpoblación con otros asuntos cruciales, saltándome fronteras que los expertos en esto o aquello jamás se atreverán a traspasar, llegando así a conclusiones a las que los expertos nunca osarán llegar.

En el mundo en que vivimos, dominado por los abordajes reduccionistas y las soluciones tecnológicas, ¿es razonable lo que pretendo hacer? Creo que sí. Por explicar esta conclusión de una forma sencilla, diré que el experto ve el mundo que lo rodea con gafas de experto. La armadura de estas gafas está injertada en su carne, le será muy difícil quitárselas. Esta forma instrumental de estar en el mundo tiene un gran valor práctico. Pero, como dejó dicho el gran Hegel, “la verdad está en el todo”. Lo mejor que tenemos los humanos es nuestra libertad de elección, esa que se esconde en lo más hondo de nosotros mismos. Para elegir tenemos que ser capaces de comparar e inmediatamente discriminar entre alternativas, lo que nos será imposible si no tenemos una visión general del mundo que nos rodea. La cual, para poder ser general, no podrá ser experta, sino amplia, diversa, sintética. Aunque no por ello menos precisa.
 Pues en ese terreno intento moverme yo. Concretándolo más: trataré el tema de esta entrada, la superpoblación, así como el del cambio de época que encabeza esta serie, saltándome todas las fronteras expertas: intentando abrir puertas y construir puentes entre territorios antes que delimitarlos. Provocando en definitiva a los que tengan la osadía de leerme, al menos intentándolo. Todo ello en busca de verdades razonables y vitaminas para pensar. Claro que eso me obligará a viajar con un equipaje liviano, sin grandes pesos que entorpezcan mis movimientos.



En ello, pues, me pongo. Avisando además a los que me lean que desde hoy levanto la restricción que me impuse de no publicar en mi blog sino entradas de esta serie del Cambio de Época. A partir de ahora volveré a publicar lo que me apetezca, cuando y como me apetezca, sin más restricciones que las que me imponga la prudencia.



0.- Introducción.

En esta segunda entrada de la Serie, seguiré considerando la crisis demográfica. Presentaré y discutiré dos escritos seminales sobre la crisis de superpoblación del mundo:

 
Paul Ehrlich (1968).- The population bomb.- Ballantine Books.

 Garret Hardin (1968).-  "The tragedy of the commons".-  Science, 162, 1243-1248.

Aunque tengan ya casi cincuenta años de vida, no han perdido su rabiosa actualidad ni su frescura intelectual.

Concluiré con Ehrlich y Hardin que el crecimiento sin freno de la población mundial solo puede llevar a una catástrofe ecológica. Para prevenirla habrá que convertir este crecimiento exponencial incontrolado en uno sigmoide controlado, lo que significa alcanzar ordenadamente una situación de no crecimiento, incluso de crecimiento negativo de esta población. 

Esta es la única solución posible. Pero no es una solución tecnológica, a la usanza de nuestro tiempo. Tiene, por el contrario, profundas implicaciones ideológicas y culturales. Implica un cambio de civilización.



1.- La superpoblación como problema.

Crisis de superpoblación han venido produciéndose, aquí y allí, antes y después,  desde que el mundo es mundo. Nada más natural. Cualquier colectivo vivo, desde una bacteria hasta un mamífero superior como el humano, habitando un territorio y haciendo uso de unos recursos, ve crecer su población en tamaño en tanto los recursos no se agotan. Cuando empiezan a agotarse, se produce una crisis de superpoblación que es simultáneamente una crisis de recursos, especie de moneda de dos caras que puede examinarse desde una u otra de ellas. El caso es que a la población afectada por esta crisis no le queda otra solución que regular su tamaño, adaptando su crecimiento a los recursos disponibles.

En las poblaciones humanas, las crisis de superpoblación/recursos se han venido resolviendo por alguno de los siguientes caminos: disminución de la población a través del hambre o la guerra; emigración de parte de la población en busca de recursos no explotados; mejor aprovechamiento de los recursos disponibles a través de la innovación. La continua emigración hacia el Sur fue la que permitió el poblamiento de América por unas tribus siberianas recién liberadas de los hielos glaciares. Y la innovación engendró la agricultura, base de la revolución Neolítica y de la historia. 

Desde el Paleolítico hasta la II Guerra Mundial, los humanos nunca han tenido una percepción clara de la totalidad del Mundo en que vivían. Para los primitivos el mundo se limitaba al valle entre montañas en que tribalizaba su clan. Las grandes civilizaciones mediterráneas solo se interesaban por el que llamaban Mundo Conocido, aceptando implícitamente que el Mundo Total era mucho mayor. Los renacentistas europeos tomaron conciencia a través de América de la inmensidad del Mundo Descubrible. Y los ilustrados del S. XVIII terminaron por redescubrir, explotándolas, Africa y Asia. Pero la visión que se tenía era que los recursos del Mundo eran inagotables, que desde este punto de vista el Mundo en que vivíamos, ese planeta, podía considerarse dotado de dimensiones infinitas.


