viernes, 3 de octubre de 2014

Placas tectónicas y choques de civilizaciones


El conflicto que se vive estos días en Hong Kong, la antigua colonia británica que hoy forma parte de la República Popular de China, es un buen ejemplo de los conflictos entre civilizaciones. Allí están chocando un modo de entender la vida propio de la civilización occidental, el de los jóvenes honkongueses que quieren democracia y libertad, con un modo autocrático de entender lo político y lo social, el del gobierno chino, heredero por una parte de las viejas dinastías imperiales y por otra del comunismo más rancio.

El choque es violento, estruendoso, llamativo. Pero no es más que un pequeño terremoto. Las divergencias entre las dos civilizaciones que ahora están chocando allí son mucho más profundas y solo podrán resolverse en períodos de tiempo mucho más largos que las semanas, como mucho meses, en que los estudiantes rebeldes quieren satisfacer sus reivindicaciones.

Algo parecido sucedió hace ya cuatro años con la llamada Primavera Árabe, que incendió el Magreb y el Oriente Medio, empezando en Túnez y teniendo como resultado más notable la caída del régimen egipcio. Mucha gente con una visión superficial de los hechos piensa que la Primavera Árabe ha fracasado. Pero si resultó efímera es porque no fue más que un terremoto. Por debajo de ella está el conflicto permanente y subterráneo entre dos civilizaciones, la occidental y la islámica, un conflicto que dará lugar a nuevos terremotos y que tardará muchos años en resolverse del todo. Este conflicto es sutil. En el caso de la Primavera Árabe, quienes representaban a la civilización occidental no eran sino los jóvenes tunecinos y egipcios que luchaban por una sociedad más libre y laica, más democrática y menos corrupta.

Estos choques de civilizaciones presentan muchas analogías con los que tienen lugar en otros entornos del universo. La inmensa mayoría de los fenómenos reales están hechos de movimiento, incluso lo que es absolutamente estático solo puede concebirse como tal en relación a lo que se mueve.

Son muchos los móviles que ocupan simultáneamente el espacio total, tanto el material como el inmaterial. Inevitablemente estos móviles interfieren, a veces uno empuja a otro, en otras ocasiones  hay dos  o más que chocan, o se acercan o alejan. Un determinado móvil puede explotar fragmentándose en mil pedazos que se alejan unos de otros, o mil móviles pueden implosionar llevados por una atracción irresistible, fundiéndose en un solo móvil integrado.

Esta situación afecta a todos los órdenes de la naturaleza, desde el atómico al cosmológico, pasando por los órdenes planetarios y dentro de la Tierra por los órdenes de las distintas esferas que la componen, y dentro de la Biosfera terrestre por protistos, vegetales y animales. También afecta a órdenes que son inmateriales, como los campos de fuerza físicos o las actividades cerebrales. Y a los órdenes que podrían considerarse estrictamente espirituales, como el de las ideologías, las culturas, las civilizaciones, las vivencias y los valores individuales, lo filosófico, lo ético, lo religioso, lo místico. Como clamaba Heráclito, panta rei, todo fluye, y este fluir no es sino movimiento turbulento, lleno de choques y huidas, de encuentros y desencuentros.

Un ejemplo muy claro de esta situación está en la Geología. Desde Wegener la historia geológica de la Tierra puede interpretarse y describirse mediante el concepto de las Placas Tectónicas. Cuando la Tierra era todavía muy joven, la Corteza terrestre fue el resultado del enfriamiento de unos materiales que se solidificaron en un solo continente ancestral, el Gondwana, que flotaba sobre el Manto, mucho más caliente y por ello más fluido y viscoso. Al irse enfriando, este Gondwana fue cuarteándose en varias Placas que, flotando como lo hacían sobre el Manto, empezaron a derivar sobre él como barcos sin gobierno, separándose unas de otras y dando así nacimiento a los Continentes. Los cuales, con el paso de millones de años de navegar sin descanso, habiendo aumentado la distancia entre ellos, tomaron rumbos más y más  caóticos, de modo que algunos se alejaban y otros se acercaban entre sí. Así, la Placa Norteamericana  se aleja de la Europea, la Sudamericana de la Africana, mientras que esa misma Placa Sudamericana y la Placa de Nazca, situada en el océano Pacífico, llevan mucho tiempo chocando y empujándose la una a la otra. En este gigantesco choque geológico,  Nazca se escurre por debajo de Sudamérica, empujándola hacia arriba y plegando su borde marítimo. Así es cómo se ha generado y se sigue generando la inmensa cordillera de los Andes.

En esta enorme e incansable colisión se producen lo que, vistos a escala planetaria, podrían considerarse pequeños incidentes locales. Un trozo nazqueño de corteza lleva tiempo apretándose contra otro sudamericano. Tanto se han apretado que se tensan y flexionan más y más hasta que en un momento imprevisible se produce una rotura y ¡plaf!, lo que sigue es un terremoto catastrófico. O se abre una grieta que deja paso al magma de las capas inferiores del Manto y lo que nace es un nuevo volcán, o una cadena de volcanes próximos.

Donde quiero llegar con esta alegoría geológica es a que lo que a nosotros los humanos nos parecen inmensas catástrofes, como un gran terremoto o una gran erupción volcánica no son, a escala geológica, sino acontecimientos muy secundarios.

Y quiero llegar a eso porque algo parecido sucede con las civilizaciones. El enfrentamiento de la civilización occidental de corte cristiano con la civilización islámica  lleva ya en marcha catorce siglos, casi desde que el Islam nació. Durante este tiempo en España floreció durante siete siglos una avanzada cultura islámica, en Al Andalus; los turcos conquistaron y luego perdieron una parte importante de Europa Oriental; ahora los islámicos invaden pacíficamente Europa a través de la inmigración; y el terrorismo de origen islámico es una amenaza permanente. Pero todo esto, además de la Primavera Árabe y otros fenómenos recientes, no son, cuando vistos desde una escala histórica, sino incidentes locales. Lo permanente es el enfrentamiento, que es atracción, entre la placa europea y la islámica, un enfrentamiento que posiblemente durará mucho tiempo.

Algo parecido empieza a verse entre Occidente y China. Las dos civilizaciones, puestas en contacto, aprietan la una contra la otra, generando conflictos que a nosotros humanos nos parecen muy importantes pero que a escala histórica no son sino incidentes locales. Así la alta competitividad manufacturera china, basada en salarios bajísimos y férrea disciplina social, que está resultando en una profunda y dolorosa crisis económica en Europa. O incidentes que irán a más como la revuelta actual en Hong Kong, derivada de que las democracias de corte occidental son una forma de organización que hace la vida mucho más agradable a los ciudadanos que una autocracia como la china. Etcétera.


Si nos acostumbramos a evaluar los conflictos del mundo con esta escala histórica, nos será mucho más fácil entenderlos y, a partir de aquí, afrontarlos.

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