Releyendo el Teilhard de Chardin de mis tiempos jóvenes, cae
en mis manos un libro que se publicó con el título de “Himno del Universo”
(Taurus, Madrid 1964) pero que es una recopilación de textos más cortos, entre
los que destaca, ocupando un papel quizá central, “La potencia espiritual de la materia”, un texto místico, la descripción
de una visión que el autor ha tenido explicada, a pesar de su naturaleza
inefable, tal y como él la
ve al volver a este mundo.
Pierre Teilhard de Chardin (1881-1955) fue un sacerdote
jesuita pero sobre todo un científico. Entusiasta paleontólogo que se pasó la
vida por lugares remotos buscando entre las piedras pistas de los primeros Homo erectus, que participó con Henri
Breuil en el descubrimiento del Hombre de
Pekin, y que siendo un científico no dejó de ser nunca sacerdote y hombre
de fe, a pesar de que el Santo Oficio vaticano lo consideró heterodoxo durante
bastantes años, aunque luego el penúltimo papa, Benedicto XVI, lo ha
rehabilitado. Sus obras, en efecto, desbordaban la ortodoxia católica pero
también la ortodoxia científica, de manera que autoridades importantes de este otro
mundo de la ciencia, donde no hay pontífices máximos pero sí muchos cardenales,
lo han desautorizado sin comprender que esos textos que los escandalizaban no
eran científicos, sino religiosos. Hombre pues Teilhard de Chardin entre dos
mundos, con un pie del alma en cada uno de ellos, con el valor que hay que
tener hoy día para atreverse a esto. Recomiendo un breve esbozo biográfico de
Teilhard publicado por la Wikipedia francesa.
Teilhard, camillero en Verdun (primero a la derecha) |
Curiosamente, el texto que quiero comentar, “La potencia espiritual de la materia”,
lo escribió en plena I Guerra Mundial, cuando trabajaba como camillero en el
frente de Verdun, antes de doctorarse en la Sorbona aunque ya con una sólida
experiencia de campo como paleontólogo. Obtuvo allí, por su valentía, la
Medalla Militar y la Legión de Honor. Una descripción de sus méritos militares
puede verse en la web de la Diócesis de capellanes militares católicos de
Francia.
Lo que Teilhard escribe en ese soberbio texto suyo, “La potencia espiritual de la materia” tiene
una interpretación sencilla. En su iluminación mística él ve al hombre como un
continuador de la materia, un lo-que-ha- llegado-a-ser esta materia en su largo
camino desde el big-bang hasta él y lo-que-llegará-a-ser desde él hacia lo que llama Punto Omega, la
culminación de los tiempos. Se considera por tanto heredero de esta materia,
hijo de ella, y a la vez continuador de ese camino que lleva hacia la salvación
no solo de los hombres, sino del universo entero.
Excavando y datando fósiles en China |
A mí me gusta este mensaje no solo por su calidad
espiritual, admirable sean cuales sean las creencias o escepticismos de cada
uno, también por sus connotaciones prácticas, próximas al ecologismo de hoy en
día, aunque más profundas. Lo que se destila de lo que Teilhard escribe es que
el hombre no puede considerarse ni el rey de la creación, ni el explotador con
todos los derechos de lo que como tal explotador llama “los recursos naturales”,
ni mucho menos el ecocida destructor de especies y ecosistemas innumerables sin
darse cuenta siquiera de lo que hace, y que por el camino que lleva puede
terminar destruyéndose, como mínimo degradándose, a sí mismo.
Lo dice el P. Teilhard en el texto que comento con sus propias palabras de
sacerdote y de hijo de esa materia universal:
<<Yo te bendigo,
Materia, y te saludo no como te describen, reducida o desfigurada, los
pontífices de la ciencia y los predicadores de la virtud, un amasijo, dicen, de
fuerzas brutales y de bajos apetitos, sino como te me apareces hoy, en tu totalidad y tu verdad>>.
Un texto que vale la pena leer despacio, escrito por un místico que, como muchos de ellos, fue además un hombre de acción.
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