Un toque de atención lo dio Malthus (1766-1834), que ya a comienzos del siglo XIX  alertó sobre la amenaza mundial de la superpoblación. Vivió Malthus en las afueras de un Londres que a causa de la abundancia traída por la Revolución Industrial había aumentado muchísimo en población(de 200.000 habitantes en 1600 a  1.000.000 en 1800). Pese a que fue un personaje del gran Siglo de las Luces, Malthus era un clérigo anglicano, conservador y pesimista. Planteó una proposición sencilla y demoledora: los alimentos estaban creciendo en proporción aritmética (lineal), mientras que la población lo hacía en proporción geométrica (exponencial). Si esto continuaba a escala mundial durante un tiempo suficiente, se presentaría ineluctablemente una crisis demográfica catastrófica, la gente pasaría hambre, con sus secuelas inevitables de enfermedad y guerra. 

El hallazgo científico de Malthus fue ligar en un mismo sistema de interdependencias la producción de alimentos y el aumento de la población. Esto fue un gran salto conceptual, Malthus puso de manifiesto con una claridad entendible por cualquiera que la causa de guerras y revoluciones era frecuentemente un desequilibrio entre población y recursos. Es decir, que la causa profunda de una crisis social estaba en un desarreglo en la estructura interna del sistema (recursos x población), aunque el desencadenante superficial pudiera ser militar y político.
  
Hubo que llegar a la mitad del siglo XX para que Paul Ehrlich (1932- ) y Garrett Hardin (1915-2003) profundizaran por caminos distintos en estos planteamientos malthusianos. Lo hicieron llevados por una alarma generalizada acerca de un crecimiento incontrolado de la población del Mundo. Terminada la II Guerra Mundial, las perspectivas y las situaciones habían cambiado muchísimo respecto a los horizontes previos. Países inmensos como China y la India se habían liberado de sus opresores coloniales, la guerra había traído grandes avances en la medicina y la salubridad (antibióticos, DDT, etc), el comercio internacional se había potenciado mucho, mientras que los dos nuevos imperios, USA y la URSS, competían entre sí en una guerra fría, que era tecnológica, por la conquista del mundo.

Una de las consecuencias de todo ello fue que en 1960 la población mundial superó los 3.000 millones de habitantes y seguía creciendo a un ritmo exponencial. Esto disparó muchas alarmas.
La situación se recoge en la siguiente figura, una recopilación hecha por Wikipedia de datos de las Naciones Unidas y la Oficina del Censo de los E.E.U.U.


Desde los 1800 y hasta los 1920, la población mundial había venido creciendo con una cinética que todavía podía considerarse  lineal. Pero en 1960  pudo constatarse que, desde los 1920, esta cinética se había hecho exponencial. Lo que significaba que podría alcanzar niveles elevadísimos en poco tiempo. Así ha venido sucediendo hasta hoy, en la zona azul de la curva, que recoge datos probados. ¿Qué podría pasar después? Los demógrafos de la ONU han recogido en este gráfico, realizado en nuestros días, tres hipótesis distintas. La roja, en la que el crecimiento sigue exponencialmente incontrolado, alcanzándose en algún momento del siglo XXI una catástrofe demográfica. La amarilla, en la que este crecimiento se controla, haciéndose sigmoide y alcanzándose así una población de equilibrio a finales de siglo que, dado que hay una población infantil ya nacida que manifestará inevitablemente su fertilidad cuando alcance la madurez sexual, no podrá ser inferior a los 10.000 millones de habitantes. Y la verde, en la que el crecimiento se torna en decrecimiento y la población empieza a descender hasta niveles que dentro del siglo XXI podrían llegar a los 6.000 millones de habitantes, inferiores a los 7.000 millones actuales, y que podrían seguir disminuyendo a lo largo del siglo XXII hasta quién sabe cuánto.

Pues bien: cuando en 1968  Ehrlich y Hardin publicaron sus trabajos, estaban psicológicamente conmocionados por el crecimiento exponencial de la población mundial, que se manifestaba en aquellos momentos con toda su virulencia. Los dos partían de una misma certeza, que nosotros hoy estamos obligados a compartir: el crecimiento exponencial sin freno de la población mundial solo puede llevar a una inmensa catástrofe. La única solución está en detenerlo. Pero para ello no basta con soluciones tecnológicas a la usanza de nuestra época, hace falta un cambio de valores, con profundas implicaciones ideológicas y culturales. Esto es una señal de la nueva época que se acerca.



2.- Ehrlich y "The Population Bomb"
A la izquierda, Paul Ehrlich a finales de los 1960s. A la derecha, portada de la 1ª edición de su libro (1968)
Ehrlich publica "The Population Bomb" en 1968. Tiene entonces 36 años y es un entomólogo de la prestigiosa universidad de Stanford, en California. Estudia la coevolución de ciertas especies de mariposa y las plantas de que se alimentan. Es testigo de la desaparición de algunas de estas especies como consecuencia de la urbanización. Aunque sea ya un científico distinguido, está claro que tiene preocupaciones que trascienden su trabajo científico, porque su libro es una exposición de los peligros que para la propia especie humana tiene su crecimiento exponencial.

