jueves, 4 de septiembre de 2014

LO MÍSTICO



Cuando aquél hombre se despertó aquélla madrugada no podía sospechar lo que le esperaba.

Llevaba varios días trabajando intensamente en una aventura de esas que valen la pena porque son imposibles.

Insomne, se levantó de la cama, caminó vacilante hasta su mesa de trabajo, escribió algunas cosas, dibujó otras, en definitiva pensó como lo había venido haciéndolo últimamente, hasta la extenuación.

Luego se acostó de nuevo, esperanzado en que ya podría atrapar al sueño.

Pero lo que lo atravesó fue una visión.

Sintió como si se asomara al balcón que se abre al universo entero, al universo en toda su inmensidad. En el seno de una oscuridad tan infinita como la de una noche fresca de verano sin luna, vio de cerca multitudes de estrellas y nubes de polvo cósmico, coloreadas con tonos inimaginables.

Pero lo que le sorprendió, casi lo aterró, es que aquel balcón también se abría hacia dentro de él mismo, hacia su infinito universo interior. Y vio su cerebro, quiero decir un trozo minúsculo de su tejido cerebral que a la vez no tenía límites, recorrido por infinidad de venas luminosas, chispeantes, llenas de vida y de enigmas.

Y vio sus células, todas en cada una, y se quedó boquiabierto cuando fue testigo de que estas células suyas manifestaban una inteligencia singular, poderosísima, haciendo y proponiendo y caminando y viviendo una vida que nosotros los humanos jamás podríamos llegar a comprender del todo en términos estrictamente racionales.

Y vio que siempre habría algo detrás de todo, más allá, más allá, más allá.

Y comprendió al Kant que nos enseñó cómo solamente podemos conocer en términos racionales aquello que estamos preparados para conocer. Cómo solamente podemos llegar a ver con los ojos de nuestro conocimiento racional aquello que de alguna forma misteriosa hemos sido capaces antes de presentir o imaginar.

La luz debilísima del primer amanecer empezó a entrar por su ventana, llevándose como un viento lo esencial de su visión. Era hora de levantarse y aquel hombre lo hizo. Mientras se preparaba el desayuno iba aterrizando, volviendo al mundo real que, aquella noche lo había comprendido, es solamente un mundo de apariencias.

Ya totalmente despierto, reflexionaba sobre todo lo que había visto aquella noche. En primera instancia pensó que lo místico era una vía hacia el conocimiento que se oponía a la vía racional como una de las caras de la moneda de Heráclito se opone a la otra. Pero no, enseguida comprendió que lo místico es una iluminación, nada más, el resplandor de un relámpago en el misterio profundo de la oscuridad. No tiene interpretación, ni significado. Es simplemente inefable.

Luego, ya totalmente despierto en su mundo racional, vio claramente que lo místico es consustancial a lo humano, aunque seguramente lo desborda. Y comprendió que la gran traición que un humano puede hacer a lo místico que hay en él es considerarlo nada más que como una puerta de entrada hacia lo mágico, es decir, como una fuente de poder.


Finalmente volvió a las cosas de todos los días. Ahora escribía, intentando expresarla con palabras como lo haría un testigo bienintencionado, su inefable experiencia. 

Mucho más, muchísimo más, que un sueño.

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