viernes, 22 de agosto de 2014

IN GOD WE TRUST (San Diego, Agosto 2014)


Transcurren los últimos días de mi corta estancia en California. Tengo esa ineludible sensación de tristeza que producen las despedidas, sobre todo cuando lo son de gente a la que quieres.

En este viaje he redescubierto aquellos Estados Unidos en los que viví y trabajé cuando joven. No me parece que, en lo esencial, hayan cambiado mucho desde entonces. Ésta de ahora ha sido mi primera visita al Oeste; la uniformidad cultural con el Este es muy grande, lo que justifica la gran movilidad geográfica y social de los norteamericanos. Mientras en el Este predominan como minoría significativa los Afroamericanos, en el Oeste lo son los Mexicanos, no en balde California formó parte de México hasta la mitad del siglo XIX.

Haciendo cola para cabalgar sobre la hipertrepidante  montaña rusa Manta del Seaworld de San Diego, estuve hablando con un matrimonio mexicano. Vivían en Salt Lake City, Utah. Él me dijo con orgullo que no solo en California, sino en todo USA  al W de Chicago, los trabajos de fuerza los hacían mayormente los mexicanos. Días antes, en Anaheim, el camarero de una pizzería que había nacido en Yucatán pero llevaba 16 años viviendo en USA, me habló con entusiasmo de su condición yucateca y de la cultura Maya, pero también de su tradición mexicana y española y finalmente, con orgullo, de su condición estadounidense.

Gracias a un melting pot que permanece intensamente vivo y al liberalismo radical de la sociedad norteamericana, USA sigue siendo un espléndido crisol de razas. Ya no son los europeos quienes emigran en masa hacia aquí. Pero en California, además de los mexicanos se ven muchísimos extremorientales y, sorprendentemente, muchos musulmanes con mujeres veladas de las que solo los ojos asoman fuera.

Tuve un accidente en el que me herí seriamente una mano, lo que me obligó a acudir a las Urgencias de un Medical Center asociado al Medicare, equivalente a nuestro sistema de Salud Pública en cuanto a que presta asistencia sanitaria gratuita a todos los que no tienen medios. Mi espera en aquella sala de urgencia fue interesante. Llena de gente de aspecto humilde, predominaban padres jóvenes con hijos pequeños y ancianos con gestos indiferentes en sus sillas de ruedas. También circulaban por allí algunos tipos bizarros, inclasificables, posiblemente perdedores de esos que nunca llegarán a sentirse tales. Recuerdo a un anciano que llegó solo, conduciendo su silla de ruedas motorizada y silenciosa. Rostro curtido y moreno, piel gruesa, gran nariz aguileña como la de aquellos jefes indios de las películas del Disney de mi niñez, bajo de estatura y ancho de osamenta. Vistiendo ropa con colores militares de camuflaje, una chaqueta sin mangas y un sombrero ancho de cowboy, éste calado hasta las cejas y ceñido a las fuertes mandíbulas con un cordón de cuero. Viéndolo avanzar por la sala, manejando el manillar de su moto como un jinete lo haría con las riendas de su caballo, lo imaginé galopando por la pradera. Se movía con resolución, iba de un mostrador a otro con la familiaridad del que visita aquello con frecuencia, evolucionando con gran destreza entre los asientos donde los demás esperábamos, mirándonos al pasar con una mezcla seductora de intensidad e indiferencia. Una gran figura humana, en suma, muestra para mí de eso tan rotundo y misterioso que es la voluntad de vivir. Tardaré tiempo en olvidarla.

El caso es que en aquella sala de urgencia comprendí, porque además así me lo informaron, que los pobres en USA no están tan desasistidos como aquí suponemos, más aún, que sus necesidades básicas están cubiertas por el estado con una generosidad probablemente mayor que la que aplicamos en Europa. Que estando a la vez los ricos liberados de una carga fiscal importante, quien soporta el peso impositivo del estado y sus asociados es la clase media, los in between. Esos mismos que en USA como en cualquier otra parte son el soporte de la democracia, esos a los que Obama quiso liberar siquiera en parte del peso enorme de los costes sanitarios administrados por seguros privados y que, en su mayoría, a través de sus representantes en Congreso y Senado, se negaron a aceptar esta liberación.

Y es que, con sus pros y sus contras, USA, antes y más en derecho que la Francia de la Revolución, ha sido, es y probablemente seguirá siendo la patria de la libertad individual. Pero atención, una libertad cuyo corolario indispensable es la responsabilidad. De manera que puedes hacer lo que quieras pero tienes que atenerte a las consecuencias. Nadie va a impedirte que tires basura o conduzcas medio borracho, pero como te cojan el multazo va a ser de aúpa y además te lo impondrá un juez que lo resolverá todo en 24 horas. Podrás comprar libremente armas de fuego, pero como delincas te pudrirás en la cárcel y hasta podrán ajusticiarte. Etcétera. La libertad de actuar va asociada tan intímamente a la coerción, como el palo a la zanahoria, y esto hace que el país funcione con eficiencia.

En esta libertad individual tan norteamericana va inserto como lema central el espíritu emprendedor. En forma de mandato: tienes que sacarle el mayor partido posible a tu libertad individual, para eso tienes que arriesgarte, lo que significa que puedes ganar o perder. Como en esas escenas míticas de los westerns donde los dos pistoleros avanzan el uno hacia el otro con pasos decididos, listos para en el momento culminante desenfundar y disparar. Esta es la regla principal del juego, es decir, la norma moral fundamental. Por eso, para recordarla continuamente, se exhiben los ganadores y los perdedores, los winners y los losers, con absoluta impudicia. Puedes recorrer en tu auto las calles más exclusivas del Bel Air de Hollywood, viendo y hasta oliendo las casas de los famosos. Pero a la vez tienes que soportar en la bella Union Square de San Francisco, mientras escuchas música, la presencia impertinente de mendigos, yonkis y hasta zombis que te piden limosna, huelen mal y hasta hacen alguna que otra gansada. Unos y otros están allí para que tú los veas, para que tú no te olvides nunca de que también puedes ganar o perder y que lo que finalmente resulte depende definitivamente de ti. Esta es una ética protestante y puritana que a los europeos y a los latinoamericanos nos costará trabajo comprender, pero que tiene su coherencia, su consistencia interna.

Que el ganador acumule muchísima plata no es un escándalo en USA. Si la has ganado puedes hacer con ella lo que quieras. Pero, en USA, lo que quieren habitualmente muchos ganadores es reinvertirla para obtener todavía más plata o dedicarla al mecenazgo, que aquí funciona como en ningún otro lugar del mundo.

El lujo y hasta el derroche también son símbolos culturales positivos. No por lo que en sí mismos son, sino por lo que moralmente significan: que tu dinero es tuyo porque te lo has ganado y puedes hacer con él lo que quieras, esa es tu responsabilidad personal, de la que nadie puede ni debe liberarte.


En fin. Este espíritu norteamericano es naturalmente antisocialista, distinguiéndolos profundamente de europeos y latinoamericanos. Creo que merece, si no nuestra comprensión, sí al menos nuestra consideración y respeto. Ya que USA ha sido un país hecho por pioneros, no por una aristocracia militar/económica/religiosa. Esta es, en definitiva, su gran diferencia histórica con nosotros.


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