Rachel Carson y la portada de su bestseller Silent Spring (1962)
La aventura editorial está cuidadosamente preparada. Siendo Ehrlich un ecólogo, en el lanzamiento del libro participan un ecologista, David Brower y un editor, Ian Ballantine. Brower es un personaje interesante: director de publicaciones de la Universidad de California y director ejecutivo del Sierra Club, la primera organización ecologista con ambición de integrar a las masas de ciudadanos, Brower está profundamente influido por la obra de Rachel Carson, "Silent Spring", publicada en 1962 y una de las fuentes intelectuales del movimiento ecologista. Quiere repetir con Ehrlich algo parecido, producir un best seller que conmueva a los ciudadanos de USA respecto a los peligros de la superpoblación. Es él quien traza toda la estrategia de marketing: busca a Ehrlich como autor y elige el título del libro, "The Population Bomb", por su enorme impacto sobre una población que vivía todavía bajo la angustia amenazante de las bombas atómicas; por otra parte, Ehrlich siempre trabajó estos asuntos de la superpoblación humana junto a su esposa Anne, pero es posiblemente Brower quien decide que el libro sea firmado solamente por el joven profesor de Stanford.
Ballantine también es un personaje singular. Uno de los primeros editores, si no el primero, que lanza el formato de libro de bolsillo (paperback) y además un editor progresista, en aquella California de los 60 que hervía de progresismo, en la que nació el movimiento beatnik y la oposición a la guerra del Vietnam, donde el doblemente laureado Linus Pauling (Premio Nobel de Química  y de la Paz) luchaba por la suspensión definitiva de las pruebas nucleares, y donde enseñaba por entonces el Marcuse que inspiró el Mayo del 68 francés, una California pues  donde se marcaron algunos de los trazos fundamentales de la época que hoy estamos todavía viviendo. 

Nada más ser lanzado, "The Population Bomb" es un enorme éxito comercial, un bestseller que conmueve a la sociedad norteamericana.

Dentro del movimiento ecologista, "The Population Bomb" tiene una gran importancia histórica y marca uno de sus más significativos cambios de trayectoria. Si desde sus inicios el ecologismo se había centrado en la protección de la naturaleza salvaje contra la invasión humana, con instituciones como el Sierra Club en USA y el World Wildlife Fund en Europa, y bajo textos paradigmáticos como el ya mencionado de Rachel Carson, ahora el ecologismo toma conciencia de que los humanos somos también la mayor amenaza para nosotros mismos. Llegará pronto otro cambio de trayectoria, que trataré más tarde en esta serie, en el que esta amenaza que es la humanidad para sí misma no lo será ya solamente por la hiperocupación de la Tierra y el agotamiento de sus recursos, sino por la hiperproducción de desechos no reciclables que envenenan la biosfera. En este nuevo escenario estamos ahora entrando, con los gases de efecto invernadero y el cambio climático.

Lo que se predica  en "The Population Bomb"  es la posibilidad de un buen futuro para los humanos en su biosfera, siempre que estos sean capaces de controlar el tamaño de su población. Insisto,  ya no se cantan las bondades y bellezas de una naturaleza que los humanos estamos aniquilando, sino que se advierte directamente de los peligros que corre la humanidad si sigue su ciego camino. Los tonos de Ehrlich son proféticos, su estilo es veterotestamentario. Nos advierte de las amenazas que nos esperan siguiendo una técnica de escenarios. El libro es, desde un punto de vista literario, una pieza soberbia, cuya lectura puede resultar todavía apasionante.  
Anne y Paul Ehrlich en el año 2009
Responsable final de las catástrofes que pormenoriza el libro es la propia humanidad, pero hay tres causas inmediatas de los problemas que se avecinan: la superpoblación, el hiperconsumo y la tecnología sin control. Ehrlich es un científico, aun así su abordaje profético de estos grandes problemas no debe provocarnos menosprecio, sino admiración y respeto. También gratitud. Sin embargo, el libro de Ehrlich ha sido atacado sin piedad desde perspectivas más conservadoras. Muy pronto se criticó que las predicciones que hacía de una catástrofe casi inmediata como consecuencia de la superpoblación mundial no se estaban cumpliendo, intentando así desacreditarlo. Pero Ehrlich, o mejor dicho el matrimonio Ehrlich, pues como ya he dicho su esposa Anne fue desde el principio parte activa en la lucha emprendida, sigue publicando libros y predicando acerca del peligro de la superpoblación. Y aún hoy día, casi cincuenta años después de la publicación de "The Population Bomb", siguen haciéndolo con el mismo entusiasmo y la misma convicción iniciales. Lo que en el mundo tan tornadizo en que vivimos, no deja de ser admirable.

Algunos años después de la publicación de su libro, Paul Ehrlich, en el curso de una discusión con Barry Commoner y John Holdren, planteó su famosa ecuación:


Donde I es el impacto humano negativo sobre la Biosfera, combinación de tres factores, P (de population), la superpoblación; A (de affluence), la riqueza de la que se deriva el hiperconsumo; y T ( de technology), la tecnología sin control. Se trata de una ecuación lógica, que no matemática. Traza la existencia de una interacción cuando menos multiplicativa entre esas tres variables que definen la huella humana sobre la Tierra. Es un gran hallazgo, poderoso por su simplicidad ilustrativa, que debería enseñarse a los niños en todas las escuelas del mundo.

