La serenidad es la fuente, el
fundamento del valor.
Te encuentras en una mala racha,
te está pasando a ti en tierra firme lo que a los navegantes en la mar, que las
malas olas nunca vienen solas. Las tres Marías, así las llaman ellos, porque
esas olas enormes que pueden hundir tu barco suelen venir en grupos
de tres. La primera te sorprende, la segunda te asusta, con la tercera tienes
que hacer un gran esfuerzo para contener tu pánico y no echarlo todo a perder.
Aguanta hombre, aguanta hasta que
pasen estas olas, porque pasarán. Y luego vuelve a apreciar tu vida y el
transcurrir de tu tiempo hasta la próxima vez que se te pongan las cosas feas,
quién sabe cuándo será, quizá nunca. Aguanta, que la vida es así y tú no tienes
ninguna posibilidad de cambiarla. Sé torero.
Ese es el valor sereno, el
verdadero valor, hecho de una mezcla de fatalismo y determinación. Extraña esta
mezcla, en verdad. El fatalismo es resignación, la determinación rebeldía, una
y otra frente a la desgracia. Opuestas como los dos costados de tu barca, esa
en la que navegas por tu vida, estribor y babor, resignación y rebeldía,
dándose mutuamente la espalda.
Pero sosteniendo entre ambas tu proa,
tu dirección, tu camino, el que tú estás haciendo, como quería el poeta.
Aguanta, hombre, que hasta los
peores vendavales terminan amainando. No seas cobardón.
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