El Sur chileno más profundo se inicia donde termina Chiloé, allí donde empieza a haber mucha naturaleza y muy poca gente. Islas, canales y el turbulento Pacífico de tempestades y naufragios hacia el oeste; cerros, lagos y la tronante Cordillera de ventisqueros y volcanes hacia el este. Tierras, en definitiva, casi vacías de humanos, aptas para ser exploradas y hasta colonizadas por los legendarios alienígenas.
Tengo dos testimonios de la presencia de estos seres extraños en aquellas latitudes. Uno se refiere a extraterrestres, el otro, sorprendentemente, a intraterrestres.
De los extraterrestres me habló un amigo mío, Jaime, que aunque ahora trabaja como carpintero en Chiloé es nacido y crecido en Cochrane, un pueblo situado a 47º de latitud Sur, la del Golfo de Penas, aunque bien metido en la cordillera de los Andes. Le pregunté un día lo que pensaba de los héroes mitológicos chilotes. Él empezó por declararse comunista de convicción. “Naturalmente”, continuó, “como buen comunista soy ateo, lo que significa no solamente que no creo en Dios, sino tampoco en todas esas supersticiones de traucos, brujos, pincoyas o ajos”. Se detuvo un momento, como dudando si continuar hablando. “Ahora bien”, dijo por fin, “yo he visto un extraterrestre”.
Este arcoiris de Chiloé cae a plomo sobre el Pacífico como pudo caer la astronave en la que viajó el alienígena de Punta Arenas |
Fue en Punta Arenas, una tarde fría y ventosa en que la calle por la que Jaime andaba estaba desierta. “Noté los pasos de alguien detrás de mí” siguió contando. “Cuando cambié de acera lo vi con el reojo izquierdo, y me sorprendió apreciar que era muy bajito. Entonces lo miré de pleno. Esto pasó hace ya varios años pero todavía no me he recuperado de la sorpresa. Tenía la altura de un enano, aunque las hechuras de su cuerpo eran normales. El color de su pelo era rojizo, lo tenía peinado hacia atrás, y los cabellos individuales eran gruesos, casi como las cerdas de un puercoespín. Pero lo más asombroso de todo eran sus pupilas amarillas, de un amarillo muy intenso, casi encendido”. Tras verlo, Jaime aligeró el paso, dobló una esquina en su camino hacia la tienda de abarrotes y ya no volvió a verlo más. “Pero era un extraterrestre”, terminó diciéndome, convencido. “No podía ser ninguna otra cosa”.
Yo lo creí. ¿Por qué no?
La flecha roja apunta al estrecho canal entre las islas de Level e Izasa, a no más de 120 km del extremo suroriental de Chiloé |
De los intraterrestres me habló Belfor, un marino chilote nacido en Castro, que se había pasado la vida navegando por los canales y malos pasos de las aguas entre Chiloé y las Malvinas. Belfor era todo un lobo de mar patagónico, a la vez que un hombre amable y tranquilo. Hice un viaje de varios días en un barco mandado por él, a través del canal Moraleda y el archipiélago de los Chonos. Simpatizamos enseguida, y me pasé muchas horas en el puente, junto a él, escuchándole un sinfín de detalles e historias sobre las aguas y costas que íbamos dejando atrás. Lo más increíble me lo contó en voz muy baja. Me dijo, precisamente cuando estábamos muy cerca de ellas, que hay dos islas en los Chonos a las que solo separa un estrechísimo canal, cuyos nombres son Level al norte, e Izasa al sur. En las paredes de este canal se abren unos portones de piedra que dan acceso a una colonia de intraterrestres, venidos nadie sabía de dónde pero pertenecientes a una civilización mucho más avanzada que la nuestra, porque son capaces de curar enfermedades, como el cáncer, para las que nosotros no tenemos remedio. “Gente muy afamada de Chile, grandes personajes de la televisión y otra gente muy influyente, han venido hasta aquí y han llamado a sus portones y los han curado de enfermedades terribles cuando ya estaban desahuciados por nuestros médicos”, me dijo. Luego, siendo un hombre prudente y realista como Belfor lo era, me precisó que él no tenía ninguna prueba de esto, pero que era el decir común de todos los marinos chilenos que navegaban por aquellas aguas. Finalmente añadió:
El estrecho canal de los intraterrestres visto desde el espacio |
“Ahora bien, navegando yo un día a lo largo de la costa oriental de la isla Level, alguien nos hizo señas desde la orilla, y como son esas tierras salvajes, sin ninguna presencia humana, detuvimos el barco y nos llegamos en el bote hasta la playa, no fuera a tratarse de un naúfrago, que no sería el primero. Me encontré con un hombre muy alto, casi un gigante, y muy rubio, con barba muy crecida, que llevaba cogida de la mano a una niña de tres o cuatro años, con trenzas y todavía más rubia y clara de ojos que él. Este hombre me dijo que venía navegando con su familia en un pequeño velero desde Magallanes , que habían tenido una avería y fondeado allí cerca para repararla, lo que ya había conseguido, de manera que agradecía que hubiéramos desembarcado pero que solo quiso saludarnos, y no necesitaba ayuda. Así que nos despedimos y volvimos a nuestra navegación”
Contado esto, Belfor permaneció en silencio unos instantes, como dándome tiempo para que asimilara sus datos. Luego me dijo, con una sonrisa cargada de sospecha, que él no vio ningún velero fondeado por allí cerca, ni otro rastro humano. “De manera que yo pienso”, terminó, “que aquel gigante rubio bien puede haber sido uno de los intratrerrestres de la isla Level, y se inventó el cuento del velero para disimular conmigo”.
En eso quedó la cosa.
¿Qué pienso yo de todo esto?
Que allí donde lo urbano y lo hiperurbano no han saturado todavía de ruido las profundidades de las personas, quedan dentro de ellas amplios espacios de libertad en los que soplan los vientos de la fantasía. Esta termina haciéndose cultura, en el más histórico y puro sentido de la palabra.
Y que donde esta cultura de lo misterioso sobrevive, la gente es todavía capaz de admitir que cualquier noche y en cualquier parte, cualquier planeta escondido a la sombra de cualquier estrella puede dejar caer, sobre esta Tierra nuestra que se cree de vuelta de todo, la más sorprendente de las sorpresas.
Porque los intraterrestres, de ser algo, no pueden ser sino extraterrestres que llegaron a la Tierra desde algún desdichado planeta cuya atmósfera se hizo algún día irrespirable.
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