Como ya he mencionado, "The Population Bomb" pone su dedo acusatorio casi exclusivamente sobre la superpoblación, de la que son causantes directos principalmente los pobres, lo que da al libro un cierto tufillo reaccionario. Pero Ehrlich no es un reaccionario, muy al contrario, a lo largo de su vida ha venido demostrando que es más bien subversivo. ¿Por qué entonces ese énfasis en la superpoblación como problema principal, cuando ya en 1968 se daba el escándalo de que un país como USA consumía una más que proporcional fracciónde los recursos no renovables de la Tierra?  Quizá porque cuando Ehrlich escribe su libro lo alarmante es la manifestación de una cinética exponencial en el crecimiento de la población, que preocupa a muchos, y además no hay todavía por entonces una conciencia clara del agotamiento de los recursos pero, sobre todo, de la otra consecuencia negativa de la Riqueza y la Tecnología existentes, que es la superproducción de basuras no reciclables (CO2 y otros gases de efecto invernadero).

Es interesante constatar cómo  Ehrlich, a lo largo de los años, ha mantenido con firmeza su dedo acusatorio sobre la superpoblación como el más peligroso de los tres factores de su famosa ecuación. A mí me ha convencido de que probablemente es, en efecto, el más determinante. 

Ofrezco como muestra de la determinación de Ehrlich dos vídeos de su actuación pública en los últimos años:



(3).-Hardin y “The Tragedy of the Commons
Garrett Hardin en los 1960s y la primera página de su famoso artículo en Science (1968)
Como Ehrlich, Hardin tiene una formación biológica y es profesor en un centro  prestigioso, el campus de Santa Barbara de la Universidad de California. En el año 1968 enseña allí Ecología Humana. También desempeña un cargo importante en la Asociación Americana para el Progreso de la Ciencia (AAAS) y su mandato aquí está a punto de terminar,  por lo que le piden un discurso casi de despedida para la reunión anual de la Asociación. En el entretanto, Hardin realiza un viaje a Africa Oriental con su esposa para ver la gran fauna salvaje,  lo que le impide trabajar seriamente en el discurso, aunque va rumiando sus posibles contenidos, hasta que está de vuelta. Queda ya poco tiempo para la reunión, escribe un borrador del discurso que resulta demasiado largo, pero que recoge todo lo que a él le gustaría decir. Tiene que acortarlo, cuando finalmente lo pronuncia es acogido con respeto pero no suscita apenas comentarios. Solo meses después, cuando su discurso se publica en la revista Science, empieza a tener algún impacto, que va creciendo tan exponencialmente como lo hace la población humana hasta que se hace definitivamente famoso.

Se trata de un paper muy profundo y a la vez tan brillante que su lectura, sin duda difícil, apasiona. Ha terminado siendo una de las piedras angulares del pensamiento ecologista. Intentaré resumirlo como lo habría hecho el Reader Digest con otras piezas literarias, siguiendo lo más linealmente posible la exposición del autor:

Hardin trata en su paper el problema de la superpoblación humana del mundo. Empieza considerando a la población como un bien comunal de los humanos. Pero ¿qué es eso de los bienes comunales? Pues todos aquellos que, tengan o no un valor económico, son utilizados por comunidades humanas en su provecho, compartido por todos los miembros de estas comunidades en igualdad de condiciones, sin que exista la propiedad privada de esos bienes. Así son bienes comunales los espacios de aparcamiento en las calles de una ciudad, sus parques, las bibliotecas y escuelas públicas, los recursos pesqueros de los océanos, el aire que respiramos, el agua de lluvia, la atmósfera, etc. Y concretamente es un bien comunal la población de una ciudad, un país o el mundo entero, en cuanto a que de esta población se extraen multitud de recursos físicos, intelectuales, morales, lúdicos, etc, útiles para el conjunto de los ciudadanos y necesarios para el mantenimiento de una vida civilizada.

Sucede con la mayoría de los bienes comunales que a medida que la población beneficiada por un bien concreto aumenta y/o que el bien se hace más escaso, surgen problemas en su gestión comunal. Cuando los problemas son pequeños pueden resolverse con soluciones técnicas, es decir, puramente instrumentales. Pero para cambios de gran magnitud pueden requerirse soluciones de mayor calado y de orden distinto al técnico, ya sea político, legal, administrativo, cultural o moral. A modo de ilustración de lo que quiero decir, consideremos algunos de estos bienes comunales, como la limpieza de las ciudades o la recolección de alimentos. En las ciudades medievales se tiraban las aguas sucias a la calle por la ventana, simplemente tras el grito de advertencia, "¡agua va!", hasta que las ciudades crecieron, haciéndose más complejas y hubo que organizar servicios de alcantarillado y recogida de basuras. Y en los valles poblados por cazadores/recolectores paleolíticos, la obtención de alimentos quedaba, como bien comunal que eran los cazaderos y los bosques,  al arbitrio de cada pequeño grupo familiar, hasta que la población creció tanto que la caza y los frutos del bosque se fueron agotando y hubo que inventar la agricultura, dando entrada al Neolitico y con él a la propiedad privada de la tierra, la división del trabajo, la esclavitud, la aparición de las ciudades y sus castas de funcionarios y soldados, etc. 

