Los siglos III y IV son de los más trepidantes que un humano occidental haya tenido la oportunidad de vivir. A lo largo de ellos tiene lugar la decadencia del Imperio Romano y la consolidación del Cristianismo.
Las controversias intelectuales son muy intensas. En el siglo III Plotino, filósofo pagano, abre con el neoplatonismo una vía fecunda para la teología cristiana, también para el misticismo. Inspirados en Plotino pensadores cristianos como Orígenes desarrollan una visión tricotómica del ser humano, compuesto de cuerpo, alma o mente y espíritu, de la que la teología cristiana, en siglos posteriores, destronará al espíritu haciéndolo una dependencia del alma. Siguen sin resolverse durante estos dos siglos problemas teológicos fundamentales, como el de la naturaleza divina o humana de Cristo, con el arrianismo, que proclama lo segundo, en pleno apogeo. En el siglo IV el Imperio Romano se cristianiza con Constantino y San Agustín romaniza y neoplatoniza el cristianismo. El Oriente mediterráneo, políticamente romano y con Alejandría como centro cultural y religioso, bulle también de ideas, contradicciones y conflictos, aunque siempre fue más místico, más espiritual, que el Occidente. Han pasado ya más de dos siglos sin que haya tenido lugar esa segunda venida de Cristo que en el siglo I se creía inminente y que suponía el fin de los tiempos. En estas circunstancias, muchos cristianos orientales sienten el hambre de Dios y dan el paso decisivo de apartarse del mundo para buscar al Cristo y a la vez esperarlo en la soledad del desierto. Son los eremitas, también llamados ermitaños o anacoretas, primera manifestación de la vocación contemplativa en la Iglesia cristiana.
Las controversias intelectuales son muy intensas. En el siglo III Plotino, filósofo pagano, abre con el neoplatonismo una vía fecunda para la teología cristiana, también para el misticismo. Inspirados en Plotino pensadores cristianos como Orígenes desarrollan una visión tricotómica del ser humano, compuesto de cuerpo, alma o mente y espíritu, de la que la teología cristiana, en siglos posteriores, destronará al espíritu haciéndolo una dependencia del alma. Siguen sin resolverse durante estos dos siglos problemas teológicos fundamentales, como el de la naturaleza divina o humana de Cristo, con el arrianismo, que proclama lo segundo, en pleno apogeo. En el siglo IV el Imperio Romano se cristianiza con Constantino y San Agustín romaniza y neoplatoniza el cristianismo. El Oriente mediterráneo, políticamente romano y con Alejandría como centro cultural y religioso, bulle también de ideas, contradicciones y conflictos, aunque siempre fue más místico, más espiritual, que el Occidente. Han pasado ya más de dos siglos sin que haya tenido lugar esa segunda venida de Cristo que en el siglo I se creía inminente y que suponía el fin de los tiempos. En estas circunstancias, muchos cristianos orientales sienten el hambre de Dios y dan el paso decisivo de apartarse del mundo para buscar al Cristo y a la vez esperarlo en la soledad del desierto. Son los eremitas, también llamados ermitaños o anacoretas, primera manifestación de la vocación contemplativa en la Iglesia cristiana.
San Antonio Abad.- Zurbarán. |
Antón no fue al desierto para sumergirse en la naturaleza y disfrutar de su belleza y su inocencia, sino para luchar, desde la soledad y la libertad que el desierto le daba, contra sí mismo, contra sus miserias de hijo de Adán. Esta beligerancia de Antón se apoyaba en un aspecto fundamental de la cosmovisión cristiana, el de su concepción del tiempo.
Las Tentaciones de San Antonio.- Jeronimus Bosch (1520) |
Las Tentaciones de San Antonio.- Pieter Bruegel (1534) |
Antón vivía como eremita en alguno de los sepulcros innumerables que dejaron las culturas faraónicas en los cerros que rodean el valle del Nilo. Otros muchos eremitas vivían también por aquellos contornos, y el carisma de Antón lo hizo convertirse en una suerte de líder natural de todos ellos, asistiendo a los más desequilibrados y llevando a la mayoría al feliz cumplimiento de su vocación de anacoretas. De manera que aunque cada uno de ellos siguiera viviendo en su ermita, aislado de todo, la vigilancia paternal de Antón los unía en un algo común que los iba convirtiendo, poco a poco, de anacoretas en monjes. Lo que Antón descubrió fue que un eremitismo sin control podía resultar en locura, que los eremitas debían por eso congregarse en agrupaciones más o menos laxas que en su extremo más integrado devenían en monasterios, poblados por monjes sometidos a unas reglas rigurosas de vida en común, basadas en los tres consejos evangélicos: pobreza, castidad y obediencia
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Desde los tiempos de Antón, la vocación contemplativa dentro de las iglesias cristianas, la católica, la ortodoxa y la copta, se ha ejercido en algún punto intermedio entre dos polos extremos: el monaquismo, muchas veces practicado en estado puro, y el eremitismo, que para ser viable ha debido acompañarse siempre de algunas dosis de monaquismo. La orden cartujana, a la que está dedicada esta serie, se caracteriza por combinar en partes equivalentes el monaquismo con el eremitismo, siendo una de las que en los tiempos actuales está más cerca de lo puramente eremítico, es decir, de la soledad y el silencio.
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