viernes, 20 de noviembre de 2015

Bella que es la vida

De la quimio me ha quedado un zumbido constante en los oídos, tan familiar ya que más que molestarme me acompaña. Debe ser una más de las manifestaciones de un daño en las funciones auditivas. Otra es una curiosa distorsión de los sonidos: hay personas a las que no consigo oír no porque no me llegue su voz, sino porque me llega irreconocible, como si estuviera pasada por esos filtros que usan los espías y los secuestradores para hablar por teléfono. Y esto no es un todo o nada, en muchas ocasiones hay solo partes de una conversación que pierdo por distorsión, o de pronto me llega con fuerza excesiva lo que está diciendo alguien cercano que no se dirige a mí. En fin, un lío divertido que no supone baja en el combate, solo ligeros daños colaterales. Yo sigo adelante, cómo no hacerlo.

El viento fuerte que suele soplar por estas alturas de Duhatao arranca muchos sonidos del bosque, las frondas de los árboles, el ramaje, el matorral. Cuando, sobre todo en la noche, estos trenes de ondas cargados de todas las frecuencias y magnitudes posibles, muchas de ellas generadas por interacciones y choques en su mismo viaje, entran en la casa y llegan hasta mí, se producen alucinaciones sónicas que sorprenden y pueden llegar a ser divertidas. De pronto oigo una canción familiar y me pregunto instintivamente quién puede estar cantándola o desde que radio suena en esta soledad absoluta en que vivo. Pronto caigo en la cuenta del artefacto. También oigo a veces viejas voces amigas y, aún consciente de que son alucinaciones, siento consuelo y me abro al recuerdo.

Sueño ahora mucho más de lo que he soñado en los últimos años. Sueños con todos sus avíos, con argumento y guion como las buenas películas, con personajes que han representado mucho en mi vida. Estos sueños también me acompañan.

Y muchas veces en mitad de la noche o cuando en la madrugada me levanto para empezar mi día, estando todavía medio dormido, noto junto a mí la presencia de un ser querido, con toda naturalidad, sin sobresalto. Sé que no es más que un reflejo, un recuerdo alucinado, pero mucho me acompaña también.

Todo esto significa que en plena soledad yo mismo, con todo lo que llevo dentro, me proyecto hacia fuera. Ocupo con trozos selectos de mis memorias el espacio naturalmente vacío de afectos que me rodea. Y así genera mi cerebro la compañía que como animal social que soy me falta.

También me llueven los recuerdos, las evocaciones conscientes, producto de actos de mi voluntad. Qué fácil es recordar en el silencio, desde la soledad más perfecta. Qué puros, entrañables y llenos de cariño son estos recuerdos.

Me sorprende que entre estos recuerdos en soledad no haya sitio para el rencor ni para el desengaño. Camino largo que es el de la vida, lleno de incidencias. Y aquí, en estas soledades, resulta que todos los que me he encontrado a lo largo de él, aunque hayan intentado aplastarme, aunque me hayan engañado o abandonado en tierra de nadie, todos estos y todos los que me han querido, animado o ayudado, a todos juntos, buenos, malos y regulares, los veo desde aquí como mis espléndidos compañeros de viaje.

Ha sido un honor y un placer recorrer el camino con todos vosotros. Y lo sigue siendo.


Bella que es la vida. 

Familia de titiriteros.- Rafael Zabaleta 1934
He buscado una pintura afín con los sentimientos que intento
expresar en esta entrada. Enseguida se me ha venido a la
cabeza que tenía que ser algo de Rafael Zabaleta.  Bicheando
por Internet he encontrado este tesoro, con muchas resonancias
picassianas. Soberbia. Esta era la pintura que yo buscaba para
hacerle compañía con mi texto.

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