En lo que se refiere a ese bien comunal que es la población mundial, la superpoblación a la que se está llegando es un problema para el que no basta con las soluciones tecnológicas. 

Siendo la Tierra que habitamos un mundo finito, es evidente que solo puede soportar una población finita. Luego el crecimiento de la población mundial tendrá antes o después que reducirse a cero. En ese momento se alcanzará su tamaño máximo. Pero el tamaño óptimo, que es aquél del que los individuos que componen esta población puedan extraer el mayor bien (la mayor felicidad), será siempre inferior al tamaño máximo. Un asunto esencial es determinar cuál pueda ser este tamaño óptimo. En cualquier caso, no podrá alcanzarse un tamaño óptimo mientras que los individuos humanos tengan libertad absoluta para determinar su propia fecundidad.

La libertad individual  en el uso de los bienes comunales termina antes o después en tragedia, en el sentido de que ineluctablemente se llega a una crisis de agotamiento del bien comunal.   Cada individuo persigue su propio interés y tiende a sobrexplotar el bien en cuestión. Pero las sociedades democráticas creen en la libertad de decisión individual como el mejor principio para la convivencia, por lo que se resisten a imponer limites en el uso individual de estos bienes. Se genera así una contradicción que puede llevar finalmente a la destrucción de los bienes comunales, es decir, a la ruina de todos. También se da esta tragedia de lo comunal en el manejo de los desechos. Aquí no se trata de apropiarse de algo comunal, sino de añadir basura individual al común.

Tanto el agotamiento de los recursos comunales como la acumulación de los desechos comunales se aceleran y crecen con el aumento de la población. La conclusión es que en las condiciones de superpoblación en la que está entrando el Mundo, hay que redefinir los derechos individuales. La libertad y el bienestar individuales tienen que estar condicionados por la seguridad y el bienestar de todos.

Llegado a este punto, Hardin hace una proposición muy valiente, porque afecta a los valores que han venido estando protegidos por las religiones y las leyes. Afirma que la moralidad de un acto individual no es absoluta, sino que está condicionada por el estado del sistema comunal en que ese acto se efectúa. Concluye que las normas morales no pueden ser individuales, tienen que declararse como obligaciones con respecto a lo comunal.

Una norma moral individual, capaz en principio de regular el uso individual de los bienes de naturaleza comunal, podría ser la templanza o lo que es lo mismo, la moderación voluntariamente aceptada por cada individuo en el uso de esos bienes. Pero la templanza es difícil de definir mediante leyes.  Si los individuos carecen de templanza, imponerla es una cuestión más administrativa que normativa. Un ejemplo de lo que esto significa es el establecimiento de zonas azules en áreas especialmente congestionadas de aparcamiento urbano: no se prohíbe aparcar, sino que se obliga a pagar y se limita el tiempo de uso.

Entra ahora Hardin a estudiar directamente ese bien comunal que es la población mundial. Cuya situación en el momento en que escribe es que, con 3.000 millones de habitantes, puede haber superado su nivel óptimo y estar acercándose a su nivel máximo. Al menos esa es la convicción (el miedo) que Hardin, los Ehrlich y muchos otros tienen.

El nivel que alcance la población mundial depende de la tasa de fertilidad de los humanos, que se distribuye irregularmente entre los varios subgrupos (familias, razas, países, niveles educativos, religiones, niveles de pobreza, etc) en que puede dividirse esa población mundial. 

Esta tasa de fertilidad es una variable darwiniana: aquella parte de la población mundial que tenga una tasa de fertilidad más alta tendrá mayor ventaja selectiva. Para evitar la superpoblación, la tasa de fertilidad debería regularse administrativamente, como el tiempo de aparcamiento en una zona azul. Pero en el entorno social de las democracias occidentales sucede lo contrario, la coerción administrativa está neutralizada por la beneficiencia y el estado de bienestar. De modo que los subgrupos hiperfertiles se ven doblemente favorecidos, porque lo son y porque se les permite serlo. Por eso el principio de libertad de decisión del tamaño familiar ya no es válido. Como no lo es, en algunos de sus restantes aspectos, la Declaración Universal de Derechos Humanos.

¿Cuál es el mecanismo que favvorece  a los hiperfértiles? Junto a ellos, existen otros subgrupos humanos que tienen una conciencia acusada de la necesidad moral de autocontrolar la fertilidad.  Estos subgrupos, al tener una tasa de fertilidad menor que los no concienciados hiperfértiles, van eliminándose a sí mismos.  Concluye Hardin que confiar en la conciencia humana como valor moral para controlar la fertilidad es poner en marcha un sistema selectivo que lleva a la  eliminación de esta conciencia, porque finalmente predominarán en la población los que no se autocontrolan, que por eso son los más fértiles.

