viernes, 28 de noviembre de 2014

Lecturas felices
























Dedico algún tiempo de mi estancia en Duhatao a repasar los libros que me traje un día, cien kilos de libros elegidos muchos de ellos entre los que leí cuando era joven. Entonces igual que ahora me gustaba subrayar los libros que leía, dejando así mi huella en ellos para reencontrarme algún día con lo que me impresionó, poniendo de manifiesto lo que yo era. Ahora que lo estoy haciendo me doy cuenta de que muchos de aquellos libros juveniles los empecé con entusiasmo ¡y nunca los terminé!

Terminar, lo que se dice terminar  completamente, leyendo de principio a final, sin saltos, solo se terminan las buenas novelas, donde hay una trama que te captura hasta el desenlace. Las cuales, por cierto, nunca se subrayan.

Pensando en todo esto, contemplando así con benevolente ironía mi propia miseria, me di cuenta de que en sus términos más esenciales la vida de cada uno de nosotros, mi vida, la tuya, la suya, son como la lectura de los libros sucesiones de episodios inacabados, nunca culminados, fallidos, abandonados, hasta olvidados. Un ir y venir como el de los picaflores, un volar melancólico como el de los jotes o entusiasta como el de las gaviotas pero sin rumbo, llevado por lo que marca el viento. Una sucesión de intentos y exploraciones, ilusiones y desengaños, descubrimientos y decepciones, encuentros y desencuentros, el mismísimo río turbulento de Heráclito. Nadando en él, intentando mantenerte a flote, hay algunos momentos, hasta muchos, en los que llegas a sentirte feliz.

¿Feliz? Sí. Yo creo que la felicidad no está en los finales felices, tampoco en los comienzos entusiastas, sino en esos momentos intermedios en los que se produce el descubrimiento. A mí me parece que la felicidad es una forma especialmente iluminada de la luz. Por eso a veces es tan fugaz, como lo son la chispa o el relámpago. Aun así, merece extraordinariamente la pena el esfuerzo de buscarla.


Le pasa lo mismo que a la lectura. De pronto lees un párrafo que te conmueve, te ilumina, perdido como estaba entre miles y miles de palabras. Entonces te das cuenta de lo necesaria, lo justificada, que ha sido tu búsqueda.

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