Mi amigo Miro me
invita a que los acompañe a la inspección técnica de la lancha Dalmacia III,
que acaban de construirle los hermanos Pacheco en su carpintería de ribera
situada en el puente Nercón. El día es precioso en el maravilloso fiordo
de Castro. La inspección es rigurosa, la Armada de Chile hace las cosas bien,
suben a bordo un ingeniero naval y un marino, navegamos desde el astillero de
los Pacheco hasta el puerto de Castro y ellos se aseguran de que todo cumple
las reglamentaciones establecidas, habida cuenta de que esta lancha, con 16 ms
de eslora y capacidad de hasta 40 personas, se destinará al turismo. Luego, en
el puerto, hacemos agua y petróleo para volver finalmente a nuestro punto de
partida.
Hoy he experimentado una de las
facetas de la profunda vocación marinera que Chiloé tiene: la de los
constructores de barcos. Se embarcaron esta mañana con Miro y conmigo David
Pacheco, maestro mayor del astillero, junto con los responsables de los equipos
instalados que pueden presentar problemas inesperados en una primera prueba
como era ésta: Alexis el mecánico con su ayudante Kika y Rodrigo el
electricista, además de los dos inspectores de la Armada. Al
principio todo va
bien. De súbito el eje que girando vertiginosamente une la caja de cambios del motor con la hélice
empieza a echar humo, que pronto se convierte en llama. El humo avanza por el
pasillo de los camarotes y llega hasta el puente de mando, donde un detector
empieza enseguida a sonar con una estridente señal de alarma. Nadie pierde los
nervios. Con el motor en marcha y el barco navegando, Alexis se aplica a refrescar con un paño mojado el eje que arde, echado prácticamente encima de él,
soportando
pacientemente el humo que ahora le cubre el rostro. Ni David ni su equipo ni los marinos le dan importancia al asunto. Saben que la causa está en una junta de bronce demasiado apretada sobre el eje motor que al girar roza con ella y genera un calor que hace que la grasa que lo lubrica se queme y llegue a arder. Alexis soporta estoicamente su papel de bombero hasta que llegamos al puerto de Castro, donde a barco parado retira la junta responsable del problema, que es menor y tendrá fácil solución.
pacientemente el humo que ahora le cubre el rostro. Ni David ni su equipo ni los marinos le dan importancia al asunto. Saben que la causa está en una junta de bronce demasiado apretada sobre el eje motor que al girar roza con ella y genera un calor que hace que la grasa que lo lubrica se queme y llegue a arder. Alexis soporta estoicamente su papel de bombero hasta que llegamos al puerto de Castro, donde a barco parado retira la junta responsable del problema, que es menor y tendrá fácil solución.
Luego los marinos se van y los de a bordo bebemos unas cervezas y
comemos unas pizzas. Me encanta la felicidad que irradian David y su equipo,
que ilumina sus rostros, convertidos además en una casi permanente sonrisa. Es
la satisfacción del trabajo terminado y bien hecho, que hermana a los hombres.
De vuelta ya en el astillero,
tomando otras cervezas, las penúltimas como dirían en mi tierra, le pregunto a
Jorge, hermano de David, cuántos barcos habrán hecho desde que el astillero
existe. Se para a pensarlo. “Tengo 51 años”, me contesta, “llevo más de 30
trabajando aquí y lo único que puedo decirte es que no hemos parado ni un
momento de construir y reparar barcos. ¿El número? Innumerable”.
Por lo demás, con un maestro de
ribera como David no se puede hablar de madera, sino de maderas. Un barco puede
incorporar muchas maderas distintas, porque cada una tiene sus características mecánicas y es más apta para ésto o aquéllo.
Quillas de pino o coigüe, cascos de ciprés, interiores de mañío, la riqueza de
maderas que tienen los bosques chilotes da lugar a muchísimas combinaciones
posibles. Cada barco es único. Y no es solo la clase de madera usada, sino cómo
ha sido secada antes de integrarla en la compleja estructura mecánica que un
barco es. Así el olivillo, tique le llaman aquí, es una excelente madera naval
si se ha secado bien, si no es así no sirve. La integración de las numerosas
piezas de madera que componen la obra viva de un barco y yendo más allá su
entero casco, a más de todas las piezas de sus interiores es una obra de arte.
Porque un barco de madera en la mar no se mueve entre las olas y los vientos como
una pieza única y compacta, sino que se cimbrea, se quiebra y curva, flexa aquí
y allí ante los numerosos y variados esfuerzos con que la mar lo acosa.
Una manifestación importante,
ésta de la construcción naval en las carpinterías de ribera, de lo que es
Chiloé. En este caso, de la profunda relación que une a sus bosques con su mar.
Yo espero que dure mucho tiempo. En todo caso, si llegara algún día, como ha
pasado en España, donde los barcos de trabajo empezaron a hacerse de plástico o
de hierro, quisiera yo que estas carpinterías de ribera de Chiloé se mantuvieran
fieles a la madera fabricando con ella embarcaciones deportivas, de vela o de
remo, que tendrían su mercado en ese ancho mundo que ha perdido ya lo que aquí
son todavía bosques llenos de vida. Nada como la madera para un barco con el
que se quiera, simplemente, gozar de la mar. La una está hecha para la otra.
Y en este sentido me gustaría
añadir que, siendo cierto que los bosques de Chiloé están amenazados por su uso
excesivo como un recurso, también lo es que la mejor manera de defender el
futuro de estos bosques chilotes es seguir usándolos dentro del esquema
cultural propia de estas islas afortunadas, lo que implica seguir usando en el
campo la leña como fuente principal de energía, mantener una tradición
mueblista y de construcción de cabañas en madera, y seguir haciendo barcos que
integren en sus cascos las muchas maderas distintas que pueblan los bosques de
Chiloé.
Mientras que los chilotes sigan manteniendo sus formas de vida, los
bosques de Chiloé seguirán vivos también, de eso no me cabe duda. Sin esa
compañía humana cargada de cultura, el destino de esos bosques será incierto. Recuérdese lo que pasó hace ya muchos años con el Ciprés de las Guaitecas.
2 comentarios:
Me permito un punto de humor: un poco chapuzas sí que nos ha salido el tal Alexis. Por otros pagos la cara del patrón mirando al inspector durante la escena descrita sería digna de foto.
Aparte de eso, que siga disfrutando, Olo.
Jordi
No crea, amigo Jordi. Lo que diferencia este caso de lo que podría haber sucedido como usted dice "por otros pagos", es que aquí se trata de una producción artesanal, frente a la producción en cadena del vehículo por antonomasia que es el automóvil. Allí todo está automatizado, el trabajo no pertenece a nadie, no se permite el menor fallo. Mientras que el trabajo artesanal, incluyendo el montaje, es una realización personal.
Aún así, ¿qué me dice usted de lo que ha pasado con el caso Volswagen? Seguramente han rodado un montón de cabezas de ingenieros, pero solo nos hemos enterado de la dimisión de algunos altos cargos. Marketing en acción.
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