De manera que para Hardin, apelar a la conciencia moral para resolver los problemas del Mundo se ha convertido en una figura retórica. Y no solo en lo que se refiere al problema de la superpoblación. Porque nuestro mundo es todavía el del hiperindividualismo que predicó Nietzche. También porque desde Freud reina en este mundo nuestro la autoindulgencia. No existen culpables, sino víctimas dotadas de poderosos atenuantes. 

Por todo esto Hardin está convencido de que, en nuestro tiempo, la responsabilidad respecto a los problemas planetarios solo puede provenir de una coerción resultante de un acuerdo social. Coerción ésta indispensable, concretamente, para enfrentar el problema comunal de la superpoblación.

Pero, termina Hardin, la única coerción moralmente aceptable para un demócrata es la acordada mutuamente por la mayoría de la población afectada.

Sus conclusiones finales son:

a).- Mantener bienes comunales que nos son indispensables (aire, agua, tierra, ausencia de basura, etc) bajo el control de una responsabilidad individual, solo es justificable en condiciones de baja densidad de población (o lo que es lo mismo, superabundancia del bien comunal en cuestión).
  
b).- No hay solución técnica que nos libre de las miserias de la superpoblación. 

c).- La libertad individual de engendrar traerá la ruina para todos. El camino de solución no está en fomentar la conciencia de paternidad responsable. El único camino está en que renunciemos a dicha libertad de engendrar.

¿Qué decir de todo esto?

Hardin no es, como Ehrlich, un idealista que cree en las soluciones morales. Tejano que además vota republicano, Hardin es un conservador que cree en el poder de la coerción, eso sí, una coerción establecida democráticamente.

Yo concluyo que en este problema de la superpoblación, como en cualquier otro problema de los que se ocupa el ecologismo, habría que moverse entre dos polos de acción:

1).- Como Ehrlich, educando a la gente, iluminándola respecto a los caminos que no deben seguirse porque llevan al desastre, dándole confianza en su capacidad de transformarse moralmente. Este es el método que me atrevería a llamar profético, el que siguieron los grandes profetas de Israel y luego los pensadores que a lo largo de la historia han ido siendo profetas de su tiempo.

2).- Como Hardin,  implementando la coerción de la gente, instrumento corrector que evite la caída por el precipicio, prohibiendo y penalizando las acciones individuales o colectivas que llevan al desastre ecológico. Este es el método que me atrevería a llamar punitivo, el que han seguido siempre las autoridades religiosas y los líderes políticos para domesticar a los humanos.

En definitiva, zanahoria profética y palo punitivo, son los métodos de siempre para librar a los rebaños de la caída por los precipicios que bordean sus caminos. Solo que aplicados cada día con un poco más de fuerza moral y de gestión democrática. De manera que, en última instancia, solo la honradez intelectual de los ciudadanos y una democracia segura de sí misma, solo esta difícil combinación, conseguirán salvar al mundo y a su gente de los desastres que, como siempre, se les avecinan. Pasaba ya en los tiempos de la Grecia clásica y probablemente no dejará nunca de pasar lo mismo. Solo que, si creemos todavía en el Progreso, deberá ir pasando de una forma cada vez menos cruenta y más civilizada y compasiva.



(4).-  Pero actualmente el Mundo,  ¿se está superpoblando  o despoblando?

Hay un poco de todo. Algunas regiones, como Europa, empiezan a perder población autóctona,  aunque esta despoblación viene estando compensada por una fuerte presión inmigratoria. Otras, como China, están consiguiendo alcanzar un equilibrio, gracias a una política coercitiva (prohibición a las parejas fértiles de tener más de un hijo)  puesta en marcha en 1979.  Finalmente el subcontinente indio, buena parte de Africa y otras regiones del mundo que mantienen una mayoría de población rural, siguen superpoblándose.

Los demógrafos describen estas situaciones mediante las pirámides de población, que pueden verse en la figura que sigue. Una pirámide típica tiene un eje vertical central que define los grupos de edades, con varones a la izquierda y hembras a la derecha, y un eje horizontal que define para hembras y varones la cantidad de población (valores absolutos o porcentajes) total (rayas verdes) y laboralmente activa (rayas rojas) en cada grupo de edad. En la figura se muestran cuatro situaciones características, que suelen sucederse en el tiempo.



La etapa 1 es la de sociedades primitivas, con unos hábitos cazadores/recolectores. La fertilidad es muy alta, pero también lo es la mortalidad infantil, compensándose la una con la otra. La duración de la vida es corta, sobrepasando apenas los 45-50 años. Son poblaciones que se mantienen demográficamente estables.

La etapa 2 es la de sociedades agrícolas/pastorales con cierto acceso a los cuidados médicos. La fertilidad sigue siendo muy alta, porque en el campo conviene que las familias sean grandes para que los hijos ayuden con su trabajo, pero la mortalidad infantil ha disminuido mucho. La fracción de la población en edad fértil es muy alta, lo que convierte el crecimiento en exponencial. La duración de la vida se ha alargado bastante, aunque la mortalidad entre los adultos sigue siendo alta. Sobreviven ancianos que nunca dejan de trabajar.

