Empiezo a escribir esta serie bajo la influencia de los últimos acontecimientos que están teniendo lugar en el mundo.
En primer lugar, los que afectan directamente a los jóvenes. Muchos creían que los jóvenes tenían una actitud fatalista frente al presente y el futuro. Pero lo que están demostrando es que se sienten conmovidos y revueltos. El grito de “ya basta”, respecto a la forma de conducir los asuntos públicos por la generación de sus padres, se va extendiendo entre los jóvenes del Norte de Africa, España, Chile, Oriente Medio, Inglaterra, formando una cadena que va camino de ceñir el mundo entero. Por primera vez en muchos años, los jóvenes no se limitan a ignorar el mundo de sus padres, sino que parecen dispuestos a intentar construir un mundo nuevo, que será el suyo. Esta es, pese a las incertidumbres que trae consigo, una buenísima noticia, capaz de suavizar la angustia cotidiana que nos produce este mundo absurdo en que vivimos.
Porque esta angustia de lo absurdo, lo desmesurado y lo injusto es para muchos ciudadanos de hoy su pan de cada día. Basten un par de ejemplos de lo que quiero decir:
1).- Desde hace ya años la gente común se ve bombardeada por noticias en los medios de comunicación acerca de un cambio climático catastrófico. Mientras que los científicos especializados en el tema están de acuerdo en que dicho cambio está dando ya signos claros de haberse iniciado, siendo su causa principal la actividad humana, muchos grupos económicos y medios de comunicación a su servicio, mantienen un escepticismo total sobre el asunto, negando la realidad de este cambio climático y promocionando el crecimiento indefinido y el uso indiscriminado de unos recursos naturales que, sin embargo, son limitados. Al mismo tiempo, los políticos, que deberían ser responsables de diseñar la construcción del futuro e irla implementando, mantienen una actitud ambigua, como si no supieran qué hacer, o todavía peor, como si creyeran que no pueden hacer nada.
2).- La globalización de los negocios nos ha traído una gran crisis del capitalismo, tan grande o más que la que a partir de 1929 precipitó la II Guerra Mundial. Casi cada día los economistas más prestigiosos intentan explicar esta crisis, siempre a posteriori de los hechos, porque también casi a diario nuevos seísmos económicos inesperados los sorprenden y contradicen. La gente de a pie ve amenazados su trabajo, su bienestar y su futuro. Se tiene la impresión de que es todo el sistema socieconómico mundial el que se está derrumbando. Y no se ven sabios economistas que demuestren entender lo que está pasando ni líderes políticos que convenzan de que están aplicando las soluciones.
Yo tengo la convicción de que los problemas acuciantes del mundo tienen “todavía” una solución pacífica y tranquila. No sé cómo de largo será el “hasta cuando” que siga a ese “todavía”. Por eso creo que la gente común, los ciudadanos, tenemos que ponernos en marcha ya.
También creo que en ese camino hacia las soluciones hay que combinar el valor, la pasión, la fuerza y la inteligencia de los más jóvenes, con la sabiduría, la experiencia, la prudencia y la inteligencia de los más viejos. Necesitamos jóvenes que no tengan todavía, junto a viejos que no tengan ya, mucho que perder. Jóvenes que piensen en los hijos que van a tener, junto a viejos que no se olviden de los nietos que ya tienen.
Sumido yo en este estado de ánimo, se me ha subido a la cabeza una vieja idea, que no es mía sino de muchísimos otros humanos antes que yo. Y es la de que los problemas del mundo tienen su origen en que los humanos hemos perdido el control de nuestras máquinas.
Dicho así, quizá muchos de los que me estén leyendo no lleguen a entenderme. Porque lo que quiero significar por máquina es mucho más que el automóvil, la lavadora o el ordenador con los que convivimos todos los días.
Empezaré esta serie explicando el alcance completo que le doy al concepto de máquina. Describiré luego ese “imperio de las máquinas” que nos está convirtiendo a los humanos en sus esclavos y a la naturaleza en su basurero. Finalmente propondré un camino, entre muchos posibles y necesarios, para irnos liberando de esta esclavitud limpiando a la vez a la naturaleza de lo que la corrompe.
Todo ello desde la convicción de que es a través de caminos noviolentos y con metas no utópicas como mejor pueden llegar los jóvenes a un tiempo nuevo, su tiempo, en el que puedan reinar unos humanos nuevos, para los que las cosas más importantes de la vida sean enamorarse, darse a los demás, contemplar la belleza de la naturaleza y el arte, ir construyendo su yo interior, ver pasar el tiempo con una admiración tranquila, no temerle a la muerte, ser capaces de mirarla a la cara. Un tiempo en el que las máquinas hayan sido puestas en su sitio, donde siempre debieron estar, al servicio de lo humano y lo natural.
Intentaré que el estilo con el que escriba esta serie sea tranquilo, lleno en lo posible de humor y compasión, sonriente. Porque las conclusiones a las que espero llegar deberían ser tan fácilmente entendibles y las soluciones tan obvias, que no haya motivo al leer mi texto sino para un optimismo responsable, que ayude a un compromiso sencillo pero firme, sin crispación ni angustia.
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