De excursión por la orilla del mar
interior de Chiloé, ése donde se abrazan con calma la isla grande y el océano
Pacífico, entre una multitud de pequeñas islas, el archipiélago, dormidas en la
paz de sus sueños.
Desde Quemchi hasta Dalcahue,
hemos pasado por Aucar, Quicaví, Tenaún y San Juan. El día es espléndido, luce
el Sol dando un calor tibio y llenándolo todo de brillos fugaces. El Pacífico interior está hoy enmarcado por
la Cordillera, libre totalmente de brumas y nubes, un rosario de grandes picos
nevados que separan dos azules, el profundo y marino del océano y el otro azul
celeste del cielo. Ante nuestros ojos se destacan de la Cordillera, acercándose
como para saludarnos, el volcán Chaiten, macizo y muy nevado, y el Corcovado,
que remata en un pico tan agudo como una aguja que señala al cielo, como si
quisiera advertirnos de algo.
Recuerdo ahora cómo, cuando
llegué por primera vez a Chiloé, el volcán Chaitén acababa de entrar en una
erupción explosiva que destruyó el pueblo que con su mismo nombre se asentaba
en sus faldas, llevándose para siempre por delante casas, ganados y esperanzas.
Estaba yo aquel día en el estero de Compu, frente al Corcovado, y veía hacia el Este, sobrepasando las islas,
la gigantesca fumarola del gran Chaitén dominando el cielo. Me acompañaba un
chilote que había vuelto a su tierra tras muchos años de trabajo en Argentina.
Era un hombre un tanto especial, lucía una barbita muy cuidada y calaba un
gorro redondo de cuero, insólito en este paisaje chilote, que había traído como
un recuerdo de sus años en la otra Patagonia. Oficiaba ahora de fiscal en una
parroquia chilota, una institución que data de los tiempos remotos en que unos
pocos misioneros jesuitas tenían que recorrer la inmensidad de las islas y
delegaban en los fiscales el cuidado cotidiano de las iglesias. Mirando hacia
la fumarola del gran Chaiten, este hombre me dijo: “¿La ves? Es un aviso, la madre Tierra quiere advertirnos de que está
empezando a cansarse de nosotros los hombres”.
El volcán Chaitén desde la costanera de Tenaun |
Iglesia de Tenaun |
Ahora muchos hombres trabajan en
el cuidado de jaulas salmoneras esparcidas por toda la inacabable terra incognita que se extiende
entre Chiloé y Punta Arenas: el archipiélago de las Guaitecas, el de los
Chonos, el de las Guanatecas, el Golfo de Penas, las innumerables islas y los
profundos esteros que se extienden a lo largo del estrecho de Magallanes… todo
eso, no en balde Chile es, después de Noruega, el segundo productor de salmón
cultivado del mundo.
El Chiloé de siempre sigue
volcado en el Sur, dueño de éste, al menos en lo que se refiere a los trabajos y
los sueños de los hombres.
El pueblo de San Juan |
3 comentarios:
La primera vez... Su descubrimiento de Chiloe, el encuentro de un lugar que ¿amó? Desde el primer momento, apreciado Olo...
Querida Paola, Chiloé es para mí ese sitio que cuando lo encuentras te das cuenta de que lo amabas, o lo necesitabas, desde siempre. Reconoces infinidad de escenarios, perspectivas, sensaciones, sentimientos, situaciones que ya habías vivido en unos sueños mucho más hondos que los del REM.
Por cierto que en mi entrada de hoy he cometido un tremendo error geográfico: confundí el volcan Chaitén, que es grande no por su tamaño sino por su violencia, con el volcán Michinmawida, que es el gigantón de 2.400 ms que aparece en la foto desde la costanera de Tenaun y en la otra que encabeza esta entrada. Claro que el vértice del Chaiten es mucho más pequeño que el del Michinmawida y está en sus faldas, a escasos 10 km. Y el Michinmawida sigue activo, por lo que casi (y digo casi por mi ignorancia vulcanológica) podría considerarse al Chaiten como un tributario del Michinmawida. A pesar de su violencia... o precisamente por eso.
La mayoría de las veces sus palabras son una belleza... Y no creo tanto en eso de su ignorancia vulcanológica... Debe saber tanto como de geografía historia y demàs, apreciado Olo. De usted siempre se aprende : )
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