La etapa 3 es la de sociedades que han entrado en un proceso de desarrollo industrial/comercial, caracterizado sobre todo por una intensa urbanización. La mortalidad infantil casi ha desaparecido, pero la fertilidad es baja, porque los hábitos de vida urbanos y la incorporación de los dos miembros de una pareja fértil al trabajo asalariado son difícilmente compatibles con familias grandes. El trabajo infantil casi ha desaparecido, pues los niños tienen que ser educados para un mundo más y más complejo. La fracción de población que trabaja es muy alta, pero la duración de la vida ha crecido mucho, gracias al desarrollo de la medicina. Por eso abundan los ancianos ociosos. Estas sociedades siguen creciendo en tamaño, aunque a un ritmo mucho menos exponencial que en la etapa 2.

La etapa 4 es por fin la de sociedades avanzadas, demográficamente maduras, muy urbanizadas y con una mayoría de la población trabajando en industrias y servicios sofisticados. La urbanización ha alcanzado tal nivel que los modos de vida de muchos se han vuelto periurbanos (ciudades jardín, suburbs). Los distintos grupos de edad tienen la misma representación cuantitativa, de manera que la población se divide en tres grandes fracciones de dimensiones casi iguales: niños y jóvenes que ocupan su tiempo en recibir una educación; adultos que trabajan y se reproducen con unas tasas de fertilidad bajas, manteniéndose así  la población estable; y ancianos que se han retirado del trabajo activo pero que, manteniendo una buena salud, disfrutan de una pensión merecida y un retiro dorado. 

Naturalmente, la situación real del mundo desde una perspectiva demográfica es mucho más compleja de lo que estas cuatro pirámides  representan. Hay toda una serie de situaciones intermedias y pueden tener lugar crisis tan inevitables como terribles, que afectan a las distintas sociedades mientras atraviesan el camino demográfico marcado por estas cuatro etapas. En una sociedad situada en la etapa 2, como era Camboya en los 1970, una fracción maoísta extrema, los Jemeres Rojos, tomó el poder y llevada por una criminal vehemencia procampesina sometió a los pobladores de las ciudades a un genocidio en el que murieron más de 2.000.000 de personas. En algunos  países de Africa y América la transición de la etapa 2 a la 3 llevó a la aglomeración de muchos habitantes en megaciudades que eran en buena parte inmensos villalatas donde las condiciones de vida devenían atroces. Y en muchos de estos países las aristocracias tradicionales fueron desplazadas, con el apoyo y por el interés de potencias neocoloniales, por dictaduras despiadadas. Más recientemente, la región sudanesa de Darfur, donde confluían el desierto con la sabana subsahariana, fue escenario de un enfrentamiento terrible entre nómadas saharianos y pastores de la sabana, que luchaban por unos recursos que se estaban extinguiendo. Y en nuestros días ha vuelto a estallar el enfrentamiento ya secular entre israelíes y palestinos  que, en su fondo, quizá sea sobre todo una guerra demográfica.

Pero cuando los demógrafos contemplan la situación para el conjunto del Mundo transmiten unas predicciones que, aunque llenas de incertidumbres y dificultades, a mí me parecen , en principio, optimistas.  


Esta es una composición en la que se sombrean en gris los datos y predicciones  posteriores al año1968 en que publicaron sus trabajos Ehrlich y Hardin.
Las tasas de crecimiento de la población mundial están disminuyendo, y si las cosas siguen así, en el siglo XXII los problemas de superpoblación formarán parte del pasado. Pero claro, para eso la humanidad tendrá que llegar al siglo XXII en buen estado, tras sortear con éxito las amenazas del siglo XXI.

Aunque las tasas de fertilidad están disminuyendo deprisa, como consecuencia en buena parte de las políticas coercitivas de los chinos y de una urbanización intensa en muchos otros países (ya sabemos que la vida urbana disminuye las tasas de fertilidad), la masa de jóvenes que no han alcanzado todavía la madurez biológica que los hará fértiles es hoy muy alta. Estos jóvenes, inevitablemente y en mayor o menor medida, harán productiva su fertilidad cuando les llegue el momento. Por eso los demógrafos calculan que la población mundial no se estabilizará hasta la segunda mitad del siglo XXI, y que lo hará a una cota de 10.000 millones de habitantes, casi un 50% más que los 7.000 millones actuales. Esto supondrá una presión enorme sobre los recursos alimentarios y energéticos de que todavía disponemos. Por eso los demógrafos han definido un “cuello de botella del siglo XXI”, cuando la población mundial alcanzará sus máximos históricos, entre nueve y once mil millones de habitantes, y toda la biosfera se vea sometida por ello a una inmensa presión.

¿Cómo saldremos, quiero decir, cómo saldrán nuestros hijos y nietos de este cuello de botella? En mi opinión, este es el principal problema con que hoy día se enfrenta el mundo, el de cómo vamos a prepararnos para afrontar esa gran crisis, detrás de la cual, por cierto, se concentran muchas y muy grandes esperanzas de un mundo mejor, más vivible, a la vez más natural y más humano.



