Por una parte aquel virus, antes tan extremadamente virulento que los infectados por él morían de inmediato, había mutado a una variante ligeramente menos virulenta, de modo que el periodo de incubación dentro de un humano infectado era ahora lo suficientemente largo para que la transmisión del virus se hubiera hecho muchísimo más fácil.
Por otra, la afluencia de desesperados procedentes de muchos países subsaharianos a las costas mediterráneas de África se había hecho tan abrumadora que era imposible de controlar.
Mientras tanto corría el tiempo y los técnicos no conseguían desarrollar una vacuna.
De este modo, la esperanza del brazo de la justicia y en compañía de la muerte estaban ya en las mismísimas puertas de Europa, gritando más que cantando una canción tan terrible como enternecedora.
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