Transcurren los últimos días de
mi corta estancia en California. Tengo esa ineludible sensación de tristeza que
producen las despedidas, sobre todo cuando lo son de gente a la que quieres.
En este viaje he redescubierto
aquellos Estados Unidos en los que viví y trabajé cuando joven. No me parece
que, en lo esencial, hayan cambiado mucho desde entonces. Ésta de ahora ha sido
mi primera visita al Oeste; la uniformidad cultural con el Este es muy grande,
lo que justifica la gran movilidad geográfica y social de los norteamericanos. Mientras
en el Este predominan como minoría significativa los Afroamericanos, en el
Oeste lo son los Mexicanos, no en balde California formó parte de México hasta
la mitad del siglo XIX.
Haciendo cola para cabalgar sobre
la hipertrepidante montaña rusa Manta del
Seaworld de San Diego, estuve hablando con un matrimonio mexicano. Vivían en Salt Lake City,
Utah. Él me dijo con orgullo que no solo en California, sino en todo USA al W de Chicago, los trabajos de fuerza los
hacían mayormente los mexicanos. Días antes, en Anaheim, el camarero de una
pizzería que había nacido en Yucatán pero llevaba 16 años viviendo en USA, me
habló con entusiasmo de su condición yucateca y de la cultura Maya, pero
también de su tradición mexicana y española y finalmente, con orgullo, de su
condición estadounidense.
Gracias a un melting pot que permanece intensamente vivo y al liberalismo
radical de la sociedad norteamericana, USA sigue siendo un espléndido crisol de
razas. Ya no son los europeos quienes emigran en masa hacia aquí. Pero en
California, además de los mexicanos se ven muchísimos extremorientales y, sorprendentemente,
muchos musulmanes con mujeres veladas de las que solo los ojos asoman fuera.
Tuve un accidente en el que me
herí seriamente una mano, lo que me obligó a acudir a las Urgencias de un
Medical Center asociado al Medicare, equivalente a nuestro sistema de Salud
Pública en cuanto a que presta asistencia sanitaria gratuita a todos los que no
tienen medios. Mi espera en aquella sala de urgencia fue interesante. Llena de
gente de aspecto humilde, predominaban padres jóvenes con hijos pequeños y ancianos
con gestos indiferentes en sus sillas de ruedas. También circulaban por allí algunos tipos
bizarros, inclasificables, posiblemente perdedores de esos que nunca llegarán a
sentirse tales. Recuerdo a un anciano que llegó solo, conduciendo su silla de
ruedas motorizada y silenciosa. Rostro curtido y moreno, piel gruesa, gran nariz
aguileña como la de aquellos jefes indios de las películas del Disney de mi
niñez, bajo de estatura y ancho de osamenta. Vistiendo ropa con colores
militares de camuflaje, una chaqueta sin mangas y un sombrero ancho de cowboy,
éste calado hasta las cejas y ceñido a las fuertes mandíbulas con un cordón de
cuero. Viéndolo avanzar por la sala, manejando el manillar de su moto como un
jinete lo haría con las riendas de su caballo, lo imaginé galopando por la
pradera. Se movía con resolución, iba de un mostrador a otro con la
familiaridad del que visita aquello con frecuencia, evolucionando con gran
destreza entre los asientos donde los demás esperábamos, mirándonos al pasar
con una mezcla seductora de intensidad e indiferencia. Una gran figura humana,
en suma, muestra para mí de eso tan rotundo y misterioso que es la voluntad de
vivir. Tardaré tiempo en olvidarla.
El caso es que en aquella sala de
urgencia comprendí, porque además así me lo informaron, que los pobres en USA
no están tan desasistidos como aquí suponemos, más aún, que sus necesidades
básicas están cubiertas por el estado con una generosidad probablemente mayor
que la que aplicamos en Europa. Que estando a la vez los ricos liberados de una
carga fiscal importante, quien soporta el peso impositivo del estado y sus
asociados es la clase media, los in
between. Esos mismos que en USA como en cualquier otra parte son el soporte
de la democracia, esos a los que Obama quiso liberar siquiera en parte del peso
enorme de los costes sanitarios administrados por seguros privados y que, en su
mayoría, a través de sus representantes en Congreso y Senado, se negaron a
aceptar esta liberación.
Y es que, con sus pros y sus
contras, USA, antes y más en derecho que la Francia de la Revolución, ha sido,
es y probablemente seguirá siendo la patria de la libertad individual. Pero
atención, una libertad cuyo corolario indispensable es la responsabilidad. De
manera que puedes hacer lo que quieras pero tienes que atenerte a las consecuencias.
Nadie va a impedirte que tires basura o conduzcas medio borracho, pero como te
cojan el multazo va a ser de aúpa y además te lo impondrá un juez que lo
resolverá todo en 24 horas. Podrás comprar libremente armas de fuego, pero como
delincas te pudrirás en la cárcel y hasta podrán ajusticiarte. Etcétera. La
libertad de actuar va asociada tan intímamente a la coerción, como el palo a la
zanahoria, y esto hace que el país funcione con eficiencia.
En esta libertad individual tan
norteamericana va inserto como lema central el espíritu emprendedor. En forma
de mandato: tienes que sacarle el mayor partido posible a tu libertad
individual, para eso tienes que arriesgarte, lo que significa que puedes ganar
o perder. Como en esas escenas míticas de los westerns donde los dos pistoleros avanzan el uno hacia el otro con
pasos decididos, listos para en el momento culminante desenfundar y disparar.
Esta es la regla principal del juego, es decir, la norma moral fundamental. Por
eso, para recordarla continuamente, se exhiben los ganadores y los perdedores,
los winners y los losers, con absoluta impudicia. Puedes
recorrer en tu auto las calles más exclusivas del Bel Air de Hollywood, viendo
y hasta oliendo las casas de los famosos. Pero a la vez tienes que soportar en
la bella Union Square de San Francisco, mientras escuchas música, la presencia
impertinente de mendigos, yonkis y hasta zombis que te piden limosna, huelen
mal y hasta hacen alguna que otra gansada. Unos y otros están allí para que tú
los veas, para que tú no te olvides nunca de que también puedes ganar o perder
y que lo que finalmente resulte depende definitivamente de ti. Esta es una
ética protestante y puritana que a los europeos y a los latinoamericanos nos
costará trabajo comprender, pero que tiene su coherencia, su consistencia
interna.
Que el ganador acumule muchísima
plata no es un escándalo en USA. Si la has ganado puedes hacer con ella lo que
quieras. Pero, en USA, lo que quieren habitualmente muchos ganadores es
reinvertirla para obtener todavía más plata o dedicarla al mecenazgo, que aquí
funciona como en ningún otro lugar del mundo.
El lujo y hasta el derroche
también son símbolos culturales positivos. No por lo que en sí mismos son, sino
por lo que moralmente significan: que tu dinero es tuyo porque te lo has ganado
y puedes hacer con él lo que quieras, esa es tu responsabilidad personal, de la
que nadie puede ni debe liberarte.
En fin. Este espíritu
norteamericano es naturalmente antisocialista, distinguiéndolos profundamente de europeos y latinoamericanos. Creo que merece, si no nuestra
comprensión, sí al menos nuestra consideración y respeto. Ya que USA ha sido un
país hecho por pioneros, no por una aristocracia militar/económica/religiosa.
Esta es, en definitiva, su gran diferencia histórica con nosotros.
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