Pronto estaré en Chiloé. Ya me
siento volando por la estratosfera desde España hacia el otro extremo del Mundo,
un extremo que también es el mío. Hacia Chiloé, sí, esa intercalación de una <<o>>
profunda en el nombre de Chile, que obliga a su <<e>> final a
clavarse en el lomo un acento que es una banderola de señales, un ulular del
viento entre los árboles o sobre las olas, un grito de alegría tranquila, un
misterio.
Aunque en realidad yo empecé a
navegar hacia Chiloé hace ya algunos meses. Porque desde entonces vengo jugando
en mi PC una aventura virtual que me he inventado yo, la de cruzar en mi velero
desde el Atlántico al Pacífico por el Pasaje de Drake, ese mar tempestuoso y
ventoso que, al Sur del Cabo de Hornos, media entre el continente americano y
la Antártida.
Una carta meteorológica de UGRIB como las que uso en mi juego. Las curvas son isóbaras, y las flechas marcan la dirección y la intensidad (por el color y el número de plumas en la base) del viento. |
Uso cartas meteorológicas reales,
descargadas de UGRIB. Salgo del puerto argentino de San
Julian para navegar a vela hasta Ancud, en el extremo NW de Chiloé. Una o dos
veces al día consulto la información meteorológica, determino la posición de mi
barco y trazo el rumbo para la próxima singladura.
En San Julián han empezado
siempre para los marinos las aguas magallánicas, frías y traicioneras porque el
tiempo puede cambiar súbitamente de una calma a un temporal huracanado y éstos
son frecuentes. Alcanzada la Tierra del Fuego, yo intento cruzar hacia Hornos
por el estrecho de Le Maire, pero éste es peligroso con vientos fuertes del W porque, en tales circunstancias, las corrientes de marea creciente, que corren siempre hacia el Norte, empujan
a un barco pequeño hacia los arrecifes de la isla de los Estados. De manera que
si el tiempo está malo dejo la isla de los Estados al W y entro en Drake por
fuera de aquélla. Luego, si puedo, me acerco lo más posible al cabo de Hornos
para intentar ver su imponente, dramática belleza. Pero enseguida arrumbo hacia
el SW y me alejo de la costa chilena, hacia el océano profundo del Pasaje de
Drake, donde los peligros son menores. Siguiendo los usos de los capitanes
Jugando así me preparo para el
día que podría llegar en que el destino me abriese una ventana para emprender
este viaje en real, a bordo de un barco de verdad y a través de ese océano austral
que tantos marinos afortunados han podido cruzar. Así soy yo. Las pocas cosas
extraordinarias que he hecho en mi vida se han cumplido porque cuando llegó la
ocasión, que siempre lo hace por sorpresa, estaba preparado. Y, como lo hacen los niños, una forma eficaz de prepararse es soñando y jugando.
Pero si he traído esta aventura
virtual aquí es para decir que cuando arribas a Ancud desde el Sur terrible,
después de casi un mes navegando por unas aguas peligrosas y contorneando unas
tierras que hoy todavía son salvajes, es decir, prístinas y a la vez desoladas,
cuando avistas por fin la tierra de Chiloé, ésta se te aparece dulce y tranquila, como lo que un marino antiguo
llamaría “un regalo de Dios”. Entrando ya en el canal de Chacao empiezas a ver
de cerca las jugosas pampas de un verde dorado entremezcladas con las manchas
misteriosas y verdioscuras de los bosques. Entonces te das cuenta de que tienes
ante ti un admirable equilibrio entre lo humano
y lo natural, lo civilizado y lo silvestre. Frágil como todo lo bello, está allí ante tus ojos, abierto en una invitación al abrazo. Y casi sin darte
cuenta te ves desposeído de la sensación de soledad, de exilio y peligro, que
te venía embargando durante tu insensato viaje.
Llegas a tu casa, a tu otra
patria, eso es lo que sientes.
1 comentario:
Qué rápido pasa el tiempo-
Navigare necesse est, vivere non necesse
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