Hoy, ahora, en la tarde española del 18 de septiembre de
2014, a pocas horas de que se conozcan los resultados del referéndum sobre la
independencia de Escocia, estoy sintiendo el escalofrío de la Historia.
Porque la Historia es como un montón gigantesco de piedras
irregulares apiladas en un cono enorme de pendientes muy inclinadas. Basta con que la
mano del destino extraiga una de esas piedras, grande o pequeña, situada como otras muchas en una posición
clave, para que se produzca un desequilibrio y el montón empiece a desmoronarse,
en una catástrofe que se realimenta a sí misma hasta que todo queda
derrumbado tras el estruendo y entre el polvo.
Ya nada volverá a ser igual hasta que, transcurridos muchos
años, el trabajo y la ilusión de muchas almas inocentes apile las piedras de
nuevo y el ciclo pueda reiniciarse.
Nos dicen los periodistas, quizá animados por esa ilusión
suya de que termine pasando algo gordo, verdaderamente noticiable, que es
muy posible que el resultado final del referéndum sea un SÍ a la Escocia
independiente.
¡Diablos!, esto será el fin del Reino Unido y el probable comienzo del desmoronamiento final de Europa, o por mejor decirlo, de
la ilusión paneuropea. Quizá también la ocasión de que Escocia se
reencuentre a sí misma como un nuevo país apacible y lejano, de talante
escandinavo, liberado por fin de las arrogancias inglesas. En cualquier caso, las consecuencia de este desmoronamiento,
si es que tiene lugar, superarán ampliamente a los protagonistas del conflicto
inicial, alcanzarán a toda Europa y como consecuencia al Mundo entero.
Me pregunto si esta simple posibilidad es justa, quiero
decir, razonable, aceptable. Pero comprendo enseguida que da igual si es justa o no. La verdad de la Historia surca otros mares. La
Historia es irracional y por eso imprevisible y sorprendente, muchas veces
catastrófica y otras muchas esperanzadora. Quizá por eso la Historia no
es sino un aspecto más de la Naturaleza. Como la explosión de una supernova, la
destrucción traída por un terremoto, el sinfín de mutaciones producidas en los
DNA por las radiaciones ionizantes, el rumbo irregular de un meteorito que
terminará impactando en un planeta, el encuentro de dos que terminan amándose…
todo eso y el sinfín de acontecimientos que también sucederán como consecuencia del azar.
¿Me llevan estas consideraciones hacia el fatalismo? No. Yo creo que el quehacer de los humanos está en reconstruir el montón de piedras, que eso, nada más que eso, puede llegar a hacernos felices. Y al creerlo me acuerdo del mito de Sísifo y de cómo el gran Albert Camus nos lo explicó.
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