domingo, 16 de noviembre de 2014

De hadas y ángeles


¿Existen las hadas más allá de los cuentos que todavía leen algunos niños?

Yo creo que sí.

Con una matización: para mí las hadas no son esos bellísimos personajes del mundo animista que te encuentras en la orilla de arroyos escondidos o en el fondo de lagunas profundas y misteriosas, ellas mismas encerradas en bosques casi inaccesibles. Tampoco son esas bellísimas ninfas que se te aparecen con una varita mágica para sanarte de esos problemas que no te permiten sentirte feliz.

No.

Las hadas son, paran mí, algo así como ángeles que toman posesión de personas de carne y hueso por unos instantes, los suficientes para que tú seas consciente de su presencia. Esas personas poseídas brillan ante ti por un tiempo muy pequeño, casi el de un relámpago, lo suficiente para que tú te des cuenta de que el Espíritu, ese que mueve y da vida al universo entero, también está aquí, ante ti.

Estos ángeles que pueden parecerte hadas ruedan por las calles, se esconden detrás de las esquinas, se encienden cada noche con las luces de la ciudad, murmuran con el viento y las olas del mar, vuelan con las gaviotas, cantan con las frondas de los árboles y con las aguas tumultuosas de los manantiales que caen hacia al mar. Se meten sin que nadie se dé cuenta y así pueda evitarlo en una sonrisa, un apretón de manos, un beso apresurado, una mirada, un tropiezo, una pregunta.

Simplemente están ahí, siempre están ahí y a veces tienen la generosidad de permitirte que tú los veas.

Para que no pierdas tu confianza en la vida, para que no desfallezcas.


Eso es sencillamente todo lo que yo quería decir.

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