(5).- Un cambio de época en lo demográfico

Puede entreverse ya un mundo futuro que, en principio, sería perfectamente alcanzable por la humanidad en algún momento del siglo XXII. En él la población sería casi la mitad de la actual, entre 3.000 y 4.000 millones de habitantes, muy mezclada y con una tendencia a profundizar este mestizaje, acercándose así lo que Vasconcelos llamó, refiriéndose al mestizaje latinoamericano, una raza cósmica.

De una pirámide de población en crecimiento exponencial podría pasarse a una pirámide estabilizada, como se muestra esquemáticamente en la figura siguiente:


Con la tecnología hoy disponible y  mucho más con la que se posea en el siglo XXII, donde es posible que a través de la fusión nuclear se disponga de cantidades casi inagotables de energía, esta población mundial podría vivir en una prosperidad razonable, superado ya el hiperconsumismo destructor  que hoy mueve al mundo, y que tan bien describe Singer en los tres chistes siguientes:


En las circunstancias descritas, una parte importante de la superficie hoy cultivada  podría volver a su configuración primitiva, repoblándose de las especies animales y vegetales que constituían sus ecosistemas naturales. Algo parecido podría suceder con los océanos, donde la pesca podría volver a unos niveles sostenibles, que garantizaran la supervivencia de todas las especies animales que pueblan las aguas. El Mundo podría reencontrarse consigo mismo en un nuevo Jardín del Edén.

Al disminuir drásticamente la población y extinguirse sus hábitos hiperconsumistas, el calentamiento global podría detenerse, aunque sus efectos ya acumulados seguirían manteniéndose durante muchos años .

El mundo del siglo XXII no tendría por qué ser un "1984" orwelliano o un "mundo feliz" a lo Huxley, sino mantener su diversidad cultural, que es su riqueza humana. Organizado, por qué no,  como una federación de grandes áreas culturales y climáticas, agrupadas bajo un gobierno mundial fuerte y democrático, capaz de aplicar tanto el estímulo moral como la coerción administrativa.

¿Es todo eso una utopía? Probablemente, pero que puede ser hoy formulada con sensatez como algo realizable. Y ya va siendo hora de que los humanos, que no han mostrado nunca límites para sus ambiciones intelectuales, se demuestren a sí mismos que son capaces de transformar las utopías en realidades.

El hito más importante a alcanzar para hacer realidad esta utopía es la estabilización demográfica. Tendría su desarrollo en dos etapas:

1).- Llegando al final del siglo XXI con una población total no mayor de los 10.000 millones de habitantes, superar, sin guerras que generasen odios y divisiones incurables, el cuello de botella en cuanto a recursos disponibles que entonces podría presentarse. Para una humanidad como la que vive hoy, el desafío es bien difícil. El arma indispensable para conseguir este hito sería la solidaridad, utilizada por una masa crítica de países suficientemente fuertes, federados en un nuevo orden mundial y dispuestos a aplicar la coerción a los que quisieran hacer guerras por su cuenta y riesgo. ¡Es tan fácil formularlo!...

2).- Mantener a lo largo del siglo XXII un esfuerzo demográfico por disminuir la población mundial hasta estabilizarla en los 3.000 millones de habitantes, lo que quizá pudiera conseguirse hacia mitad de ese siglo. En esta segunda etapa el desafío sociopolítico y humanitario sería enorme. Durante un buen número de años, las pirámides de población estarían invertidas, habría un exceso de viejos respecto a unos jóvenes y adultos que tendrían que ser capaces de sostener el retiro de aquellos. Claro que los viejos también se verían obligados a rejuvenecerse, con la ayuda de una medicina preventiva y geriátrica que habría avanzado mucho. 

Temo que las ideologías actualmente en vigor, desde el tardocapitalismo hiperconsumista y abstracto hasta el comunismo disfrazado de anarquismo que ahora rebrota, pasando por todos los fundamentalismos religiosos y los nacionalismos, no ayudarán a resolver estos desafíos, antes al contrario, dificultarán cualquier intento de solución.

Quizá, como sugirió el filósofo Heidegger  con sabía ironía, lo que el mundo necesita para afrontar estos desafíos es, sencillamente, inventar a Dios, lo que no es sino una forma de reencontrarse con Él. Un Dios que por su simple existencia nos impulsara a todos a sentirnos hermanos. Así lo digo, seguro además de que algunos de los locos que me lean se reirán de mí. Pero no me importa. 

E insisto: la solución del mundo, si es que tiene alguna, es técnicamente demográfica pero pasa moralmente por una solidaridad planetaria que necesita de una referencia superior, la cual no tiene por qué ser religiosa en el sentido habitual, pero sí debe prender, como una forma no mundana de darle sentido a la vida, en lo espiritual de los individuos. 

Esta utopía la tenemos a la vuelta de la esquina. Si quisiéramos, podríamos hacerla realidad. Lo peor, lo temible, casi lo impensable, es que no queramos o que estemos condenados a ser incapaces de quererlo. Pero esa es otra historia…

"La torre de Babel", del pintor Brueghel el Viejo. Museo de Viena.
Símbolo bíblico del fracaso de unos humanos que, queriendo alcanzar el cielo, no supieron entenderse entre ellos mismos para conseguirlo.









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